EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Crónica de una muerte anunciada

Humberto Musacchio

Agosto 23, 2021

LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS

La renuncia de Enrique Márquez, director ejecutivo de la Diplomacia Cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores, es resultado no tanto de sus errores, sino del acatamiento robótico de las órdenes. No es dable suponer que sus desaciertos sean atribuibles sólo a su iniciativa. Cuando las cosas se enredan en grande, puede suponerse que el revoltijo no lo produjo un funcionario menor, pues está sujeto a normas y disposiciones que debe cumplir, so pena de quedarse sin empleo. Márquez cumplió y de todos modos se queda sin chamba porque alguien debe pagar por los desatinos y, desde luego, no debe aparecer como responsable el que está en la cima de la pirámide burocrática, quien da las instrucciones y es también aspirante presidencial y no puede asumir lo que implica desdoro. La obediencia ciega devalúa al invidente, lo hace desechable. Esa es la gran lección para el ahora defenestrado.

Va mi espada en Brenda

Continúa la cadena de traspiés, pues primero se anunció que para suceder a Jorge F. Hernández, quien fue grosera e injustamente despedido, se había nombrado a la también escritora Brenda Lozano, quien dijo estar “en medio de una guerra política y luchas de poder que, en el fondo, poco tienen que ver conmigo”. Pero sí tienen que ver con ella. El personal diplomático representa al Estado mexicano, pero también a quien lo encabeza, de ahí que le reclamen que en otro momento se haya pitorreado del gobierno al que se supone representaría “en un país en el extranjero” (Brenda dixit). Ella dice que no renunciará, pero alguien debe informarle que ya puede darse por despedida, pues el presidente de la República anunció que le pediría (en realidad que le ordenaría) a Marcelo Ebrard “que quien nos represente en lo cultural sea una mujer indígena, una poeta del Istmo, (o) de aquí del centro del país, mexica”. ¿Aunque carezca de experiencia y conocimientos del trabajo diplomático?

Cien años de Emilio Uranga

En el suplemento Laberinto, José Manuel Cuéllar Moreno nos recuerda que el próximo miércoles se cumplirán cien años del natalicio de Emilio Uranga, quien dejó la carrera de medicina para estudiar filosofía en la UNAM y doctorarse en Friburgo. Discípulo elogiado por José Gaos, Uranga formó parte del grupo Hiperión junto a Jorge Portilla, Luis Villoro, Ricardo Guerra, Salvador Reyes Nevares, Fausto Vega y otros personajes empeñados en desentrañar lo que era el mexicano. De inteligencia reconocida por amigos y enemigos, fue un polemista temible que –dice Cuéllar Moreno– “mojaba su pluma en veneno antes de escribir”, lo que le ganó el mote de Enemilio. Sirvió a cuatro presidentes como asesor, pero se le recuerda porque en 1968 estuvo al servicio del Chacal tlatelolca. Hace mucho tiempo dejó de ser leído, sin embargo, lo acusan de actuar en los bajos fondos del priismo, Se le acusó de haber escrito el libelo llamado El móndrigo, pero en la torpe prosa de ese libro no se advierte su estilo. Lo redactó Jorge Joseph, pero incluso dentro de Gobernación se decía que Uranga estuvo detrás de esa infamia impresa. Se esperaba de él la gran obra filosófica, pero nunca llegó. Él tampoco.

Fue Unamuno, no Ortega y Gasset

Este republicano confió en su memoria y se equivocó. Lo señala Arturo Acuña Borbolla en mensaje al autor de esta columna: “El tristemente célebre grito de Millán-Astray (¡Muera la inteligencia!) fue en la Universidad de Salamanca, pero no en presencia de Ortega y Gasset, como escribes, sino de Miguel de Unamuno. El episodio sucedió el 12 de octubre de 1936, a cuatro meses del inicio de la guerra civil española. El ejército rebelde avanzaba por el país, tomó Salamanca y decidió celebrar el Día de la Hispanidad en el paraninfo de la Universidad para atraerse el apoyo de académicos e intelectuales. Unamuno presidió el acto porque era el rector perpetuo de la Universidad, al lado de Carmen Polo, esposa de Franco, pero decidió no tomar la palabra. En su lugar, José María Pemán, una suerte de ministro de cultura del bando nacional, pronunció un discurso de odio y, entre otras barbaridades, se refirió a catalanes y vascos como un cáncer que era necesario extirpar de la nación. Unamuno era vasco, así que cambió de opinión y tomó la palabra. Millán-Astray, insolente y soberbio, lo interrumpió dos veces: la primera vez gritó: ¡Viva la muerte! La segunda vez: ¡Muera la inteligencia! Imperturbable, Unamuno le contestó: ‘Este es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis.’”.

Breviario……

La revista Cuartoscuro que dirige Pedro Valtierra ofrece, en su número 169, correspondiente a agosto-septiembre, un rescate visual de la fundación del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, excelentes reportajes gráficos y una selección de fotos de diversos autores entre los que destacan dos muy buenos trabajos de Andrea Murcia. @@@ Coeditado por la UNAM y Almadía, circula La muerte de la lengua inglesa, poemario de Myriam Moscona sobre autores de lengua de Shakespeare.