EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

POZOLE VERDE

Crisis renacentista y literatura / 7

José Gómez Sandoval

Abril 11, 2018

Cervantes aún espera el nieto español capaz de entenderle

En el Pozole anterior quedamos en que para los críticos contemporáneos de Miguel de Cervantes Saavedra El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha no era más que una parodia, un alegato divertido contra las novelas de caballerías. El reconocimiento como obra mayor llegaría hasta finales del siglo XVIII, a través de traductores y prologuistas extranjeros. En el siglo XIX, en España, se estudian las fuentes del Quijote, se aclaran voces y giros anticuados, se señalan errores, periodos mal construidos, se le desbroza gramaticalmente y detalles por el estilo. Los críticos siguen declarando que Cervantes es un genio lego, un escritor de medio pelo, con una cultura regular, que escribió una obra maestra de chiripada, y a quienes intentan interpretar en ella mensajes “ocultos” de tipo religioso o social los instan a que “no busquemos más en el Quijote”, pues “está escrito en prosa, es como raras poesías de los místicos en as que igual da comenzar a leer por el fin que por el principio, porque cada verso es una sensación pura y desligada, como una idea platónica”.
Para Mauro Olmedo, con esta tendencia purista, idealista, “platónica”, los comentaristas españoles revelan una especial preocupación porque no llegue a descubrirse en el texto de la obra, ni en la arquitectura de la misma, tendencia alguna que disienta del dogma religioso, ni manifestaciones heterodoxas de la doctrina oficial de la Iglesia católica. Las interpretaciones que salen del canon, como la de Aureliano F. Guerra, para quien las dos manadas de carneros y ovejas que don Quijote parece confundir con dos ejércitos de gigantes simbolizan los dos partidos que entonces esquilmaban las rentas públicas, con los que hacían pingües negocios, fueron ignoradas, desestimadas o ridiculizadas; en 1917 hay quien afirma que en Cervantes “no se encuentra… ninguna elevada interpretación del mundo, ningún sólido pensamiento político, religioso o moral: sigue la fe de sus mayores, respeta el orden establecido y las verdades reconocidas: el trono, el altar”.
Y señala el paralelismo y semejanza que existe “entre la auténtica faz de la degenerada y depravada nobleza de aquellos tiempos, tan maravillosamente pintada con mano maestra de Cervantes, y la de la podrida aristocracia y corrompida burguesía españolas de hoy”.
Ortega y Gasset ya duda, o sospecha algo de lo anterior: “Seamos sinceros –escribe–: el Quijote es un equívoco. Todos los ditirambos de la elocuencia nacional no han servido de nada. Todas las rebuscas en torno a la vida de Cervantes no han aclarado ni un rincón del colosal equívoco. ¿Se burla Cervantes? ¿Y de qué se burla?” Resignado a la ignorancia, resuelve que Cervantes “se halla sentado en los elíseos prados hace tres siglos, y aguarda, repartiendo melancólicas miradas, a que le nazca un nieto capaz de entenderle!”…
El mexicano Antonio Rodríguez Marín (a quien tanto debe, según Osterc, la crítica cervantina en el caso de los galeotes) aún ironiza sobre los que “se dedican a destilar por la fina alquitara filosófica la quinta esencia de la significación del Quijote, invectiva contra los libros de caballerías”, como “el mismo Cervantes lo dice”, pero para Ludovik Osterc “la obra más amplia, humana y honda que se ha escrito, no puede ser una mera diatriba contra un género literario” pasado de moda”. Además, ni sátiras ni parodias duran sobreviven a las situaciones que las causaron. Como Olmedo, cuenta las no pocas ocasiones en que Cervantes, en diversas partes de su novela, recalca su “deseo de poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”, y, como aquél, deduce que tanta insistencia en el propósito de la obra no puede menos de hacernos creer que Cervantes barruntaba claramente la sospecha que provocaría el contenido de su libro en los fervorosos celadores del Santo Oficio, y para distraer su vigilancia hacía hincapié en su presunto objetivo, atrayendo, al mismo tiempo, la atención de los lectores sobre aquel otro… sospechado objeto, por si alguno hubiere pensado en “algo más” ante escenas o diálogos…

