EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Crónica de cuarentena

Silvestre Pacheco León

Mayo 04, 2020

 

–Primera de tres partes–

Primera semana del 15 al 23 de marzo. Dicen que a veces conviene hacer más caso a los instintos para tomar una decisión correcta que detenerse a pensar demasiado. Y algo así me ocurrió que habiendo comprado mi boleto de viaje para el sábado 14 de marzo, me quedé con la maleta preparada porque en el último momento, por una corazonada, decidí cancelarlo.
La razón de mi decisión repentina la entendí después, cuando por la gravedad de la pandemia que se originó en la ciudad china de Wuhan el 31 de diciembre del 2019 comenzó a hacer estragos en el mundo y el gobierno de la república tomó la decisión de adelantar las vacaciones escolares de Semana Santa para enviar a los estudiantes a sus casas como medida preventiva, y mis nietas necesitaron de quien las cuidara.
El contagio había llegado a Guerrero a través de un ciudadano argentino que hizo escala en Acapulco procedente de Italia y la noticia se conoció con una estridencia que creó el ambiente para el morbo colectivo acompañado del miedo cuando se supo de la cantidad de guerrerenses viajando al extranjero.
Ese mismo fin de semana nosotros tomamos la decisión de encerrarnos en nuestra casa de Zihuatanejo con el doble propósito de cuidar de nuestras nietas y cuidarnos.
En los días siguientes más de una vez comentamos Palmira y yo, que estuvimos en el riesgo de pasar la cuarentena separados y distantes por mi viaje, por eso festejamos a la intuición que nos permitió la suerte de estar juntos.
La experiencia de convivir diariamente con nuestras nietas duró solo una semana, y no fue tanto que se hubiera agotado pronto nuestra paciencia, sino porque su mamá consiguió que le adelantaran las vacaciones, lo cual nos permitió alejarnos del riesgo de contagio a través de mi hija que iba y venía diariamente del trabajo a la casa para recoger a las niñas.
La única incomodidad que tuvimos en el tiempo dedicado a disfrutar la compañía de las niñas fue el ruido y el polvo que nos acompañó toda la cuarentena, provocados por la ampliación de una casa junto a la nuestra que a la vecina se le ocurrió iniciar justo cuando comenzó la epidemia.
La cuadrilla de peones y albañiles comenzaba sin miramientos con el ruido de golpear y cortar desde las ocho de la mañana hasta la noche, provocando un caos en nuestra vida de reclusión, hasta que les pedimos que redujeran su trabajo a un solo turno para nuestro descanso. Eso fue la único que pudimos lograr ante la imposibilidad de hablar con su patrona para que aplazara la obra porque se fue de vacaciones.
Los albañiles como muchos de los empleados que trabajan por su cuenta están tan enajenados por el dinero (como los empresarios que se niegan a cerrar sus negocios) que lo anteponen a su salud y la de sus familiares con el argumento cierto e inamovible de que si no trabajan no comen, aunque su ayuno sea frecuente porque como sector desprotegido, el de los albañiles pasa desapercibido para todos los gobiernos.
Por eso en el caso de los albañiles desistimos de buscar la manera de que clausuraran la obra, argumentando que atentaba contra la salud de los confinados, porque no acondicionaron su área de trabajo para aislar el ruido y el polvo ni contaban con la licencia de construcción respectiva, aunque no quiero dejar de mencionar que expusimos el problema a las autoridades federales y municipales que de todos modos no hicieron nada.
El ruido y el polvo de la obra nos provocaron problemas psicológicos y de salud. La más pequeña de nuestra nietas se agravó de tos, y los demás fuimos presa de cierta ansiedad porque el polvo nos afectó nariz y garganta que son dos vías por las que penetra el coronavirus al organismo humano, obligándonos a usar cubre bocas dentro de nuestra casa, de manera que ante cada acceso de tos y estornudo que sufríamos recordábamos nerviosamente los síntomas del coronavirus.
Toda esa incomodidad de vivir invadidos por el polvo y el ruido de la obra en construcción sin podernos alejar de ella, la superamos hasta que nos hicimos a la idea de verla como una prueba para desarrollar nuestra capacidad de tolerancia y supervivencia.

Segunda semana del 23 al 30 de marzo. Es domingo, la casa vecina amaneció en silencio y nosotros estamos solos en la casa por primera vez en una semana porque las nietas se han ido a su casa con su mamá.
Sin la urgencia de levantarnos temprano para su desayuno seguimos durmiendo hasta tarde. Eso nos sirvió para apreciar más el descanso y la tranquilidad como derechos que debemos tener todos los viejos.
De todos modos el ruido, el polvo y el estrés que implicó el cuidado de nuestras nietas nos afectaron. Palmira se enfermó de tos y acusó cierto mareo al levantarse de la cama. A mí me comenzó un zumbido en el oído izquierdo y un día se me tapó la garganta.
En esos días nuestra tensión aumentó, nos disgustábamos por las cosas más nimias y nuestros corajes escalaron hasta llegar a la confrontación. El ambiente en la casa se permeó de enojo. Fue el pico de la crisis que vivimos por el encierro, pues en tiempos normales la mayor parte del día la pasábamos fuera de la casa, ocupados de cualquier cosa, como ocurre en la vida de la mayoría de jubilados y pensionados.
Pero pronto volvió la ecuanimidad y se impuso el intelecto, reflexionamos de que estamos viviendo una guerra en la que hay que vencer, contra un enemigo tan poderoso y mortífero que está oculto de nuestra vista, del que solo podemos estar a salvo si nos mantenemos en confinamiento, cuidando nuestro sistema inmunológico, bien nutridos, descansados y felices.
Desde entonces eso fue lo que nos propusimos durante el tiempo que se prolongue la inmovilidad, vigilando el comportamiento de la pandemia y lamentando las dificultades más complicadas que tendrán las familias que viven hacinadas en cuartos y vecindades de las colonias populares, lo cual puede ser una de las razones de que muchos de sus moradores no conciben dejar la calle, aún cuando estén conscientes de la amenaza latente del virus que mata, porque es donde han pasado la mayor parte de su vida.
Impuesta la guía de nuestro intelecto para sobreponernos a la situación de crisis que vivimos, en adelante intercalamos nuestras ocupaciones muy personales con las tareas manuales para mantener la limpieza y el decoro de la casa y el jardín, así como el trabajo de la cocina donde en común hemos tenido algunos logros siguiendo los tutoriales que facilita la internet.
No hemos caído en la provocación de los medios que tanto han politizado el tema de la pandemia porque lejos de informar promueven el encono que tensiona y hace cometer locuras siguiendo el libreto de los poderes fácticos que quisieran con todas sus ganas regresar al régimen de privilegios.
Estamos tranquilos y confiados en el manejo inteligente que se hace de la crisis, con la confianza de que la mayoría de los mexicanos está contento con todos los cambios que se están produciendo con el nuevo gobierno, interesado en que la felicidad sea un estado de ánimo que todos podamos alcanzar.

Etiquetas: Silvestre Pacheco León, México, Guerrero, pandemia, crónica.