EL-SUR

Viernes 26 de Julio de 2024

Guerrero, México

Opinión

CRÓNICAS DEL MUNDO REAL

Silvestre Pacheco León

Enero 07, 2007



Crónicas de viaje

(Primera de dos partes)

Es sábado y estamos en el Mágico Mundo Maya. Llegamos ayer por la noche hasta Cancún con un día de retraso. Después de una intensa jornada de manejo que reinició 12 horas antes desde la ciudad de Palenque, estamos en nuestro destino. Aquí es la cita para la Navidad con todos los miembros de la familia. Ayer nos detuvimos en el poblado de Bacalar para saludar a los parientes que viven aquí, jubilados, disfrutando el apacible encanto de la laguna de agua azul. El pueblo ha crecido con rapidez, los fraccionamientos avanzan a costa de la selva. Los terrenos se cotizan caros y cada vez se ven más extranjeros como residentes permanentes en la zona.
De Xpujil a Cancún el camino se hace más cansado, quizá porque hemos manejado toda la mañana y debido a la intensidad del tráfico en estas carreteras rectas y blancas, rodeadas de la sin igual selva de Quintana Roo. Los frecuentes tramos de camino en reparación son lo único que se asemeja a las carreteras que hemos dejado atrás. Pero se entiende por los desastres naturales que el año pasado afectaron esta parte de la península.
Ayer al medio día nos bañamos en la cascada de Agua Azul, en el ejido del Salto, en Chiapas, después de pasar retenes de soldados y de vendedoras que se agolpan en la puerta de la camioneta. Les compramos plátanos frescos y caña en rodajas. El balneario recibe miles de visitantes cada día. La comunidad está organizada para ofrecer los servicios de hospedaje y alimentación. A lo largo del río hay puestos de artesanías y de comida. Los trabajadores, diligentes, recogen la basura varias veces al día. Todo es barato para estar en contacto con la naturaleza. Se pagan 20 pesos por el acceso y el estacionamiento y se puede comer una rica mojarra por 40. Los niños son los más incisivos vendedores y prestadores de servicios. Dalila ofrece buñuelos, a tres por 10 pesos, mientras Pascual te dice que cuidará de tu auto aunque sus servicios no sean requeridos. La fuerte corriente de la cascada es imponente. Los avisos abundan para disuadir a cualquiera que intente ir más allá de lo recomendado por el buen juicio. A pesar de la baja temperatura que guarda el agua, pocos se resisten al chapuzón, sobre todo después del tramo de cuestas y bajadas por una angosta carretera donde todos los automovilistas parecen tener prisa sin percatarse de tantas zonas críticas por efecto de las últimas lluvias.
El jueves dormimos en Palenque, una ciudad bulliciosa cercana a la zona arqueológica de la Reina Roja. En ella abunda el turismo europeo. La plaza está remozada y ahora la ocupa una exposición permanente de artesanías de diversas cooperativas. Lo nuevo en el lugar es un puesto de café orgánico de la selva que ofrece a cinco pesos la taza. En los restaurantes la comida es cara como en Zihuatanejo. Cientos de familias viven del turismo como mercado para sus productos de lana, algodón, cuero, madera y piedra. Los vendedores ambulantes pasan en oleadas por cada establecimiento ofreciendo parte de su cultura.
Casi oscureciendo arribamos a esta ciudad cuyo nombre me sonó misterioso desde que leí las sugestivas historietas de Kalimán visitando la Selva Lacandona. Desde entonces he recorrido sus templos y edificios sin privarme de probar el agua de su río subterráneo.
El miércoles llegamos a Tuxtla Gutierrez, la capital, al pie del Cañón del Sumidero, donde ahora gobierna Juan Sabines, candidato que fue del PRD. Subimos dos 1000 metros sobre el nivel del mar porque en la mañana desayunamos en Puerto Escondido, Oaxaca.
Desde la costa vamos por un tramo de autopista que nos lleva a La Ventosa. Ya oscureciendo nos encontramos con el ejército de ventiladores gigantes que serían el espanto del Quijote. Estos producen energía eléctrica utilizando la fuerza del viento, una buena alternativa no contaminante. El único peligro lo provocan sus aspas que no se detienen al paso de las aves.
En la macroplaza de Tuxtla se prepara el escenario para las fiestas decembrinas. El clima es agradable después de la temperatura que uno lleva de la costa. La catedral luce esplendorosa. El espectáculo de las 12 campanadas es digno de verse para esperar el desfile de personajes bíblicos que salen de su claustro para la veneración de los impíos.
En Puerto Escondido, Oaxaca, no tuvimos la suerte de otros años: a pesar de las olas magníficas, nos perdimos el espectáculo que dan los surfers en el torneo anual que ahora fue en noviembre. Sin embargo, recorrimos con paciencia todo el andador que sigue la playa. Demasiado extenso comparado con Zihuatanejo. Hay tiendas de todo y para todos. En la noche los espectáculos no faltan para el entretenimiento. El turismo es básicamente joven y diferente al que uno puede ver en la Riviera Maya o en la zona arqueológica de la península. Aquí volvemos a encontrarnos con el matrimonio de gringos jubilados que vienen costeando en su camioneta habilitada como casa. También volvemos a ver al turista que viaja con su gato de meses montado en una motocicleta. A todos ellos los hemos saludado en Playa Ventura, municipio de Copala, en tierras guerrerenses.
El miércoles salimos de La Soledad municipio de Ometepec; esa pequeña población de 800 habitantes también bautizada como La cuadrilla es ahora, y por primera vez, gobernada por viejos y entrañables compañeros de izquierda. Adela es la comisaria del lugar, comprometida a sentar precedente en el arte de ser gobierno. Con ellos caminamos en una noche espléndida el centro de Ometepec recordando las viejas jornadas de la lucha postelectoral del 88, con su cauda de golpeados, muertos y rencores.
