EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Con los brazos extendidos

Tlachinollan

Mayo 09, 2017

Como el Cristo crucificado, las madres mantienen sus brazos extendidos soportando más de 30 meses el martirio impuesto por el gobierno que se ha empecinado en su verdad histórica y se ha negado a investigar las cuatro líneas de investigación propuestas por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). Desde el 26 y 27 de septiembre de 2014, su amor como madres las ha unido para increpar la indolencia y la complicidad de las autoridades. Quienes manejan los hilos de la investigación han quedado en evidencia al fabricar la verdad histórica y encubrir a los responsables. Ninguna de las mamás imaginaba que la desaparición de sus hijos las uniría en el dolor y que protagonizarían una lucha tenaz que removería los escombros de un sistema de justicia cimentado en la corrupción y la impunidad.
Sencillas y profundamente amorosas, tuvieron que abandonar la casa y el cuidado de la familia, para ir en busca del hijo normalista. Lejos estaban de pensar que la escuela Normal sería el nuevo hogar donde habitarían para salir diariamente en busca de sus hijos. Han pasado más de 850 días con sus noches sufridas intensamente, sintiendo en su cuerpo que es la primera noche que han permanecido en vela esperando a sus hijos. El dolor es un continuum que no cesa, el cuerpo no distingue tiempos ni lugares. No les importa saber si son minutos, horas, días o meses que han tenido que soportar con los ojos abiertos y los brazos extendidos para acariciar a sus hijos. Es un momento denso, que se torna eterno por el desgarramiento vivo de lo que más duele: los hijos que engendraron.
Sin pretenderlo hoy son el referente del cambio. La fuerza transformadora desde el corazón de los olvidados. Son la luz que no se apaga y que guía a las familias que caminan por los sótanos del poder, donde habita la mentira. Son el referente de una nación atrapada por la macrocriminalidad. También son la esperanza, porque con su autoridad moral y su corazón de acero están empujando con todo para abrir de par en par las puertas de la justicia y la verdad.
A pesar de la separación temporal de su hijos –cuando decidieron salir de la comunidad para estudiar en la Normal– las madres abrigaban la esperanza de que su ausencia representaría un cambio en la vida de su hijo y un bienestar para la familia. Era la gran oportunidad de su vida: estudiar para ser maestros y tener un trabajo. Algo imposible para las familias pobres de Guerrero.
Ser madres, jefas de familia, madres solteras o madres de escasos recursos, es un impedimento para apoyar a sus hijos en sus estudios de nivel superior. Por eso la Normal de Ayotzinapa siempre ha sido la única opción para alcanzar un cambio en sus condiciones de vida. Es el sueño de ver a un hijo como maestro que se va a las comunidades para ayudar a las niñas y niños a leer y escribir. Es el máximo orgullo para una madre, lograr que su hijo se gradúe como maestro normalista.
Como madres no han tenido tiempo para aguardar la llegada de sus hijos en casa. Las lágrimas en situaciones tan adversas no ayudan a vislumbrar el horizonte el paradero de sus hijos. No hay lugar para el desánimo ni para la espera paciente. Diariamente hay que salir en busca de los hijos. Hay que actuar en todo momento para no perder ninguna pista. Demandar a las autoridades mayor compromiso e involucramiento. Denunciar sus argucias y malas acciones. Las enfermedades, el trabajo para el sostén de los hijos, los trabajos de la casa y la parcela, entre otras cosas, pueden esperar, porque la única prioridad es seguir sus huellas y dar con su paradero.
“Yo no hablaba bien español, nunca imaginé dar un discurso. Mucho menos viajar a otros países en busca de justicia. Mi vida era humilde pero tranquila. Hoy todo cambió. Desde que me enteré de la desaparición de mi hijo salí de Alpoyecancingo con la idea de que regresaría hasta que encontrara a mi hijo. Dejé a mis otros dos hijos. Juntos hicimos la promesa de que a pesar de todo lucharíamos por encontrar a mi Benjamín”.
Cristina y las demás madres de los jóvenes desaparecidos, se encuentran desde hace dos semanas frente a las oficinas de la Procuraduría General de la República (PGR) en un plantón indefinido. “Nuestros pies se cansan, a veces nos enfermamos, nos preocupamos por nuestros otros hijos, por nuestras casas, por nuestra tierra y los animalitos, pero las madres y los padres hemos decidido no dar ni un paso atrás hasta conocer la verdad”.
“Van más de 15 días del plantón y no hemos tenido ninguna respuesta. El gobierno se hace de oídos sordos pero acá estamos para recordarle y exigirle la investigación de cuatro puntos principales: la participación del Ejército mexicano en los hechos ocurridos; la investigación y sanción a los policías de Huitzuco (de quienes existe evidencia de que trasladaron a 25 normalistas en una camioneta del municipio); la investigación de la telefonía celular a los teléfonos de los normalistas y personas implicadas; así como el trasiego de droga de Iguala a Chicago,” dice con firmeza Hilda Hernández, madre de César Manuel González Hernández.
