EL-SUR

Lunes 17 de Junio de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Criticar a El idiota para no parecer un idiota o para imitar al idiota?

Federico Vite

Mayo 14, 2024

 

El idiota (1868), de Fiodor Dostoyevski, es uno de esos libros que propone el ideal de una utopía. El príncipe Myshkin posee la virtud de la bondad, del amor entendido como una manifestación del servicio y el respeto por el otro, sin importar lo que sea el otro y lo que ese otro quiera. Trata de imitar lo hecho por Cristo en la Tierra. Así que el príncipe regresa de Suiza a Rusia. Estuvo una larga estancia fuera del país. Recibió tratamiento por una serie de problemas físicos y emocionales que no le permitían la tranquilidad ni el sosiego. Debido a su tratamiento médico, no tuvo una educación formal y ciertamente eso le complica las cosas, pues no sabe lo que pasa en su país. Es doble el daño, porque su enfermedad y su ignorancia no le permiten apreciar la época de la Ilustración. A mí me gusta esta premisa, la enfermedad (intranquilidad y desasosiego) y la ignorancia no  permiten que entendamos el presente. Y poco a poco va descubriendo las relaciones de poder entre ejército, gobierno, pueblo y, especialmente, se ve impelido a seguir, valorar y experimentar la belleza de las mujeres. Se casa, pero no es un matrimonio tranquilo el suyo.
Busqué la traducción que mejor han valorado algunos especialistas de Dostoyevski. Hablo del proceso de traslación del ruso al inglés a cargo de Ignat Avsey. La editorial londinense Alma Classics utilizó la versión íntegra de Avsey en la edición de The idiot de 2010. La novela es de 689 páginas. Vladimir Nabokov menciona en sus Lecturas de literatura rusa, incluidos en el libro The Estate of Vladimir Nabokov(1981), algunos aspectos sobresalientes sobre este libro que me parecen, como todo en Nabokov, contundentes pero exagerados y con un tufillo de mala saña.
Estas conferencias, que el autor de Lolita brindó en la Universidad de Stanford, no son de características literarias, sino que fueron estrictamente realizadas para efectos educativos en 1940. Se dieron estas clases magistrales a muchos alumnos, pero no a especialistas en literatura. Son una especie de aperitivo a la obra de varios autores rusos.
El libro en el que se compilan estos textos de Nabokov ha tenido diversas traducciones y varias divisiones entre textos; en México, por ejemplo, Ediciones B lo publicó con el título Curso de literatura rusa. Es un documento filoso; pero alejándome un poco de la estatura literaria de Nabokov, me parecen conferencias en forma de diatriba que distancian al lector de los libros. Nabokov refiere que la obra de Dostoyevski no es precisamente la más lograda, ni la más interesante, él la considera desbordada y literalmente “estructurada a martillazos”.
The idiot es un libro en el que uno invierte tiempo y a cambio encuentra pasajes que enrarecen el ambiente y agrandan el sello literario de Dostoyevski. Por ejemplo: “De hecho, el Príncipe gira hacia ella animándose un poco (él parecía saltar hacia atrás rápida y confiadamente), yo de verdad pensé, cuando tú me preguntaste por un tema para pintar, en sugerir la cara de un hombre condenado, a un minuto o antes de que la hoja de la guillotina caiga, cuando él sigue de pie en la tabla o a punto de caer de la plataforma.
¿La cara? ¿Sólo la cara?, Adelaida preguntó, es una extraña sugerencia de tema y qué tipo de pintura podría ser.
Precisamente un minuto antes de caer, dijo el Príncipe y comenzó a retirarse un poco, desinteresándose de lo demás, y aparentemente olvidándose de todo”.
Pareciera decirnos que la época de la infancia del Príncipe se caracterizó por la violencia y esos hechos se mantienen en la psique del protagonista de esta novela. Así que por añadidura, la caída o perder la cabeza, es lo único que le parece interesante.
Dice Nabokov, acerca de la religión en The idiot: “Reclama para sí el carácter de intérprete genuino del cristianismo ortodoxo. Y para desatar todo nudo psicológico y psicopático remite ineluctablemente a Cristo, o más bien, a su personal interpretación de Cristo y a la santa Iglesia ortodoxa. Comprendemos mejor el lado verdaderamente irritante de Dostoyevski como filósofo”.
En cuanto a lo estrictamente literario, Nabokov es severo: “Los personajes no dicen la menor cosa sin palidecer, o sonrojarse, o dar traspiés. Los asuntos religiosos son nauseabundos por su insipidez. El autor se fía totalmente a las definiciones, sin molestarse en corroborarlas con pruebas”.
Y una más, para dejar constancia que a veces el recelo por un autor no permite apreciar la virtud de ciertos trabajos. “Pero la trama en sí está bien desarrollada, con muchos recursos ingeniosos que sirven para prolongar el suspenso. A mí me parece que algunos de esos recursos, en comparación con Tolstoi, son como mazazos a diferencia del toque ligero de los dedos de un artista, pero hay muchos críticos que no suscribirían mi opinión”, sentencia Nabokov.
Me parece que como apuntes incisivos este documento de Nabokov funciona, pero no es del todo cierto. Sí, como filósofo Dostoyevski es torpe, pero como novelista ofrece un horizonte mucho más atractivo. Usa el suspense de la manera habitual, como se utilizaba en esa época (e incluso en la nuestra), mediante cortes en los que el autor literalmente suspende el relato y se potencia la pregunta:¿Qué sigue en la historia? Después de cada corte, Dostoyevski reajusta los hilos que tensan la trama con desplazamientos tanto espaciales como temporales, en los que el Príncipe se somete a una nueva acometida de lo humano y sutilmente el ideal de la utopía cristiana (amar a todos como a uno mismo) se desmorona ante los ojos del lector.
El efecto que produce leer libros como éste no es precisamente el de un paseo  refrescante por un mundo imaginario, sino que gracias a la ambición del autor, el lector se enfrenta con personajes que parecieran lindar con la bipolaridad. Pero eso los hace muy atractivos, aunque a veces francamente son irritables y baladíes.
Me queda la impresión de que al leer El idiota, publicado hace 156 años, uno ingresa a un museo, donde se atisba la vida, no la perfección del amanuense. Puede contemplarse, por supuesto, el modo singular de concebir los valores de la existencia en el siglo XIX. Y me queda la certeza de que El idiota y la Montaña mágica, de Thomas Mann, se conectan en un punto: Suiza y los hospitales. Un género literario sale de ahí.
El idiota es un libro que genera muchas expectativas, pero no cumple todas; también debe decirse, exige tiempo, pero la singularidad radica en el atisbo de una utopía. Es menor a Crimen y castigo o a Los hermanos Karamazov, sin duda, pero si tiene ganas de acercarse a algo parecido a un museo literario, abra este libro. Es sumamente interesante.

*Como es usual en este espacio, la traducción de los fragmentos entre comillas es mía.