EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Cosas de poca importancia

Florencio Salazar

Noviembre 18, 2021

Los hombres condensan su vida en historias.
José Emilio Pacheco.

Escribo para decir nada. Los hechos hablan sin necesidad de intérpretes. Lo necesario es narrar una historia, un episodio, una anécdota siquiera. Para comunicar la memoria gratifica, aunque no siempre ofrezca lo que verdaderamente necesitamos. Algunos rostros se esconden, otros huyen y también ocurre que otros más desaparecen. Así ha pasado: a ti, a mí, a él, a todos. Sentimos que la cabeza se llena de lagunas. Que algo está faltando para hacer una conversación.
Por ejemplo, quisiera escribir sobre Juan Sánchez Andraka, el escritor. Vi su fotografía en FB en el homenaje que le hicieron en la Feria del Libro de Chilpancingo. Tiene una cara de felicidad que no puede con ella. Ha escrito una veintena de libros, pero uno es el sobresaliente: Un mexicano más. En su autobiografía, En mi propio surco, se compromete a decir la verdad y sólo la verdad, pero dice la verdad a medias. Nada sorprendente. El propósito de la autobiografía es perfeccionar la vida, dicen los expertos. Siempre quedará en ellas oculto lo incontable. Juan merece el homenaje.
O quizá debiera ocuparme de la exposición de Tardes de Café, el libro de poesía editado por AvispaRoja. Ahí estaba en la misma Feria, con una sonrisa de horizonte, su autora Fernanda Ortiz. Libro que, por cierto, la editorial no ha presentado. Es significativa su buena recepción. Lo que ha faltado –problema generalizado– es la crítica literaria, indispensable para orientar al posible lector. Todo queda en los estrechos comentarios de café. Hay que ampliar el círculo, los círculos, la onda.
Lo anterior me lleva a otro comentario. Aspiramos –los que aspiramos– a ser una sociedad de lectores. Se necesita, entonces, llevar el libro a los ojos del lector y al lector a las portadas de los libros. Existen tres medios para lograrlo: las librerías de libros en papel, las librerías digitales y las Ferias. Llegar a los dos primeros, es muy complicado. Esos espacios están saturados por las grandes editoriales, y ahí tuercen el rabo las editoriales independientes.
Generalmente las editoriales independientes son empresas de los propios creadores, como un esfuerzo para poder publicar. De paso hay que decir que todos los que escriben quieren publicar, aunque algunos lo nieguen. Ahora hay empresas de bajo presupuesto –supongo– que ofrecen publicar desde uno, 10, 50 o los ejemplares necesarios; pero no son propiamente editoriales. Pagas y te entregan tus libritos. Libritos, en diminutivo, con cariño.
En España, con tecnología de punta, están implementando un nuevo sistema de venta de libros. Se llega a la librería, se solicita una obra, se revisa el catálogo, se coloca en pantalla el texto seleccionado y luego se digitaliza. Veinte minutos después, se entrega el libro impreso en esa máquina, con las mismas características de la edición original. Una cara de la moneda es que el librero no necesita de espacios de exposición y bodega; la otra, se evita el placer de tocar, revisar, sopesar y sentir las hojas del libro. Ni modo, todo tiene un costo.
Me cuentan que la UNAM tiene miles y miles de libros embodegados. Ese es el principal problema de las ediciones que podemos generalizar como públicas. Se publican libros que se quedan asfixiados en cajas y cajas y cajas. Pasado el tiempo, víctimas de la humedad, de insectos y roedores, terminan en la basura, pues frecuentemente no llegan ni siquiera a las bibliotecas públicas. Distribuir con eficacia, se llama el juego.
Paco Ignacio II –parece placa de coche– escritor, y ahora librero y político, como director del Fondo de Cultura Económica, tiene el buen criterio de sacar a remate sus existencias. El FCE es internacionalmente reconocido por la calidad de su catálogo. (Puse catálogo y el corrector castálogo. Creo que castálogo puede ser un útil neologismo, definiría los libros castos, oscurecidos en los sótanos, que no se venden ni se leen). Vuelvo al tema del remate de libros del FCE. Bien por Paco II, de quien he leído un libro y me abstengo de sus opiniones políticas. Como librero, ni qué decir.
Sigo en el fondo con el Fondo. Cuando fui embajador en Colombia propuse que las librerías del FCE en el extranjero se llamaran, por ejemplo, Librería México Gabriel García Márquez. Así se llama la de Bogotá –sin el nombre de México. Con 10 mil metros cuadrados de construcción, diseñada por el desaparecido y reconocido arquitecto Rodolfo Salmona, ha sido declarada patrimonio cultural de la nación. En aquella ciudad dan por hecho que es obra del gobierno colombiano. La diplomacia cultural tiene por objeto expresar y difundir los valores del país que se representa.
Hay personas inteligentes que nunca han leído un libro por placer y hay libros inteligentes que no han tenido el placer de ser leídos. Se preguntarán: ¿por qué hay personas inteligentes que no son lectoras? Porque esas personas confían en su experiencia, sentido común y capacidad de comprensión de la vida cotidiana. La lectura refina a las personas, lo cual no significa que las haga mejores. Leer es como montar en bicicleta.
¿Recuerdan el poema de León Felipe? “¿Qué lástima/ que no pudiendo cantar otras hazañas/ porque no tengo una patria/ ni una tierra provinciana/ ni una casa solariega y blasonada/ ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla/ ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada/ y soy un paria que apenas tiene una capa…/ venga forzado a cantar cosas de poca importancia!”
¡Qué lástima!