Federico Vite
Diciembre 22, 2015
Como de la familia, tercera novela de Paolo Giordano (traducción de Carlos Mayor; Ediciones Salamandra, España, 2014, 144 páginas), expande el campo de estudio de este autor italiano: la soledad como recurso de autoconocimiento y aceptación de uno mismo. Este libro, con muchísimo menos punch que la afamada La soledad de los números primos, llama la atención por un aspecto técnico: el uso del narrador, un ejercicio de la primera y confesional voz.
El turinés escoge a un marido joven para contarnos la historia de la señor A. No es una voz sensible, pero sí sentimental. Es un personaje que forma parte de un matrimonio moderno, donde las funciones de mujer y de hombre son realmente confusas; no tiene un límite definido, claro, no hay una obligación esencial por las características de su sexo. Así que un hombre detalla en primera persona las bondades de la cocinera, sirvienta, acompañante, nana del primogénito de ese matrimonio. Ella reúne las cualidades y los defectos de la vieja guardia, es el contrapeso de una pareja, en apariencia, feliz, afortunada, funcional. Es quien se encarga del trabajo sucio de un hogar.
Como de la familia inicia con la muerte de la señora A. El lector asiste al ritual funerario y los múltiples usos de la analepsis dimensionan la vitalidad de ese personaje, justo el que hace más grande el vacío de esa pareja que poco a poco comienza a perder la perspectiva y se sumerge, más que en el luto por la señora A., en una reflexión exhaustiva sobre lo que siempre ha querido ser, pero no lo ha logrado.
Las dos mujeres fundamentales en la trama (Nora, la esposa del narrador, y la señora A.) forman parte de la perspectiva femenina del relato; ofrecen dos puntos de vista sobre la maternidad, la alianza solidaria entre mujeres, pero ninguna se siente a gusto con su presente. La virtud del autor es justamente el punto de vista en el narrador: mantiene un rasgo del egoísmo masculino; el narrador sabe que es muy listo como para escapar de la realidad gris de un matrimonio, en apariencia, feliz, pero mantiene su zona de confort. Piensa, no actúa; juzga, no actúa. Su presencia es etérea.
Este libro de Giordano posee raíces autobiográficas, es un homenaje a una señora que no pudo tener hijos, quedó viuda de un hombre alegre y el cáncer acabó con ella. El autor quería escribir un libro que fuera como una suerte de continuación de la primera y muy vendida novela en la que se aborda la soledad.
La trama de Como de la familia es compacta, no ofrece sobresaltos terribles que hagan perder el hilo de la historia. Es un libro ortodoxo, honesto, en el que el suspenso lleva al lector hasta la última página para corroborarle que no puede haber magia cuando los libros nos recuerdan la terrible orfandad que implica padecer la muerte. Asistimos pues a la transición de los personajes, a la resolución de la trama; el trabajo de Giordano es bastante decente.
El autor afinó sus herramientas, posee un mayor dominio del timing de la trama, sabe exactamente donde unir y desmadejar ciertas partes de la historia. Hay oficio. No estoy seguro de que Giordano sea un hombre prodigioso, capaz de mostrar el sondeo de la soledad más allá de las pulsiones del canon realista. Incluso, Como de la familia podría considerarse una novela costumbrista en la que se muestra el mecanismo íntimo de una familia moderna; insisto, sin sobresaltos en la narración ni la trama, el lector conoce de primera mano los rituales simples de la cotidianidad: cenas, desayunos, comidas; días laborales grises, visitas al médico, charlas matrimoniales que conducen a incrementar la ansiedad por un futuro mejor. A este volumen todavía se le notan las costuras; en la edificación del relato hay fisuras de verosimilitud que son cubiertas, ocultas, por la inserción de los datos en el enramaje del libro y, para bien del lector, se matiza a la perfección la gramática científica, discurso que agranda la compresión del cáncer en la Señora A. Una serie de escenas que hubieran sido muy bien revestidas si el autor conociera con mucha mayor precisión la obra de Anton Chejov o de Fiódor Mijáilovich Dostoyevski.
Giordano estudió ciencias exactas y cayó en la literatura como extensión lógica del placer que encuentra en la soledad y en el aburrimiento. Reconoce que su etapa científica ya se ha cerrado. Desde que ganó el máximo premio literario de Italia, el Strega, con La soledad de los números primos, en 2008 (cuando el autor tenía 26 años), se ha sentido obligado a demostrar que es un escritor enorme, potente, creativo, insuperable. Un maestro. Para él, sigue siendo un reto enfrentarse al día después de La soledad de los números primos, novela que vendió aproximadamente 10 millones de ejemplares en todo el mundo. Pero visto a distancia, esa ansia resulta un hecho extravagante, un golpe que sólo duele en la noción de la sociología literaria. ¿Cómo puede sentirse terminado un autor, completo, ya cuajado, hecho y derecho? ¿Cómo? Me parece que una aseveración frívola es justamente ésa, considerarse algo ya acabado, incapaz de equivocarse. Ese tipo de ideas han hecho mucho daño a quienes ofician la literatura pasional, honesta y ordenadamente. Porque a la literatura nada de eso le importa, sólo ella en sí misma tiene sentido. Su vastedad y su vacío. Que tengan buen martes.