EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Crónica de viaje

Silvestre Pacheco León

Enero 14, 2007

 

Segunda y ultima Parte

Suscribo totalmente el Manifiesto del Grupo Sur contra las tentaciones autoritarias del
gobierno de Felipe Calderón

A mis hijos no les agradó el Cancún que conocieron. La enorme diferencia que se observa
entre la zona turística y donde viven los lugareños les pareció ofensiva, aún cuando las
semejanzas entre este lugar y Acapulco resultan parecidas. Sólo el mar turquesa con su
arena blanca les pareció sin igual.
Antes de Navidad visitamos Xcaret como miles de vacacionistas que gustan del contacto
con la naturaleza en un ambiente estudiado para equilibrarlo con lo urbano. Todo bien a
pesar de la baja temperatura que conserva el agua del artificial y artificioso río subterráneo.
Todo caro si se compara con el pobre poder adquisitivo que tiene el salario. Si haces
cuentas, ninguna ventaja tiene que pagues de entrada el paquete que incluye la comida.
Por lo caro que es todo, las familias aprovechan cada minuto de su estancia en el lugar
donde se aprende lo que se quiere frente a los procesos vivos y expuestos de la naturaleza.
Por la tarde el espectáculo con luz y sonido es un lujo para apreciar la alegoría histórica de
la cultura mexicana. Es una clase de historia intensiva y atractiva, desde los orígenes del
pueblo mesoamericano, pasando por la conquista española, hasta la construcción de la
nación independiente con su riqueza cultural que ha defendido. En el evento con que
finaliza el día participan cientos de trabajadores que lo mismo se desempeñan como
músicos y cantantes que como jugadores de pelota, diestros jinetes y mejores danzantes.
En la noche de Navidad dimos rienda suelta a la gula con los apetitosos platillos
peninsulares en el tradicional restaurante yucateco de Los Almendros que ahora estrena
sucursal en la céntrica avenida Tulum. No quisimos esperar hasta nuestra llegada a
Mérida para hacerle los honores a la cochinita pibil, los papatzules y salbutes. Para bajar la
cena aprovechamos el paseo por la zona hotelera, a esa hora casi desierta, salvo las
discotecas donde grupos de jóvenes departían alegremente.
A otro día cruzamos a Isla Mujeres un lugar eminentemente turístico y con influencia
antillana en las construcciones. El pueblo es igual con el que conocimos en las aventuras
de Chanoc y Tsekub. Perdidos entre los manglares esperábamos en cualquier momento
encontrarnos con Puk y Suk, sus eternos rivales.
Para el recorrido de toda la isla conociendo todas sus playas, siempre resulta conveniente
alquilar una motocicleta por día o por hora. Sin es el caso, no es mala idea contratar un
carrito de golf que cobra 500 pesos el día con la gasolina incluida y cupo para cinco
personas.
Aquí en la isla y en todas las ciudades de la península es obligatorio para los motociclistas
el uso del casco protector. La educación vial es avanzada y el respeto a los viandantes una
prioridad. Llama la atención el uso intensivo del coco para trabajos artesanales a pesar de
que no abundan las palmeras en el litoral. Incluso los pintores locales retratan tanto ese
fruto quizá como los de nuestra costa.
Cuando escribo estas notas vamos cruzando la parte más difícil del camino, de Veracruz, a
Puebla. La parte neblinosa del Pico de Orizaba borra el camino. Ni siquiera las luces de los
carros se alcanzan a distinguir. A pesar de que es medio día, parece de noche por la
espesura de la niebla. Media hora más tarde nos encontramos con un cambio drástico del
clima y de la campiña. Dejamos atrás la selva y el bosque, lo verde con su diversidad de
vida. Vamos por las extensas planicies poblanas de agricultura temporalera. Los campos
lucen resecos. Unos cuantos árboles desfilan frente a nosotros marcando los carriles de
las parcelas. En partes vemos grupos de campesinos levantando la magra cosecha de su
milpa. En las casetas se agolpan vendedores de camotes y empanadas ignorando los
letreros que llaman la atención a los automovilistas para que no hagan caso a sus ofertas
para evitar accidentes.
Nosotros que valoramos y consumimos mucho de lo que ofrecen los lugareños a los
viajeros, hacemos un recuento de todo lo que nos ha permitido comer este viaje a la orilla
de las carreteras: los cocos y el pan de la Costa Chica; el chilate y los tamales de almejas
de Pinotepa. Las dulces y coloradas sandías que nos acompañan desde la Costa Grande.
En Chiapas y Tabasco comimos queso fresco de los expendios que se anuncian en el
camino. Cerca de Xpujil en Quintana Roo le compramos casi una docena de naranjas a
una mujer maya que apenas hablaba español. Eran naranjas peladas y cortadas finamente
por mitades, en una bolsa de plástico, acompañadas de su aderezo, chile con sal, una
delicia.
El pan de tapo, como le llaman al de huevo batido en Ometepec, lo volvimos a encontrar en
Campeche. Los plátanos en Tabasco los comimos como en concurso. Las piñas las
venden en rodajas y en jugo, en Chiapas, Tabasco y Veracruz. En los pantanos de Centla
ofrecían el famoso peje lagarto fresco en sartas de seis, por cien pesos. Hasta tortugas
enracimadas eran vendidas. En la zona donde hacen frontera, Tabasco, Campeche y
Chiapas, entre Jonuta, Balancan y Emiliano Zapata nos sorprendió ver la exhibición de
loros, pericos y cotorros en venta, como si no existiera prohibición.
Me pregunto si las papas y churros que vemos vendiendo en la plaza de Coyoacán en el
