EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Cómo suenan las palabras de las víctimas?

Federico Vite

Marzo 30, 2021

La literatura mexicana lo que más y mejor exporta son libros acerca de la violencia. Casi todos están relacionados con grupos de la delincuencia organizada y en esos cuerpos del relato se exponen asesinatos, violaciones, tortura, abyección y muerte. Hablamos de una relación temible entre humanos; hablamos de lo tenebroso.
Esos documentos critican también los abusos del poder, la corrupción y la violencia institucional. Siempre la violencia. Por supuesto que la fauna de ese canon literario son los sicarios, los narcotraficantes, los policías, los detectives, los dealers, los adinerados, los políticos, usted sabe, todos esos personajes que enfrentan situaciones límite y habitan la estridencia, el deterioro y propagan la muerte. ¿Qué pasa si un escritor decide analizar el presente y convertirlo en un escrutinio literario del daño sicológico, físico y económico de las víctimas de la violencia en este país? ¿Cómo serían los cuerpos narrativos de esas empresas estrictamente literarias? A mí me parece que un acercamiento afortunado es Relatos del presente (México, Lectorum, 2020, 103 páginas), de Orlando Ortiz.
Hablo de un libro que va a contracorriente del enfoque clásico y socorrido por cientos de autores que se enfrascan en sondear al perpetrador, idealizan al infractor pues. En la propuesta de Ortiz se toma a las víctimas como ejes del relato. Para ser preciso, el autor de Relatos del presente atiende a los deudos de la violencia. ¿Qué pasa con los deudos? Esa es la pregunta que se necesita responder en el panorama narrativo de México. Es imperioso ya no romantizar la violencia y mirar con menos frivolidad a quienes fueron lastimados por eventos traumáticos como el secuestro, la desaparición forzada y el asesinato de un familiar.
Ortiz encara la violencia estructural del país con variantes estilísticas; por ejemplo, altera en algunos textos el uso habitual de la puntuación: evita el punto y seguido, y el punto y aparte; suprime los guiones largos para ordenar los diálogos de una manera diferente a la ortodoxa.
El cuento inicial ¡Pero qué terco eres! es el que posee mayor experimentación estilística. Sin el uso del punto y seguido, y punto y aparte, teje la voz narrativa a manera de un monólogo, pero no de la forma típica, sino que fragmenta el discurso para suprimir posibles distractores del relato y crea así suspenso. Poco a poco, a buen ritmo, el autor focaliza el asunto primordial: un secuestro. Cito: “se lo dije a mi comadre Rebeca, un nombre más acá, Yimi, Píter, Yoni, Pol, que dicen que es con au, o Yon, pero no llegué y lo fregaron con ese nombrecito
confianza que le tenían a los dos, pero en aquel entonces yo agarraba unas papalinas que para qué les cuento, y un día antes del bautizo”.
Otros fragmentos del mismo cuento son los siguientes: “¿Cuál teléfono? la pura ilusión, eso que se imagina uno como para seguir teniendo esperanzas , ni celular ni nada, pero lo esperaban hasta que
bueno, entonces pa qué me preguntaste
me sigue llegando hondo la historia, era mi familia, era
y sí, se me chisparon, pero no puede ser de otro modo, y fue peor cuando una mañana, todavía oscurito, se me acercó el tullido, uno de los barrenderos de las calles y me dijo que se le había hecho tarde porque habían encontrado un encobijado en la otra calle […]”.
Como usted nota, Ortiz construye un idiolecto; después lo desestructura para darle un ritmo y tono al monólogo. Estamos ante un texto creado para un escucha, para ser oído, como dictan los chejovianos. Sirva este adjetivo, derivado del doctor ruso Antón Chéjov, para referir la tesis de este libro: escuchar a los lastimados. Ortiz atiende a los cortesanos, los empleados, los ñeros, los teachers, los chambeadores pues, quienes no tienen principados ni son parte de la familia real. Y a esos, los de la clase baja, los deudos de la violencia, da voz el autor.
Correos es el cuento que condensa la proposición de Ortiz. El lector atiende una serie de correos electrónicos en los que dos mujeres (una de ellas vive en Estados Unidos y otra en el Estado de México) hablan de un matrimonio. Una de ellas, la que vive en Estados Unidos, le pide a la otra que le dé una vuelta a los viejos. Quiere saber cómo les va. Obviamente en el cuento se habla de asaltos, de inseguridad, de la desaparición de dos personas, un adulto y una niña. En la medida que el lector avanza en las páginas intuye que más allá de la crítica a la inseguridad social y a la violencia está frente a un daño mayor, algo nacido a raíz de las desapariciones. Un trauma que vigoriza el relato y emociona al lector. Digamos que la revelación literalmente golpea. Es un texto bien logrado, potente. Ortiz organiza el relato con la intención de enfocar el daño que causa la desaparición, no un daño colateral, sino el terrible e inolvidable estigma de perder a una persona amada.
En Decisión familiar se aborda el secuestro de un hombre aburguesado, digamos, cuya familia vive de apariencias y práctica, como deporte olímpico, la hipocresía. Este cuento da un giro a la proposición estética de Relatos del presente, adquiere resonancias noir, pero mantiene la tesis de todo el volumen: hablar de los deudos que padecen la violencia. El cierre del texto signa a este artefacto como un digno ejemplo de parricidio.
En Como que algo se nos olvidó el lector descubre uno de los principales motivos por los que hay tantos desplazamientos por violencia en zonas de alta marginación. Ortiz retrata a un personaje que insta a su familia a huir de casa antes de que regresen los sicarios. El sobrio oficio narrativo del autor mantiene a flote este empresa que irradia una luz mortecina y recupera el ideal del héroe: aquel que se ofrece a una causa por amor.
En Ayer fue viernes santo hay un encontronazo vital entre una madre y un hijo. Gracias a la buena progresión dramática que desarrolla el autor se nota en el peregrinaje de quienes buscan a un desaparecido en fosas clandestinas el debate entre el deber y el querer, la lucha por seguir con vida y hacer su vida. Es terrible lo que padecen los deudos de este cuento. Invierten vida, tiempo, esfuerzo y experimentan el resquebrajamiento de la esperanza. La resolución de esta historia es elegante; evita el efecto melodramático y el tremendismo.
Este libro está signado por la búsqueda estilística para reflejar el caos y el sobrio pulso narrativo con el que Orlando analiza una veta oscura del realismo. ¿Por qué nada funciona en materia de desaparecidos? ¿Por qué no se detiene la industria del secuestro y los desplazamientos por violencia? Este libro nos deja una certeza: Los únicos culpables de las desapariciones, ya sea por omisión o por colusión, son las autoridades. Relatos del presente critica la terrible e injusta violencia que padecen miles de mexicanos.