“Esta lucha ha sido muy difícil, ha habido muchos obstáculos, pero tanto el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como nosotras mismas, hemos aportado información y recomendaciones para dar con el paradero de nuestros hijos. En estos dos años y medio dejamos todo. No tenemos una vida estable. Deshicieron a muchas familias. Seguimos cargando este dolor, pero parece que a las autoridades no les importa y son ellas mismas quienes han denostado a nuestros hijos, inventando cosas que no son”.
“Al gobierno se le está acabando el tiempo, no puede mentir más. Tienen que decirnos realmente quiénes son los que están implicados. Quién es el patrón?. ¿Dónde están nuestros hijos? No los buscamos por necedad, es nuestro derecho saber qué ocurrió con ellos. Esta angustia, esta desesperación, es muy grande. Día a día nos vamos consumiendo, pero el amor que les tenemos es lo que nos da la fortaleza para seguir adelante y seguir exigiendo verdad y justicia”.
Doña Bertha Nava, madre de Julio César Rámirez, uno de los tres estudiantes asesinados en la noche del 26 de septiembre, con mucho coraje y dolor levanta la voz en todo momento para transmitir lo que significa para ella buscar a los 43 a pesar de que su hijo fue asesinado.
“Nuestra gente sigue igual, desapareciendo, pobre, y olvidada. Torturándolos, quitándoles sus tierras. Ellos luchan por una cosa, nosotras luchamos por nuestros hijos: por vidas. Nosotras luchamos por vidas. Vidas de los 43 estudiantes, y las de los demás a los que ha desaparecido el gobierno… Día a día que te duermes, quisieras que todo esto fuera una pesadilla. Cuando te levantas quisieras que esto no siguiera, pero por desgracia vuelves a dormirte. Te despiertas y estás en la misma situación: que los muchachos no aparecen. Que a mi hijo no lo tengo, y que aquí no hay de otra. Aquí con el dolor que se carga tenemos que seguir adelante. Muchos no lo entienden porque no están en nuestros zapatos. No vienen cargando el morral pesado que traemos nosotras. Decir “estamos con ustedes, no están solos”. En verdad no están con nosotras. Cuando nos vamos a dormir, ¿dónde están?. No están ahí. Entonces estamos solas con nuestro dolor y solamente nosotras tenemos que ir sobrellevando este dolor. Ha habido veces que yo me he derrumbado. Pero a veces también yo he dicho “ni madres”, yo me tengo que levantar porque a este gobierno no le voy a dar el gusto de que me vea vencida en el piso. Ni madres. Pues el dolor que siento por mi hijo y por los 43 normalistas es lo que me mantiene viva, y que me hace levantar y decir “no, ni madres, tú te levantas porque te levantas”. Y eso es lo que me está haciendo más fuerte.
En mi cabeza no tengo más que 43 estudiantes porque me falta el mío. Ahorita mi cerebro no funciona. A veces hay cosas que me preguntan y a veces no me salen las respuestas.
Ha significado bastante esta lucha, porque nos ha cambiado la vida a todas. A nuestras familias, a nuestros cercanos, a nuestros vecinos, a todos en conjunto. Y a pesar de que te sientes en tu colchón, pensando cuándo va a terminar todo, uno tiene que seguir acá. Y pues sí, a veces nos derrumbamos, pero así como nos derrumbamos, yo les digo a las compañeras “levántense”, porque no podemos quedarnos ahí tiradas. Tenemos que ir para arriba. Este mismo dolor es el que nos hace ponernos de pie y seguir y seguir y seguir… e ir buscando a estos muchachos hasta donde la vida nos dé. Aquí no hay de otra.
Vas con otros compas que están luchando por agua, por tierra, por todo lo que tú quieras. Te abrazan y en verdad es una poquita de fuerza que nos dan para seguir en esta lucha. Platicar con cada movimiento, con cada forma de trabajar, con cada manera de organizarse, nos sirve a todas. Esa es la forma en que hemos venido trabajando, sin embargo, eso no hace que sea menos nuestro dolor. Mi dolor es como si ayer hubiese pasado todo esto. Para mí no han transcurrido esos 31 meses que dicen. Para mí es como si hubiese sido ayer, y sigue ahí. Igual que en este instante, y no se va a quitar ese dolor. Pero ese dolor nos mantiene de pie, ese dolor, esa rabia y esa impotencia son los que nos están haciendo levantar y aguantar.
La de las madres de Ayotzinapa es una realidad que ellas sólo pueden sentir y vivir:  son mujeres imbatibles que han trasladado el cuerpo a la calle, exponiendo su vida en todo momento para saber dónde están sus hijos. Hoy sus voces son escuchadas por miles, y al mismo tiempo su oído ha escuchado a otras madres que han vivido el mismo dolor y cuyos casos jamás se habían escuchado.
Las madres de Ayotzinapa han transgredido todo lo imaginable. Son los brazos extendidos del sufrimiento y del hartazgo de un México que agoniza. Son las madres de muchos hijos e hijas que hoy vemos en ellas, a pesar de su crucifixión, la fuerza, la dignidad y el coraje que permiten unir otras voces en una misma exigencia. Pero sobre todo, son los brazos extendidos que aguardan la llegada de sus hijos arrebatados por el Estado. Un aparato que les ha arrancado todo menos la dignidad y el amor hacia quienes hoy siguen incansablemente buscando.