DF, no serían copiadas de Mérida, donde abundan y son la botana más socorrida en las
plazas públicas.
Para el Año Nuevo nosotros estábamos ya en la capital poblana. El ambiente en la plaza
principal corría a cargo de los extranjeros quienes abarrotaban los cafés de los portales.
Ahora que escribo del café les comento la novedad, al menos para mí, de una nueva
cadena de cafeterías con nombre italiano. Son la moda y parece que no se arredran frente
a la competencia de las Starbucks alemanas. Por lo que veo estos negocios fomentan con
éxito el consumo de café, buen café, entre la población joven. Un capuchino para llevar, 12
pesos. ¿Será que pronto incrementemos el porcentaje de consumidores nacionales más
allá del limitado 15 por ciento que tenemos? Eso puede ser buena noticia para los
productores.
La noche anterior lloviznó en Cancún y en la mañana, cuando salíamos rumbo a Mérida, la
lluvia nos acompañó hasta la salida de la ciudad. Unas pocas horas después llegamos a
Valladolid. Ese día permaneció cerrado el acceso al cenote que cuida el pueblo, pero nos
alegró la exposición artesanal que nos recibió en la plaza municipal. Dicen los
conocedores que los collares, aretes, pulseras y cadenas de conchas vienen de Vietnam y
que su gran centro distribuidor está instalado en las costas de Quintana Roo. Muchas
piezas trabajadas en hueso, cuerno y cuero quiero pensar que son de manufactura local,
como sí lo son los huaraches tejidos con fibra de henequén, baratos, rústicos y a la moda.
La cerveza, en general no prolifera como en nuestro estado. A pesar de que se consume
mucho, las tiendas tienen prohibida su venta. Los expendios son lugares exclusivos, con
licencia a la vista. La cerveza León Negro y Montejo sigue siendo mi preferida y más si va
acompañada con los antojos y la comida yucateca.
En Valladolid hay que comer en el mercado después de recorrer y admirar los puestos de
“hipiles” que las mujeres del pueblo confeccionan y venden los fines de semana. La
cochinita la venden hasta en tortas. El chile habanero es el condimento ideal y necesario en
cada platillo.
La blanca Mérida nos recibió al anochecer. Llegamos preocupados de que nuestras
reservaciones no hubieran sido respetadas, como, en efecto, pasó. Pero contrariamente a
lo que suponíamos, el hospedaje no era problema a pesar de diciembre. Cuando
recurrimos al hotel conocido, a media cuadra de la plaza de Santa Lucía, la de la trova
yucateca, ahí mismo nos recomendaron una hospedería a nuestro gusto, media cuadra
más adelante, en el mismo centro histórico, a la vuelta del teatro Peón y Contreras, cerca
de la Universidad de Yucatán.
Nuestro itinerario lo cumplimos al pie de la letra. Bueno, no pudimos saborear los platillos
que se sirven en el restaurante de la hacienda doña Teya, en las afueras de la capital pero
de paso a las imponentes pirámides de Chichen Itzá donde nuestra peregrinación llegó
para que Iroel volviera sobre sus pasos hasta el cenote sagrado.
Lo que ya no pudimos hacer fue escalar la pirámide mayor, más bien ninguna, pero no por
falta de ganas ni de fuerzas, sino porque ahora está prohibido subir debido al daño
ostensible provocado por tantos visitantes.
Lo nuevo en estos vestigios es el amplio mercado de artesanías que ocupa toda la
avenida, desde la caseta de cobro hasta la explanada mayor de las pirámides. Los
vendedores tampoco se limitan a ése lugar, sino que ocupan estratégicamente cada uno
de los caminos que el turista juzga obligado recorrer.
El otro paseo, aparte del que hicimos para recorrer la bella capital, fue la visita a la reserva
de Celestum. Vimos los flamencos con una emoción indescriptible. Cientos de ellos en la
ría de Celestum haciendo un espectáculo jamás imaginado. El vuelo de estas aves sí es
un milagro, y lo hacen con tal cadencia que uno no lo puede creer. Nada más para admirar
semejante paisaje vale la pena viajar desde cualquier parte del mundo.
Juan Antonio Puic fue nuestro guía y con él recorrimos el bosque petrificado, o sea, el
conjunto de mangles rojos gigantescos y enhiestos pero muertos, como testimonio de un
huracán que hace medio siglo arrasó la península. El recorrido fue por el brazo de mar que
penetra tierra adentro. Allí conocimos el otro portento de la naturaleza: un manantial de
agua dulce, a pocos metros del mar, entre los mangles, donde de puede nadar y
snorkelear si se lleva el equipo. La renta de la lancha por dos horas cuesta mil pesos. Los
del negocio son los socios de la cooperativa que tiene la concesión de estas bellezas. La
Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas se encarga de la vigilancia.
La comida en la playa no es barata, tampoco cara comparada con los precios de Acapulco.
La especialidad en pescado: curvina y mero. El atardecer en esta playa tiene algo de
nostálgico y extraño. Estamos en la orilla del continente, en la parte más alejada de la
península.
Todo esto lo recuerdo ahora que de regreso a la costa vamos por el campo morelense.
Preferimos pueblear, abandonando la comodidad de la autopista de Atlixco, Puebla. Las
parcelas con los cañaverales florecientes, agua abundante por los surcos de jícama y frijol.
Hay milpas verdes y papayales en producción. Las mojarras abundan y su cultivo ya hizo
profesión.
Anocheciendo vamos llegando a Tequesquitengo para tomar la autopista que nos regresa
al punto de partida. Es nuevo año.