EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Control y obediencia

Florencio Salazar

Junio 02, 2020

“Se gobierna por poco tiempo,
pero al estar en un orden democrático
se es gobernado por toda la vida”.
Plutarco.

El fundamento del conocimiento científico es el conocimiento empírico. Primero fue observar el movimiento de las cosas y cuando las mismas causas provocaron los mismos resultados la repetición de los mismos hechos se convirtió en las leyes que sustentan los procesos.
Los grupos tribales, los asentamientos comunitarios y las ciudades tuvieron líderes que mandaban y se hacían obedecer por la fuerza. El dominio de los jefes, la creación de las jerarquías, la identificación de intereses, todo aquello que implicaba decisión e influencia. Por ello, ha sido objeto de atención primordial el estudio del poder.
Los hombres de poder invariablemente acudieron al mito para imponerse, hasta que los reyes establecieron la herencia divina. Excelente fórmula: no había porqué dar cuentas a nadie, salvo a los cielos. Pero no gobernaban solos, la estructura del poder se sustentaba en la triple alianza: príncipe, generales y sacerdotes. Así funcionaron los imperios azteca y español.
Los siervos, la gente común, proveían a la jerarquía de tributos y de soldados. Sometidos absolutamente, más que personas eran cosas. Lo único que necesitaban de los poderosos era protección ante las bandas violentas y la hambruna. Nomás eso, seguridad en la vida y, de ser necesario, en el sustento.
Los pensadores de la antigüedad, especialmente Aristóteles, organizaron teóricamente al Estado, definiendo las cualidades de la monarquía, la aristocracia y la democracia. En Grecia y Roma, se organizaron las diversas formas de gobierno.
La democracia advertida por los filósofos griegos sería un sistema que propiciaría la falta de calidad en los gobernantes y en la cual la plebe podría decidir sin considerar las consecuencias de su mandato. Como ocurre con el referéndum, lo pensaban como un voto sin responsabilidad.
Al paso de los siglos los papas coronaban reyes y reinas. Bajo su beatífica intermediación la corona era ceñida por el Altísimo. También concedían y reconocían territorios a favor de estos o aquellos monarcas. Julio VI, el papa Borgia, mediante las Bulas Alejandrinas repartió entre España y Portugal el continente descubierto por Cristóbal Colón. La razón sostenida no fue el comercio ni la explotación de los recursos, sino la evangelización de los salvajes, a quienes se consideraba igual que a los animales, pues no se les reconocía que tuvieran alma.
Como sabemos, únicamente el cambio permanece. Los aristócratas, los miembros de la corte inglesa, se rebelaron contra su monarca por la supresión del Par-lamento, que era convocado solo (y para) cuando las necesidades del rey así lo exigían, disolviéndose luego cumplida la disposición. Los nobles decidieron mantener el Parlamento estableciendo que el rey debería consultarlo obligatoriamente. Para el monarca inglés resultaba inaudito. ¿Cómo se atrevían aquellos mentecatos a pedir cuentas cuando él sólo debía obediencia a Dios? El rey Carlos IV no cedió y los señores de la corte, cansados ante su reiterada negativa, le cortaron la testa el 30 de enero de 1649. Se podrá advertir la similitud de errores de Carlos IV y Luis XVI, quien convocó a los Estados Generales en Francia y también terminó decapitado el 21 de diciembre de 1793.
Las revoluciones de Oliverio Cromwell en Inglaterra y la revolución francesa acabaron con los reyes intocables, estableciendo la supremacía del mandato popular a través del sistema parlamentario electo democráticamente.
Si el despotismo se impone el exceso de fuerza resquebraja la estructura de poder y termina por derribar la cúspide; cuando el Parlamento abdica de su poder de control abre paso al despotismo.
En nuestros días, el equilibrio de poderes y el respeto a la ley son los que mantienen la funcionalidad democrática.