EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Crónica de una cuarentena

Silvestre Pacheco León

Mayo 18, 2020

(Tercera Parte)

Las dos caras de la moneda. Mientras mi hija mayor cuidando en extremo la salud de mis nietas toma en cuenta cada detalle de las medidas de higiene para salir de su casa y al regreso del trabajo, mi hermana menor que vive en el pueblo sigue su vida sin usar el cubre bocas para ir al mercado porque allá nadie se cuida de nada y a ella le da pena ser la única que va por la calle con protección.
Claro, la incidencia de enfermedades por contagio es más frecuente en la ciudad mientras que en mi pueblo la mayoría de la gente vive relajada porque allá no se conoce ningún caso de contagio.
Por fortuna en la región de la costa la disciplina que ha imperado en la mayoría de la población ayuda a tener buenos resultados, cuando menos hasta la fecha, en la etapa más crítica de la epidemia, en la que nos enfrentamos a la enorme debilidad del sistema de salud con falta de camas para quienes necesitan ser hospitalizados y la carencia de médicos capacitados para la emergencia, mal pagados y que trabajan sin el equipo de protección adecuado, cuando ya se escucha el anuncio del regreso escalonado a la “nueva normalidad” que está relajando la disciplina.
Si hasta hace pocos días veíamos distante el tamaño de la crisis ahora nos crispa mirarla de frente como la protesta surgida entre el personal médico del IMSS en Zihuatanejo inconforme con el propósito de sus autoridades para recibir a un paciente infectado procedente de Acapulco cuando el sistema de salud reporta que aún hay camas disponibles allá.
El suceso que ha escalado a otros niveles reveló la debilidad del sistema de salud en Zihuatanejo donde los dos hospitales disponibles que suman 18 camas carecen de suficientes médicos capacitados para atender a los pacientes de la región.
Por eso si hemos de aportar todos a la construcción de la “nueva realidad” la atención a la salud es prioritario y debemos pugnar porque sea suficiente y de calidad, disponible para todos los mexicanos como derecho que el Estado debe garantizar.
Eso me recordó la entrevista a Kolas Yotaka, la periodista taiwanés quien al describir la robustez del sistema de salud en su isla dice que allá cualquier ciudadano que se cree contaminado puede recurrir con toda confianza a cualquier hospital para hacerse la prueba y encamarse si lo requiere porque el Estado paga su estancia, su vivienda y su alimentación. Lo cual indica que eso mismo puede funcionar en nuestro país en la “nueva realidad” donde también tenemos que enlistar las palabras que están apareciendo en el uso frecuente de nuestro léxico, como la que se emplea para denominar a las actividades imprescindibles para que la vida pueda continuar.
Por eso conviene mantener presente lo esenciales que son todas las personas que prestan sus servicios en el área de salud y quienes hacen posible que funcione el servicio del transporte, la luz eléctrica, la internet, el comercio de bienes de primera necesidad, las trabajadoras domésticas y, desde luego, quienes garantizan que el agua llegue a los hogares, (ahora con mayor frecuencia que lo atribuyo a que el flujo de turistas se ha congelado), igual que las personas encargadas del servicio de limpia y recolección de la basura que se ven más relajados porque también se ha reducido considerablemente la generación de residuos en la ciudad, y ni qué decir de quienes trabajan en el sector educativo (maestros y demás personal que mantienen la vida en las escuelas) cuya tarea tanto ayuda a la educación de los futuros ciudadanos y al bienestar de los padres de familia quienes en el confinamiento han vuelto a su ocupación original.
En esa “nueva realidad” estamos obligados a velar porque se haga un reconocimiento permanente a todos ellos por habernos facilitado nuestra obligada estancia en cuarentena a la que cada vez nos acostumbramos porque contrario a lo que pudiera pensarse, nosotros sentimos que cada día pasa más rápido y solo cuando nos vemos al espejo con el pelo crecido y con más de un color nos damos cuenta de lo prolongado que ha sido.
En este tiempo nos hemos aplicado en conjurar la depresión con múltiples tareas que nos mantienen ocupados todo el día en diferentes partes de la casa aprovechando la luz natural y el clima propicio. Así la ocupamos toda ahora que hemos vuelto a vivir como al principio.
En el estudio para la meditación y la yoga en la mañana. Después del almuerzo el trabajo en la computadora y la máquina de coser. Al medio día frente al jardín mirando los pájaros que bajan a beber agua. Después viene la hora de la comida y una buena siesta por la tarde.
Casi siempre terminamos en la terraza leyendo o jugando mientras los pájaros vuelan en parvadas sobre nuestras cabezas en su regreso para dormir. Nos bajamos hasta que oscurece para continuar viendo las series televisivas en boga y raras veces cenamos.
Nos gusta estar atentos a lo que ocurre en la calle desierta porque de vez en cuando irrumpe alguien a toda prisa. Eso sí protegida con su cubre boca, hasta los vendedores callejeros obligados por sus carencias a salir de sus casas para ganarse la vida, como el heladero que todos los días pasa empujando su carrito en las horas de más calor.
Por la tarde nunca falta el vendedor de tamales con su llamativo sistema que replica en una grabación el modo de hablar pegajoso y singular de los costachiquenses que lo hacen vertiginosamente, a una velocidad difícil de igualar y también de entender. Ofrecen desde un carro de sonido elotes y tamales “calientitos” haciendo una descripción pormenorizada de la mejor manera de servir sus productos en la mesa. Hace mención hasta de la marca de la crema que conviene untar a los tamales y elotes, el queso y la salsa que mejor se lleva con ellos, sin faltar la marca del refresco frio para calmar la sed.
Entre los pregones de cada día la más aplicada es doña Dalia una mujer cuarentañera para quien no hay día de descanso. Su potente voz apenas la iguala su resistencia para cargar el enorme canastón sobre su cabeza lleno de bolillos. Se anuncia desde varias cuadras para que los vecinos acostumbrados a desayunar con su bolillo calientito la esperen a su paso.
La señora se mostraba feliz por la incorporación de su hijo mayor a la venta de bolillo, lo decía orgullosa pensando que desde los 15 años su heredero la podría relevar en el pesado trabajo, pero pronto la realidad le dio en la cara porque el hijo a temprana edad buscó y encontró su pareja. Entonces la madre se sobrepone porque dice que simpatiza con su nuera y repite que no le importa si está embarazada porque le ilusiona la posibilidad de tener un nieto para lo cual incita al hijo a trabajar doble turno para sufragar los gastos que se avecinan.
Doña Dalia sale todas las tardes de la casa del dueño del horno para andar nuevamente sobre sus pasos pero ahora con las piezas de pan dulce que antes de la pandemia vendía junto a la puerta de la escuela donde tenía una venta segura, hasta que la cerraron por la cuarentena y ahora tiene que buscar, casa por casa, los nuevos clientes para su pan dulce.
La historia que cuento es parte de los contenidos que tienen las video conferencias familiares que hemos adoptado como medio de comunicación para mantenernos actualizados de la vida en la comunidad, aunque hemos puesto énfasis en la idea que cada quien tiene de los cambios que han de venir, comenzando por la medida de lavarnos las manos a conciencia, adoptando ahora, como nuestra, la cultura de quitarnos los zapatos de calle para entrar a casa, y lavar cada producto que compremos aunque vengan bien empaquetado.
Una de mis hijas compulsivamente limpia y ordenada dice que ahora entiende que estuvo preparándose para la contingencia actual sin apenas darse cuenta de ello, lo cual le facilita tomar al pie de la letra cada una de las reglas de higiene, así como adoptar las previsiones más a propósito para la sobrevivencia.