EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Con miedo a AMLO, sin miedo al ridículo

Gibrán Ramírez Reyes

Noviembre 08, 2017

Morena sigue caminando y Andrés Manuel López Obrador, a la cabeza en las encuestas –aun si hay que ser cauteloso con la credibilidad de algunas. Con su avance, unos se ponen nerviosos e intentan poner nerviosos a otros. Tal es el miedo a López Obrador que se pierde la precaución ante el ridículo, como si en estos tiempos híper informados los engaños permanecieran mucho tiempo en pie.
Esta vez The Economist perdió los estribos: comparó a Lázaro Cárdenas con López Obrador y afirmó que el primero fue un popular constructor de instituciones que abogó por la unidad en México mientras que el segundo es un populista anti institucional que divide al país. Para colmo, los expertos en América Latina dijeron que AMLO no entiende a Cárdenas. Habría que hacerles notar que no es sólo él, sino que el Cárdenas que inventan nadie lo ha visto en la historiografía mexicana. Se trata de un personaje tibio cuya existencia quizá solamente Enrique Krauze validaría, pues ya antes quiso hacer una distinción entre lo “popular” y lo “populista” para dividir a políticos entre buenos y malos. Lo hizo, por cierto, justamente el día en que Barack Obama se proclamó populista y lo dejó –como a muchos que lo admiran– con un tremendo chasco.
No son pocos a quienes los populistas les gustan más entre más tiempo lleven muertos, y eso explica la reciente adhesión al legado del general. Aunque la publicación londinense quiera implicar que era un estudioso de políticas públicas, Cárdenas fue primordialmente, como tenía que ser, un jefe político que disponía de gente capaz de su mayor confianza para hacer cálculos y planes, de modo que resultaran más efectivos. Don Lázaro hizo su primer equipo con políticos y funcionarios brillantes, algunos de ellos bastante radicales.
Van algunos ejemplos: el cardenismo puso primero la hacienda pública del país en manos de un socialista inteligente y temperamental como Narciso Bassols. Igualmente, se apoyó en el brillante Jesús Silva Herzog, asesor de la misma Secretaría de Hacienda en cuyas manos estuvo hacer un informe que evidenció todos los abusos de las petroleras extranjeras y dio pie a la expropiación. Eso, sin contar al muy radical Francisco José Múgica en la Secretaría de Economía, primero, y en la de Comunicaciones y Obras Públicas, después. O a Tomás Garrido Canabal, el secretario de Agricultura que tuvo el mal tino de perseguir católicos como si fueran delincuentes. El contraste podrá encontrarse muy pronto, el mes de diciembre, cuando López Obrador dé a conocer su gabinete. Apuesto doble contra sencillo a que será imposible hallar un perfil tan radical.
Lázaro Cárdenas enfrentaba cuando debía hacerlo, y nunca rehuyó pronunciar discursos encendidos como los que se le atribuyen en exclusiva a López Obrador. Lo cuenta Fernando Benítez: en ocasión de la rebelión de Cedillo, cacique maiceado por las grandes petroleras internacionales, Cárdenas fue a su estado, San Luis Potosí, sin escolta, y desde el balcón del Palacio de Gobierno –como populista de manual–, advirtió a los potosinos sobre la injusta rebelión de Cedillo, lo que costó que horas más tarde bombardearan la finca donde se refugió. Lo mismo hizo cuando la ultraderecha atacó a una misión cultural en Irapuato, causando 18 muertes: se metió a una iglesia y desde ahí culpó a clero, industriales y hacendados. Se trata del mismo revolucionario que dio la orden de quemar los pozos petroleros ante una eventual intervención militar causada por la expropiación; el mismo que promovió la administración obrera de ferrocarriles que hizo que lo tacharan de comunista furioso.
Como el presidente Cárdenas permitió que fueran visibles las exclusiones y divisiones sociales, frecuentemente se le acusó de dividir a la sociedad. En su sexenio, los obreros tuvieron espacio para organizarse, y fue por ello que estallaron legendarias huelgas. Entre las más recordadas está la de los electricistas en 1936, que dejó por casi 10 días a la Ciudad de México en penumbras, lo que desató cierta histeria clasemediera.
En lo único que atina el artículo mencionado, es en decir que Cárdenas fue un constructor de instituciones. La formación del Partido de la Revolución Mexicana, sucedáneo del Partido Nacional Revolucionario de Elías Calles y predecesor del PRI, fue eso, y contribuyó a cimentar toda la institucionalidad que seguiría. La fundación del PRM obedeció, sin embargo, a la necesidad que la nueva época planteaba de incorporar a las masas obreras y campesinas a la participación política, cosa que no había podido lograr el viejo PNR. El PRM reconocía la lucha de clases, se abrió a la doble militancia de los comunistas y decía luchar por una democracia de los trabajadores, algo muy lejano a la conciliación de clases que The Economist soñó. En contraparte, surgieron como nunca –y esto lo documentó Octavio Rodríguez Araujo– numerosos y beligerantes grupos opositores de los que sobrevive en nuestros días el Partido Acción Nacional. Así era Cárdenas, populista pero institucional, polarizante pero nacionalista, prudente pero igualitario. Comparado con él, López Obrador es más bien moderado.