Necesidad de comento para entenderla

Se diría que, tras el éxito popular de la Primera Parte, Cervantes previo el alcance universal de su obra y en la Segunda Parte hace decir al Quijote, que platica con el bachiller Sansón Carrasco: “Así debe de ser mi historia, que tendrá necesidad de comento para entenderla”. “Tan es verdad –contesta luego el bachiller– que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia; si no, díganlo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso… y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traguzga”.
Olmedo y Osterc coinciden que el estudioso español Américo Castro fue el primero que señaló que “hay una guardia celosa que vigila para que nadie pueda traspasar el canon crítico permitido”, que “la tendencia de la crítica ha sido… suprimir la busca de problemas en Cervantes; su consigna parece ser: ‘Aquí no ha pasado nada…’” Osterc supone que en España siguen dominando las mismas fuerzas sociales y políticas de índole conservadora y reaccionaria de hace cuatrocientos años y eleva la consigna a “verdadera conjuración” en torno al “mensaje fundamental” del Quijote -en cuyo caso hasta la vez participan los autores de todos los libros que se estudian en escuelas mexicanas, de primaria a bachillerato… y demás. Durante varios años, un profesor de la Universidad Autónoma de Guerrero acudió, con sus alumnos (que tenían que pagar viaje, alimentación y hospedaje), al Festival Cervantino, para el que preparaba un ensayo de corte idealista, y el chilpancingueño Arturo Nava Díaz inició un programa en Radio Guerrero que no llegó a tres, porque el poeta se lo llevaba “explicando” el Quijote a partir de las acotaciones a pie de página de las ediciones críticas y él mismo se aburría. Y ya que, fuera de nuestra costumbre, hemos metido la pata en el ámbito regional, recordemos, entre las experiencias cervantistas surianas, el homenaje que Carmelita de Laúd brindaba a Cervantes y a don Quijote de la Mancha en su restorán un día al año, en Chilpancingo, y la lujosa, insípida e insápida (sin información alguna y con el texto recortado) edición que (mientras los “cultureros” –como los llamó un alto funcionario estatal– se amotinaban frente al Instituto Guerrerense de la Cultura exigiendo pago a becas y por actividades devengadas) publicó el gobierno del estado de Guerrero en la gestión de René Juárez.
Olmedo, en 1958, y Osterc en 1975, retoman la orientación que dejó Castro sobre las huellas de Erasmo en la obra de Cervantes. No insistiré en las ideas de Erasmo (léase el PV del 7-febrero pasado) ni en la amplia difusión que éstas tuvieron en los países europeos y particularmente en España, donde fueron apoyadas hasta por “ejecutivos” inquisitoriales, antes del Concilio de Trento y el feroz ataque de la Contrarreforma que empezó por incluir los de Erasmo y los de sus “secuaces” en el Índice de libros prohibidos en España. Antes de poner ejemplos sobre la “opinión” crítica sobre la “hipocresía” religiosa (evidenciada por Erasmo) disfrazada de juego o chocarrería en la novela de Cervantes Saavedra, es pertinente recordar el sombrío mundo eclesiástico de la época.

