EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

“Contingencia” y respuestas parciales

Humberto Musacchio

Marzo 25, 2016

La “contingencia” ambiental ocurrida en días recientes exhibió la indefensión en que se hallan los habitantes de las grandes ciudades. Esta vez le tocó a la capital del país, pero en los últimos años es cada vez más frecuente que Guadalajara, Monterrey, Puebla y otras urbes padezcan el problema de la contaminación excesiva.
Lo que enfrentaron los habitantes de la Ciudad de México no fue, como dicen las autoridades, una “contingencia”, pues, según la Madre Academia, la palabra significa “posibilidad de que algo suceda o no suceda”, “cosa que puede suceder o no suceder”. En el caso referido, la contaminación excesiva sí se produjo, sí sucedió, pues las mediciones rebasaron lo tolerable, y eso que la norma mexicana es mucho más laxa que la empleada en otros países.
Para hacerle frente a la situación, las autoridades decidieron prohibir la circulación de cientos de miles de automóviles, lo que está muy bien, pero eso demuestra que en el extinto Distrito Federal circula un número de vehículos muy superior a lo razonable.
En plena “contingencia”, los camiones recolectores de basura se paseaban muy orondos por las calles o, lo que es peor, se detenían media hora y más en un solo punto, con el humeante motor en marcha. ¿Por qué? Porque cada camión es un próspero negocio en el que se separan cartón, metales, vidrio, plásticos y otros materiales que la mafia de la basura vende a muy buen precio, para luego repartir el producto entre choferes, líderes y funcionarios del gobierno.
Por supuesto, cuando ya la población capitalina se está ahogando en el aire enrarecido, las autoridades se llenan la boca hablando de más rigor con los automovilistas de contaminan, paso previo a más prohibiciones en perjuicio de los ciudadanos y de la movilidad urbana. Lo cierto es que el pésimo transporte público es uno de los mayores contaminantes, pero a las autoridades no les preocupa mayor cosa. Combis, camiones, chimecos y otros monstruos recorren impunemente la ciudad chorreando porquería. ¿Y la autoridad? Bien, gracias.
Cuando ya el desastre se produjo, entonces surgen las soluciones mágicas: control y monitoreo de emisiones contaminantes, meter en cintura –ahora sí– al transporte público, más inversión en el metro –cuando haya dinero–, exigirle a Pemex gasolinas con más bajo contenido de azufre, eliminación de topes y tapar baches que originan acelerones contaminantes, así como límites de velocidad menos absurdos que los del nuevo Reglamento de Tránsito.
Como puede verse, las propuestas siempre se reducen a meros paliativos, porque nada evitará que haya cada vez más autos y que por tanto las emisiones contaminantes vayan en aumento, que el transporte público siga siendo el monumental caos que sufren los pobladores de la metrópoli cada día o que ahora, al autorizar la apertura de gasolineras a las firmas trasnacionales y liberar la importación, lleguen combustibles más puercos que los de ahora. La proliferación de topes es un juego que las autoridades practican con verdadero entusiasmo, lo que hoy se ve premiado con un Reglamento de Tránsito hecho para despelucar a los sufridos habitantes de la Ciudad de México.
El problema de la contaminación es sólo uno, aunque por supuesto no menor. Otro es la lentitud del tránsito, que llega a la casi inmovilidad en las horas pico. A lo anterior agréguese la insuficiencia del agua, 30 por ciento de ella captada y transportada a un alto costo de fuente lejanas y 70 por ciento extraída del subsuelo capitalino, donde cada día crecen las enormes grutas que va dejando la irracional explotación del líquido con el consecuente peligro de que cualquier día veamos derrumbes masivos en las zonas más castigadas.
Y en medio de tantas soluciones parciales que a fin de cuentas son meros paliativos, a nadie se le ocurre retomar el viejo proyecto de sacar los poderes federales, llevarlos a la costa donde hay agua en abundancia y vientos que permiten barrer la inevitable contaminación. Se dice que sería muy costoso el traslado, pues implica levantar numerosas construcciones para oficinas públicas, vivienda, espacios comerciales y todo lo que requiere una ciudad. Sí, en efecto, sería muy costoso, pero es más caro seguir como hasta ahora, viendo como se agravan año con año los problemas urbanos. Pero las grandes soluciones a los problemas sociales, ya se sabe, son cosa de estadistas. No pidamos peras al estéril olmo del PRI.