Lorenzo Meyer
Junio 27, 2022
AGENDA CIUDADANA
¿Qué significado puede tener en México el triunfo electoral del senador Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia? La respuesta depende del color del cristal político con que se vea y juzgue la evolución de nuestro país y del contexto latinoamericano.
Colombia se ha desarrollado en una atmósfera política muy conflictiva, violenta y oligárquica. Es verdad que los gobiernos de los llamados liberales radicales de mediados del siglo XIX mostraron rasgos progresistas propios de la época –democracia republicana, apoyo a la extensión de la educación, promoción de un desarrollo económico dentro del modelo liberal, separación de iglesia y Estado. Incluso se dio el caso de una breve presidencia (ocho meses en 1854) de un general liberal de origen indígena, José María Melo, que vino a morir fusilado en México en 1860 combatiendo como general juarista y que fue sepultado por los indígenas de La Trinitaria, Chiapas. Sin duda, su gesto y sacrificio merecen algo más que el modestísimo busto que hay ahí en su honor.
Sin embargo, Melo es la excepción que confirma la regla: el carácter oligárquico de la política colombiana desde antes de ser Colombia. Quizá a mediados del siglo pasado el líder del Partido Liberal, Elieser Gaitán, un personaje carismático, hubiera podido encabezar una transformación de fondo de su país y jugar un papel equivalente al de Lázaro Cárdenas en México. Pero su asesinato en 1948 simplemente acentuó la violencia complicada aún más por la presencia del narcotráfico y la guerrilla. Finalmente, con la Guerra Fría el “factor norteamericano”, el mismo que le cercenó Panamá, se hizo cada vez más presente en Colombia al punto de enviar tropas a la guerra en Corea y convertir a sus gobiernos en los aliados latinoamericanos más confiables y cercanos de Washington y que hoy le permiten la presencia de sus militares en ciertas bases colombianas.
Con Petro, ex guerrillero, y su vicepresidenta afrocolombiana y de extracción netamente popular, llega al poder un liderazgo con base social mayoritariamente popular, joven y movilizable que se propone como meta, no sustituir al capitalismo por el comunismo como aseguraron sus adversarios en la campaña presidencial, sino emplear el poder gubernamental para acotar a ese capitalismo quitándole su carácter extremadamente oligárquico y extractivo. Su intento es poner en marcha políticas sociales que respondan de inmediato a las demandas de alivio de los sectores con menos recursos materiales y empezar una tarea de gran envergadura: desmantelar los cimientos de la división histórica entre la Colombia de “los y las nadie” como la llamó la nueva vicepresidenta Francia Márquez y la Colombia oligárquica y racista para dar inicio, sin tener mayoría en el Congreso, a la tarea de reformar a un país donde las diferencias de clase y las actitudes racistas sean menos profundos y más acordes con el deber ser.
Para The Economist, (18-24/06/22) –uno de los medios de difusión más sofisticados del conservadurismo internacional– el viraje hacia la izquierda que está teniendo lugar en América Latina es el camino perfecto para llegar al desastre económico y político y a la decadencia de lo que hay de democracia en la región. En contraste, para quienes hoy gobiernan a México –el lopezobradorismo– lo acontecido en Colombia es una confirmación más de que nuestro país, al proponer “primero los pobres”, se adelantó en la búsqueda de un tiempo perdido en materia de equidad social, democracia y viabilidad política.
Los más de cien años sin democracia colombiana quizá estén por concluir.