Ningún cura cantaba mal las aleluyas

En aquellos tiempos la Iglesia se desempeñaba como un gran señor feudal. Los altos eclesiásticos procedían de clases nobiliarias y seguían siendo señores temporales: tenían el poder espiritual y al mismo tiempo poseían tierras y vasallos, eran dueños de inmensas superficies de tierra y percibían enormes rentas. A mediados del siglo XVI las rentas de sus posesiones constituían la mitad total del reino (y no pagaba impuestos).
Según un erasmista español de la época, los canónigos “de la catedral” obtenían su puesto por el favor, el dinero o la intriga. “Los canónigos y los arcedianos (diáconos principales) exigen inexorablemente los diezmos, venden el trigo de la Iglesia más caro que los usureros sin entrañas, se les ve pasar en mulas bien enjaezadas, rodeados de servidores. Estos hombres, salidos en su mayor parte del pueblo, sienten por el pueblo un soberano desprecio y se arrogan privilegios singulares”.
El clero parroquial no cantaba mal las aleluyas. Eran tan numeroso que las rentas y diezmos apenas bastaban para alimentarlos. Sus desórdenes eran alentados porque eran la fuente más importante de la justicia episcopal, y aunque “frecuenten casa de mala nota, que jueguen y despilfarren en una hora una fortuna, que sean rufianes o usureros, que alardeen de una ignorancia suprema, en ningún caso serán juzgados con dureza, con tal de que dejen dinero a los denunciadores y al fisco”. Los monásticos –testimonia el erasmista- “hacen la competencia a los sacerdotes: hay religiosos que matan porque les ha gustado una mujer; que roban doncellas; que se hacen culpables de adulterio, y hacen del confesionario, cuyo monopolio han arrebatado al clero secular, un coto para la caza de herencias”. Todos bajo el nombre de Dios. Para el Brocense el dicho de: “el que dice mal de Erasmo o es un fraile o es un asno” significaba que si no hubiese frailes no estaría prohibido ningún libro de Erasmo.

La ironía de Cervantes empieza con unas frases

En la plática que sostiene con Sancho, la duquesa dice: “Y advierte, Sancho, que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente, no tienen mérito alguno y no valen nada”. Frase de raíces erasmistas que los comisionados de la Inquisición, presos entre la tradición medieval del catolicismo, la contemplación y la fe ciega, por una parte, y la tendencia racional y humanista de la época, por otra, no vieron o no se atrevieron a censurar (como lo hicieron con otras más simples) en el Quijote.
La frase, tan heterodoxa, de: “cada uno es hijo de sus obras”, que olvida la sentenciosa concepción de un destino personal predispuesto por Dios o sus estrellas, también se le escabulló a los dictaminadores del Santísimo Tribunal, quizá porque se la pasaban sonriendo mientras se enteraban de las torpezas del loco personaje, posiblemente porque los solapados recursos narrativos del autor habían surtido efecto. Uno de estos recursos consiste en expresar “heterodoxias” o algo “prohibido”, antecedido o seguido de su contradicción virtuosa y purificadora. La frase es recurrente, y don Quijote la adoba, por ejemplo, así: “Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden buenas o malas que sean, vienen acaso, si no por particular providencia de los cielos; y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura”.
Olmedo advierte que la puesta en escena de ánimas del purgatorio, oraciones, sermones, reliquias, santos, milagrerías, supersticiones, ceremonias religiosas, conducta antievangélica de los frailes, ermitaños y eclesiásticos da lugar a “zumbas y ataques” más o menos penetrantes; casi todas referentes al culto externo (para Erasmo el cristianismo debía ser interior) y cargadas de sentido irónico, pero, en cambio, en el libro a menudo se ensalza la heroica sumisión de las pasiones al imperativo cristiano, que para los personajes de Cervantes termina siendo un imperativo moral.

Prosa con clembuterol

Como el Pozole ya se está pasando de verde y la página se está acabando, vamos a quedarnos con el de la Triste Figura llegando a la venta en viernes, día en que, por un precepto religioso, no se puede comer carne. Tras asimilar el clembuterol ridiculizante del excesivo formalismo religioso, disfrútese la buena prosa de Cervantes Saavedra:
“Como haya muchas truchuelas, –respondió don Quijote– podrían servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillo que una pieza de ocho. Cuanto más que podría ser que fueren estas truchuelas como la ternera que es mejor que la vaca y el cabrito que el cabrón. Pero sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas”.
La semana que viene insistiremos en el tema.