EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

CRUCE DE PEATONES

Aurelio Pelaez

Octubre 31, 2006

Suele suceder que uno termina viendo en los escritores a los personajes de sus propias novelas. Cómo separar a Julio Cortázar no siguiendo a La Maga por alguna calle de París, en la laberíntica Rayuela; a Lawrence Durrell tras los pasos de Justine en Alexandría; a Ifigenio Clausel abriendo una partida de dominó en el bar La Guadalupana de Coyoacán, y esperando a un escritor llamado Rafael Ramírez Heredia. O al revés.
Debió ser una tarde de sábado de Bar Chico de hace como quince años cuando llegó Ifigencio Clausel-Ramírez Heredia a comer unos caldos de camarón y a tomarse unas cervezas. En el fondo, yo tenía la certeza de que quien estaba a un lado de la barra era el detective Ifigenio Clausel, personaje de las novelas policiacas de Ramírez Heredia, y no el escritor mismo que en 1984 publicó El Rayo Macoy, el libro de cuentos que ya es un clásico de la literatura nacional.
Por supuesto que no me acerqué a su mesa a saludarlo. Lo escuché platicar, reír, atender a sus amigos de Acapulco durante una o dos horas y luego se fue, antes de que me atreviera a importunarlo.
Lo vi dos veces más en el bar, la última en el 2001 cuanto se tomó un descanso entre la impartición de un taller de literatura y una conferencia que daría por la tarde –leí el anuncio en el periódico– sobre su nueva novela, Del Trópico. Mi instinto detectivesco me sugirió ir a esperarlo al Bar Chico (prófugo que soy de las sectitas de cultura), y ahí llegó, puntual, pues a qué otro lugar llegaría Ramírez Heredia sino a ese sesentón bar del centro. Fue acompañado de su esposa y ya sin el bigote grande y negro que le caracterizaba. Lo dejé estar un rato, luego me acerqué, me invitó a sentarme, platicamos brevísimamente de su trabajo y me autografió con un: “Para mi amigo y compañero…”. Salí del bar como niño con juguete nuevo, ya a altas horas de la noche.
Por eso cuando el martes de la semana pasada en los periódicos se anunció su muerte, dónde más que ir a recordarlo que al Chico, el Chirris, el Bar Medallas, abriendo una bohemia bien fría, mientras en la televisión los Cardenales de San Luis apaleaban a Los Tigres de Detroit.
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Leer el cuento El Rayo Macoy y ser un aficionado al box le da un sabor doble: la narración es la historia de una parte esencial de nuestra idiosincrasia mexicana: la suerte de nuestros ídolos populares; la fama y la desgracia; la riqueza y la pobreza. El cuento parece inspirarse en la popular frase de “lo dejaron como al Toluco López”, que se refiere no sólo a las literales golpizas recibidas por este boxeador de los años cincuenta, sino a su final destino: quedar en la miseria, arruinado y en la calle y –de nuevo– literalmente tocado.
El cuento nos entrega al personaje, El Rayo Macoy, rodeado de los amigos que lo despojan de lo que ganó en el ring y quien a media parranda entre el delirio alcohólico solloza aludiendo a su origen: “Mi vírula, quiero mi vírula”, dice el ex repartidor de medicinas. El escenario de esta historia señores, es ni más ni menos que La Huerta, el famosísimo congal de Acapulco ya desaparecido.
Ramírez Heredia escribe otros dos libros relacionados con la región, uno por encargo, de crónicas de viaje, Por los caminos del sur, vámonos para Guerrero, Editorial Patria (1990), que de memoria el que esto escribe recuerda que prologaba más o menos así: era la narración de su viaje por las ciudades de Guerrero, de la más bella, Taxco, a la más fea, Chilpancingo. En la parte de Acapulco va algo referente al Bar Chico.
Después, es coautor de otro –que por cierto en cuanto llegó a las librerías del puerto fue comprado en su totalidad por quién sabe quién– El mejor enemigo, Planeta, 1995, que devela y se recrea sobre la vida y obra de chismes palaciegos y de alcoba del político acapulqueño José Francisco Ruiz Massieu. El título del libro alude a la propia fama de cabroncísimo que tenía el ex gobernador de Guerrero entre la clase política y que él mismo se encargaba de propagar como advertencia: “Como amigo soy imperfecto, pero como enemigo soy el mejor”. La verdad si no los han leído, no se pierden de nada y obvian una parte de la obra de este escritor, nacido en Tamaulipas en 1942, que sus mismos bienquerientes biógrafos no quisieran destacar. Yo me quedo con lo de Ifigenio Clausel.