EL-SUR

Lunes 20 de Enero de 2025

Guerrero, México

Opinión

Como un silencio blanco

Federico Vite

Junio 06, 2017

En Navidad de 1956 la policía de la ciudad de Herisau, al este de Suiza, recibió el reporte de un grupo de niños, quienes descubrieron el cadáver de un hombre en un campo cubierto totalmente por la nieve. Al llegar a la escena, un policía tomó varias fotografías y revisó el cuerpo. El difunto fue identificado fácilmente, se trataba de Robert Walser, de 78 años, quien había desaparecido de un hospital siquiátrico. Vestía un abrigo negro; el sombrero de copa estaba a unos centímetros de su mano izquierda, casi cubierta por la nieve; la mano derecha yacía cerca del corazón. El escritor sin duda alguna vio el cielo antes de morir. Al contemplar esa foto uno conecta mentalmente la imagen con un pasaje de la novela Los hermanos Tanner (1907). Traducida al español por Juan José del Solar para Ediciones Siruela en el año 2000. El libro es de 269 páginas. Pero les decía que el protagonista, Simón Tanner, encuentra al poeta Sebastian tirado sobre la nieve. Pensó, gracias a que el sombrero le cubría el rostro, que ese tipo dormía plácidamente. Aunque le pareció extraño que alguien se tumbara en el suelo terriblemente frío para reposar, Simón no creía que estaba frente a un cadáver. Sebastian usaba un traje veraniego de color amarillo, suavemente ligero y raído. Al levantar el ala del sombrero de aquella cara, Simón descubrió la muerte ya instalada en ese rostro completamente congelado. Sin duda, el poeta llevaba muchas horas allí, pues no había huellas en la nieve. “¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos  cubiertos de nieve. La naturaleza se inclina a contemplar a su muerto, las estrellas cantan dulcemente en torno a su cabeza y las aves nocturnas graznan: es la mejor música para alguien que ya no tiene oído ni sensaciones. Yacer y congelarse bajo unas ramas de abeto, sobre la nieve: ¡qué espléndido reposo! Es lo mejor que pudiste hacer. La gente está siempre dispuesta a hacerles daño a las aves raras como tú, y a burlarse de sus sufrimientos”, afirma Walser en la novela y con esa descripción me hace pensar que tuvo, al escribir ese capítulo, una revelación de su propia muerte. Simón creyó que Sebastian fue “víctima de un cansancio enorme que ya no pudo soportar”. Al verlo así, tirado sobre un gran sepulcro blanco, “se intuía que no estaba hecho para afrontar la vida y sus duras exigencias”.
Walser aún no cumplía los 30 años cuando publicó Los hermanos Tanner. Digamos que desde esa fecha ya estaba pactado, por su puño y letra, el encuentro con la muerte, pero faltaban algunas aventuras más, un hospital siquiátrico y mucho silencio para que la nieve opacara los pensamientos de este escritor nacido en Biel. Digamos también que Los hermanos Tanner es una novela contada por un narrador omnisciente, pero detalla con precisión los pensamientos del bullicioso Simón Tanner.
Walser fue autodidacta, errante, finísimo estilista de la lengua alemana, estaba provisto de una mirada aguda, muy sensible. Dedicó pocos años a escribir, desde 1904 hasta 1925. Después perdió el control de su mente. Padecía una enfermedad hereditaria. Talló exquisitas piezas de la vida cotidiana, pero en especial, fotografió el sentido absurdo de las convenciones sociales de su época.
En otra novela enigmática, El paseo (traducción de Carlos Forteca. Siruela, Madrid, 2001, 80 páginas), Walser declara que una hermosa mañana, “ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle”.
Cincela con este relato esa primera descripción que hizo sobre el poeta Sebastian, en Los hermanos Tanner, redondea los motivos por los que un hombre decide alejarse incluso de sí mismo, camina hasta encontrarse con la muerte. Una imagen clara de lo que es la vida. El paseo se publicó hace 101 años. Podría leerse con un auto de fe del autor. Pero esencialmente, ese relato encumbra una forma singular de comprender la existencia.
Me parece legítima la ansiedad que muestran tanto Simón Tanner como el poeta de El paseo. Ambos se frustran al descubrir que la vida consiste en muy pocos hechos, además, en constante repetición. Deambulan por ciudades diversas para descubrir renovadas estructuras melancólicas de la vida.
Robert Walser nos otorga pequeños testimonios de eso que él experimentó durante su tremenda lucidez: la incomprensión, por paradójica y por absurda, de la realidad, el temor a la locura, el silencio que poco a poco fue llenando su pecho. Disfrazó esos temores de ficción y los metió en los textos, pero el sentimiento era legítimo, tanto la festividad desbordada como la depresión profunda. Los dos polos de su vida.
Simón Tanner, al igual que Walser, gusta de los paseos, deambula por la ciudad, por los parques, por montes y cruza la campiña en invierno. En una ocasión camina durante toda la noche, a oscuras por el mundo. Conoce la luz y esa negrura profunda que a veces contagia de sombra el alma. Pasos adelante, en esa aventura del andariego, Simón descubre al poeta Sebastian en la nieve y casi de manera idéntica fue descubierto el cadáver del transparente y sensible Robert Walser. Que tengan un vital martes, un dulce miércoles y un poderoso jueves.