EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Como una delación amorosa

Federico Vite

Abril 26, 2016

Suave es la noche, originalmente publicada en 1934 por Charles Scribner’s  Sons, es una novela que parece la obra más fina de un taxidermista. Scott Fitzgerald se ganó el respeto de sus colegas y el cariño del público con su debut literario: A este lado del paraíso, en 1920. Se le consideraba el chico más listo de su generación, se mantenía a la vanguardia de una camada de monstruos talentosos en materia narrativa. La aparición de El gran Gatsby, en 1925, realmente lo elevó a un rango de semidios. No había nadie más importante, ni elegante ni simpático, ni ebrio. Nueve años después de la cúspide económica y literaria, este hombre presenta una disección en forma de novela: Suave es la noche. Tardó ocho años en escribirla. Cambiaba y cambiaba los trazos de la historia, trataba de reflejar su tiempo y el mundo, mutante como siempre, obligaba a generar algunos giros en la trama. En esencia, París ya no era una fiesta y Estados Unidos tenía hambre.
El libro, más como un saga temática de lo chic con proclividades al daño, abrió una línea no trabajada hasta el momento por Fitzgerald. Enfocó el armamento en la profundidad de un hecho: mirar con terror el desmoronamiento amoroso por Zelda, personificada en la novela como Nicole, y observar la trayectoria que describirá la caída matrimonial. Vio con inusitada avidez cómo perdía el encanto esa mujer, a quien ya no podría seguir llamando maravillosa. La novela, comentó Fitzgerald a su editor, aborda mi relación con Zelda, la imagen que tengo de mí, aborda esa histeria de la que nos contagiamos en París, pero sobre todo, aborda el pequeño espacio de gloria que descubrimos al sur de Francia. Se refiere a su estancia en la mansión de los millonarios Gerald y Sarah Murphy, quienes sirvieron de modelo para un primer bosquejo de los personajes Seth y Dinah Piper. Durante los años de escritura del libro, Scotty trató de eslabonar sus problemas económicos, su alcoholismo, el mal humor y los sentimientos de culpa. De pronto, como suelen encaminarse las empresas literarias valiosas, encontró el tema de la locura en su vida. Su esposa había recibido una certeza médica al respecto. A Nicole, al igual que Zelda, se le diagnostica esquizofrenia. Y Nicole es en el relato un espantajo neurótico, dopado, una mujer hundida en sí misma. En la realidad, Zelda perdió el encanto. Se volvió una carga más que una compañía. Confiesa Fitzgerald en Suave es la noche: “Dick (el mismo Scotty, pero disfrazado de médico) se había acostumbrado a sentirse vacío de Nicole y cuidaba de ella contra su voluntad, sin permitir que intervinieran sentimientos […]. Lo que hay son heridas abiertas. Las marcas que deja el sufrimiento se deben comparar más bien a la pérdida de una dedo o la pérdida de visión de un ojo. Nada podemos hacer”. Es claro que nada podía hacerse, sólo radiografiar emociones, testimoniar el adiós. Describió a Zelda como el monumento de lo que fue un matrimonio: una relación entre médico y paciente.
Mientras Scotty profundiza en el desmoronamiento vital de Dick, las páginas de la novela adquieren una dimensión humana y profunda, como si una de las virtudes de la literatura fuera precisamente dotar de significado la derrota, como si en cada honda confesión de Scotty, el lector tuviera la certeza de una emoción irrepetible: perder el atractivo vital y aceptar la locura como la clausura definitiva del amor.
En 1932, Fitzgerald se decide por el titulo final: Tender is the nigth. La novela sondea una preocupación esencial: la capacidad de seducción, el atractivo personal, la compulsión por satisfacer a los otros, menos a uno mismo. Dick Diver, un siquiatra idealista y de brillante porvenir, se casa con una joven y rica paciente suya; en el curso de la vida matrimonial, Dick pierde la chispa, ocupa toda su atención en Nicole. Se marchita. Progresivamente se convierte en una oquedad. Scotty sentencia en Suave es la noche: “Cuando tratamos de retroceder ante algo que nos causa dolor, parece que nos vemos obligados recorrer de nuevo en sentido inverso el mismo camino que nos llevó hasta ahí. Dick sentía un desasosiego que no había experimentado nunca. Lo único que podía hacer era seguir fingiendo”. Seguir fingiendo, una regla básica para continuar con la trama, pero de ninguna manera habrá sorpresas amables, sólo el momento de la revelación para el protagonista: “Mientras se sentaba en el borde la cama, tuvo la sensación de que todo estaba vacío: la habitación, la casa, la noche. En el cuarto de al lado, Nicole se quejó en el sueño y Dick se compadeció de la soledad que pudiera estar sintiendo”.  Seguir fingiendo, dice Scotty, como un intento desesperado por no reconocer que cometió algunos errores, pero confiesa en voz de Dick la siguiente certeza: “Sin dejar de dar vueltas, y de leer y releer el telegrama que seguía abierto en su buró, decidió en qué barco se iba ir a América. Luego puso una conferencia a Nicole en Zurich, y mientras esperaba que se la dieran se acordó de muchas cosas y se preguntó si había sido siempre todo lo bueno que había querido ser”. Suave es la noche, fiel al talento del poderoso Fitzgerald, le recuerda a la literatura que la bancarrota emocional siempre es trabajada en binomios, que la tragedia marital está fundamentada en pequeñas debilidades y que la terrible necesidad de abandonar al otro es apenas uno de los síntomas, no el problema. En esta agridulce novela de Fitzgerald, el lector comprende perfectamente la delación amorosa del autor. No pudo haber un título mejor para este libro, los versos de John Keats, de Oda a un ruiseñor, nos enseñan a guardar respeto por lo patético que ha sido uno en relaciones sentimentales: “¡Ya estoy contigo! Suave es la noche. Pero aquí no hay luz”. Que tengan buen martes.