La noche no fue suficiente para repasar tantos recuerdos, desde la construcción del Partido Mexicano de los Trabajadores allá en el DF, hasta la fusión con otras fuerzas para el surgimiento de un PRD como expresión de izquierda malogrado.
Nuestro destino inmediato era Huatulco que disfrutamos sin la compañía de los miles de turistas que lo abarrotarán por las fiestas decembrinas. Antes pasamos a Mazunte para ver el desarrollo que los pobladores han alcanzado organizados en cooperativa para beneficiarse del ecoturismo después de que fueron forzados a dejar la captura de tortugas. Su tienda de productos, aceites, repelentes, perfumes, jabones, elaborados por ellos mismos, es la más concurrida.
En Huatulco no dejamos de bañarnos en la playa de La Entrega, una de las más bellas de la costa. La ciudad nos sigue pareciendo demasiada infraestructura de primera para tan pocos visitantes.
Desde Pinotepa, puerta de entrada para el estado, se siente y se nota el ambiente político de confrontación. Pintas por doquier signadas por la APPO frente a bien cuidados carteles donde las “fuerzas vivas” dan su respaldo a Ulises Ruiz. Desde la carretera Oaxaca da un aspecto agradable. No hay basura en el camino, ni baches ni reparaciones. Es el único estado donde se aprecia la reforestación hasta en los terrenos considerados en el derecho de vía. Los campos están trabajados y las viviendas mejoran a la vera del camino. Claro, uno piensa que son las remesas de los braceros las que están cambiando el panorama que se observa desde la carretera. Sin embargo, en ciudades como Pinotepa, dos calles más allá del centro se encuentra uno al mundo de miseria e insalubridad, calles polvorientas con el drenaje a cielo abierto.
El viernes fue nuestra salida de Zihuatanejo. Las vacaciones escolares de invierno están por empezar. En Acapulco el tráfico es denso y no se observa cambio alguno para mejorar, salvo el paso elevado cuya obra en construcción será el gran obstáculo a vencer en la temporada vacacional. Pese a todo, el paso obligado viniendo de la Costa Grande, lo aprovechamos para ir al cine y disfrutar el estreno del moderno agente 007 quien en Casino Royal derrocha energía a falta de mejor argumento cinematográfico. El desayuno en Sanborns completa nuestra estancia en este puerto de descabezados.
Es pasado el medio día cuando vamos por la costera rumbo al Puerto Marqués. El camino luce limpio y el tráfico es ordenado. Después entramos a la zona rural del municipio y estamos de zopetón en otro mundo. Son colonias populosas, pobres y polvorientas, llenas de basura. Ese es el sello más notorio del Acapulco rural y también la señal de sus linderos, a falta de un anuncio visible, indicando que ya estamos en San Marcos. En esta parte del viaje la discusión no queda concluida sobre las diferencias que vemos entre las dos costas del estado. Apenas parece haber consenso en que es la pobreza y el ambiente de resequedad lo que gana en la Costa Chica, porque la basura en la orilla del camino es abundante, igual que en la Costa Grande, en todo el trayecto, hasta abandonar el estado.
Nos quedamos en Marquelia uno de los nuevos municipios que ahora colinda con Cruz Grande y Copala. Es día del primer informe de gobierno en este trienio. El presidente municipal aprovecha para estrenar la plaza pública, una de las seis obras en las que su gobierno invirtió 6 millones de pesos, según el anuncio monumental que luce en una esquina.
Los marquelianos aplauden el acierto de haberse separado de los municipios vecinos para atender mejor sus problemas locales. Tienen ahora su propio gobierno y a quien reclamar mejores políticas.
La cabecera municipal de Marquelia se parece a todas las de la costa: por las tardes compiten las humaredas de la quema de basura y el olor a plástico incinerado, con la carne asada de pollo que se ofrece en las cenadurías. Al parecer eso ayuda también en el combate a los zancudos que de todos modos en este año han logrado el mayor número de víctimas de dengue, vista la ineptitud de las autoridades de salud.
Aunque alejada del centro del país, esta región tiene sus fieles visitantes en fin de año y Semana Santa. Sus playas son atractivas y tranquilas. La más famosa y conocida es Playa Ventura, a pocos kilómetros de Copala. Los pioneros en el turismo son de la familia Pérez. Don Bulmaro y su numerosa prole tiene los principales negocios que dan servicio a los turistas.
En Marquelia están Las Peñitas otra zona de playas y manglares. Los enramaderos están desarrollando su propio concepto de ecoturismo apoyados por el fondo de Pymes según lo anuncia un letrero colocado en medio de la nada, y como la Sefotur sólo se da abasto para atender los lugares principales del estado, uno no puede esperar que algún inspector venga y capacite a los prestadores de servicios y menos que el gobierno tenga vigilancia para evitar que los propios restauranteros hagan negocio ofreciendo huevos de tortuga a sus comensales.
Bueno que haya funcionarios como el de la Comisión de Asuntos Indígenas y su familia que rechacen de buena forma tal ofrecimiento para no coadyuvar en la comisión de un delito. Malo para los morelenses como don Arturo quien pese a sus más de 70 años cree más en el afrodisíaco poder de los huevos de tortuga que en el respeto a la ley que prohíbe su consumo.
En nuestro día de llegada aceptamos gustosos la cena que nos ofrecen doña Lupita y don Artemio en su huerta de cocoteros. Mientras él degusta una copa del mezcal que le llevamos de Real de Guadalupe, nosotros damos cuenta del rico pollo ranchero acompañado con arroz.