EL-SUR

Martes 30 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Cosas extrañas e inexplicables

Florencio Salazar

Abril 07, 2022

O es una pesadilla; a veces nos confundimos entre una cosa y otra.
Leonora Carrington.

Los viajes más interesantes, complicados, de difícil inicio, tránsito y fin, son los que se hacen al interior de uno mismo. Hay un universo en cada cerebro humano y muchas partes de dicho universo son desconocidas porque la memoria oculta elimina algunos testimonios de lo vivido.
Hay experiencias que deliberadamente queremos alejar del recuerdo. Pero ese es un combate contra Heracles; por un tiempo lo incómodo parece desterrado, pero como relámpago aparece y trae consigo el insomnio y la atracción hacia momentos que parecían perdidos o, incluso, que se ignoraban.
La conducta no es una línea recta entre dos puntos. Son líneas curvas, circulares, perpendiculares y hasta paralelas, que se marcan en la génesis constante del pensamiento que mueve la palanca de la acción. Cada ser humano es sol y sombra, así no lo registre el conocimiento. Las partes oscuras de cada uno quedan en los sótanos y de pronto emergen como fantasmas, como indeseables apariciones, a las que se puede llegar a temer.
¿Las apariciones, que algunos han llegado a visualizar, surgen del interior de la persona o son resultados de campos magnéticos –como han dicho especialistas– atrapadas en un espacio determinado? Espíritus que por alguna razón, no han podido partir con el cuerpo hacia su destino final.
En dos casas que he habitado han ocurrido cosas extrañas. En la primera, mis entonces pequeñas hijas, insistían que alguien subía y bajaba por la escalera. Lo cierto es que el perro ladraba con furia hacia ella o en dirección a la cocina, que estaba solitaria. En la segunda había un cuarto de televisión con sofá enfrente y un sillón de costado. Me senté en el sofá y terminé tendido, dormitando. Al abrir los ojos en el sillón se encontraba un hombre rubicundo, vestido con un traje color arena, de aproximadamente 40 años de edad. Yo, al despertar, pensé: ¿qué hace este señor aquí? La figura se incorporó, dio un paso y desapareció. Cuando comenté el hecho, amigos me dijeron que era imposible, que probablemente lo había soñado. Sólo una amiga me dijo que era posible que esa persona estuviera sepultada en el predio de la casa y que, en ese caso, yo era el intruso. “Lo mejor –me aconsejó– es no molestarlo para que no te cause problemas”. Eso hice: no hubo agua bendita ni rezos. Pero cambié el televisor del lugar. Cada vez que pasaba por esa habitación se me enchinaba el cuerpo.
El desaparecido doctor Roberto García Infante, me contó que cuando fue diputado federal –por los años 40– al salir de la Cámara encontró a una joven que era secretaria de algo. Después del saludo de rigor, ella le preguntó si iría a Chilpancingo. Lo cual precisamente se proponía hacer. Le pidió de favor, que pasara a Iguala y le dijera a su mamá que las escrituras de la casa estaban detrás del espejo de la sala. Llegando a Iguala –entonces paso inevitable hacia Chilpancingo– se dirigió al domicilio. Le abrió la madre de la joven, muda se dirigió hacia el espejo en donde, en efecto, estaban las escrituras. Casi balbuceando dio las gracias al doctor García Infante y le dijo que su hija tenía una semana de haber muerto.
He conocido muchos relatos de fantasmas, de personas que acuden con curanderas para que les hagan limpias, de alguna que fue a Cuba para participar en un ceremonial de los negros que entran en éxtasis y después quedan desguanzados, débiles, por el esfuerzo físico y espiritual de los rito con gallinas degolladas, plumas ensangrentadas y golpes con ramas leves pero constantes. Se supone que así purifican el alma alejándola de los demonios. Desde luego, sobre esto hay mucha charlatanería: amuletos, convocatoria a los “eternos”, pócimas para el bien y el mal. El mercado Jamaica, en la Ciudad de México, se caracteriza por la cantidad de cosas extrañas que venden para embrujar y desembrujar. Se puede creer o no, pero lo cierto es que, por décadas, centurias, siglos, el ser humano ha creído en algo que ocupa lugares inconcebibles y, por ello, aseguran su existencia.
En la capital de la República tuve un joven amigo, blanco, pecoso, de pelo casi rojo, que me platicó su historia. Hijo de familia de clase media, estudiaba en el bachillerato cuando conoció a una mujer mayor que él. Ella lo invitaba a su casa, donde comía o cenaba, y se amaban; lo empezó a alejar, pero él no podía separarse. Abandonó la escuela, rodó en la vagancia, empezó a consumir drogas y se sentaba en la puerta de la casa de la mujer a llorar, esperando que volviera a abrirle, lo que no volvió a ocurrir.
Desesperado solicitó auxilio y alguna persona compadecida lo llevó al mercado Jamaica en donde le dieron una pócima. Le dijeron que ella lo tenía cautivo por la carne que le preparaba para la comida. La pócima lo volvió a la normalidad, a su casa, a la escuela y terminó su licenciatura. Cuando mi amigo me narraba sus peripecias, que estuvieron a punto de descarrilarle la vida, yo le hacía preguntas incrédulas. Nunca dejó de ser afirmativo.
Escribí los temas posibles para mi colaboración semanal: La revocación de mandato, la descalificación presidencial al INE, la reforma eléctrica, la invasión rusa a Ucrania, los crímenes de lesa humanidad de Putin, el Comité de Amistad con Rusia de la Cámara de Diputados federal, la continuidad de los bloqueos y otros más. Llegué a la conclusión de que sí hay un submundo en el que ocurren cosas extrañas e inexplicables.