EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

Comunistas Anarquistas

Silvestre Pacheco León

Abril 24, 2016

Ubicados en torno al espejo de agua que adorna la explanada de la glorieta de las banderas, Suria y yo fuimos testigos de una de tantas vejaciones que los acampados en el zócalo de Chilpancingo cometían lo mismo contra dirigentes y representantes populares partidistas que contra funcionarios del gobierno en aquel año de finales del 2014.
Grupos de jóvenes desprendidos de las organizaciones sociales que encabezaban la protesta contra el gobierno, tomaban así venganza contra quienes a su modo de ver representaban al poder público.
En ése ambiente de anarquía y de miedo, en el que se imponía la fuerza de los movilizados, vimos cómo las consejeras y los consejeros locales del INE retenidos en el café cumplían la exigencia de los vándalos para ser liberados, repitiendo públicamente su nombre, ocupación y cargo, manifestando también su adhesión a la demanda de justicia que enarbolaban los padres de los estudiantes desaparecidos.
Toda la acción desarrollada en más de una hora se realizó sin que apareciera nunca ninguna autoridad para evitarla.
–Es el desahogo popular, decían desde sus oficinas seguras y confortables los funcionarios del gobierno.
Suria y yo nos enteramos que los vejados eran representantes ciudadanos del INE porque escuchamos de cada uno sus intervenciones ante el micrófono y después de liberados pudimos entrevistarles.
De voz de aquellos ciudadanos que actuaban como consejeros conocimos que era prácticamente imposible impedir las elecciones como lo anunciaban retadoramente los grupos movilizados.
Los entrevistados argumentaban que el proceso electoral se conduce mediante un equipo tan estructurado, amplio y profesional que su capacidad para preservar el derecho al voto les permite actuar exitosamente incluso en una situación de guerra.
Esa afirmación que al principio nos pareció exagerada, la entendimos después cuando en un ejercicio de investigación periodística conocimos algunas experiencias de quienes realizan el trabajo de campo, donde no hay otro poder más que el impuesto por el crimen organizado.
La entrevista a los consejeros atrajo pronto a un grupo de periodistas que llegaron tarde para presenciar lo ocurrido.
Entre ellos iba Elba, la periodista de Monterrey que se había unido a la gama de reporteros destacados en Guerrero. Nos habíamos conocido en la campaña electoral de Zeferino Torreblanca y formaba parte del círculo de nuestras amistades cercanas.
Ella nos acompañó solidaria en el recorrido que hicimos hasta el zócalo de Chilpancingo buscando entre los acampados el grupo que intervino en el robo de la cámara fotográfica de Suria.
En la plancha del zócalo contamos los vehículos oficiales confiscados que se utilizaban en acciones como la que horas antes habíamos presenciado, entre ellos una patrulla de la policía estatal.
El enorme campamento con cientos de tiendas de campaña, lucía consignas pintarrajeadas en las paredes de los edificios públicos recreando el ambiente de una revuelta popular.
Con un poco de reserva Suria, Elba y yo caminamos por la plaza tratando de encontrar al grupo de jóvenes que nos habían asaltado. Nuestra intuición nos llevó hasta la puerta del viejo palacio de gobierno, donde unas cuantas tiendas de campaña semi apartadas del resto se identificaban con las siglas de los comunistas y anarquistas.
–Cuando menos aquí ambos grupos históricamente enfrentados actúan juntos, comentó Suria.
–Son las jugarretas de la vida.
–Y de la falta de cultura, ¿no crees?
–Por cierto que vale la pena leer a Eduardo Padura, dijo Elba distrayéndonos.
–Te regalaré su última novela, El hombre que amaba a los perros, me dijo Suria.
–Te encantará porque recrea lo más atractivo de Cuba y su provincia, y se mete en lo profundo de la guerra civil española, y en la disputa entre Stalin y Trotsky sucedida a la muerte de Lenin.
–Gracias por tu intención, lo esperaré ansioso porque me han dicho que Padura describe a la perfección la psicología del asesino de Trotsky.
Nuestra plática se interrumpió cuando cerca del grupo de jóvenes escuchamos lo que planeaban.
–Vamos a tomar la oficina del PAN que se encuentra en el paseo de la Zapata.
En las semanas anteriores el mismo grupo había vandalizado las oficinas estatales del PRD y del PRI. En una acción similar y como muestra democrática de sus acciones ahora irían contra el PAN, anunciaban.
–El origen del gobierno corrupto de los Abarca en Iguala es el mismo que tienen los demás, independientemente del partido que sean, razonaban así los líderes del movimiento.
–¡Ahí está el que nos robó la cámara!, le dije a Suria al oído, señalando con discreción al joven que vestía la misma ropa de la noche del robo.
–¡El descarado tiene mi cámara como si fuera la propia!
Con rapidez acordamos nuestra propia acción para recuperarla. Mientras yo me encargaba de buscar refuerzos en la dirigencia de la CETEG, Suria y Elba vigilarían al ladrón.
Tres maestros me acompañaron a recuperar la cámara mientras me confiaban que estaban en contra de quienes escudándose en el movimiento cometían tropelías.
Cuando le señalamos al ladrón, uno de los maestros lo atrajo hasta donde, apartados discretamente del grupo, nosotros esperábamos.
Delante de nosotros el maestro le espetó que estaba ahí la dueña de la cámara, exigiendo su devolución.
Sin esperar más, Suria se acercó al ladrón y tomó la cámara de la correa que colgaba de su hombro. Antes que él reaccionara se la quitó de las manos y la guardó en su bolsa.
El ladrón se quedó estupefacto y nosotros aprovechamos su desconcierto para alejarnos.
Cuando estuvimos lejos del zócalo, con la ayuda de Elba nos imaginamos que el ladrón nunca había vivido una experiencia similar y que supimos aprovecharnos de la sorpresa.
–Seguramente evaluó la conveniencia de llamar a sus compañeros para darle legitimidad a su robo y quedarse con la cámara como trofeo de guerra.
–Pero como en ese lance corría el riesgo de que se le exhibiera públicamente, simplemente valoró mejor dejar lo robado, concluimos.
Ya en calma, felices y contentos, celebramos encontrarnos como los Tres mosqueteros, dispuestos a disfrutar en el resto del día los atractivos de la ciudad.