EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Cuando 200 mil son 30

Lorenzo Meyer

Mayo 19, 2016

“Los acuerdos públicos o secretos entre PAN y PRI han resultado benéficos para ambos en tanto organizaciones políticas pero el costo ha sido la inviabilidad de la transición mexicana”

La igualdad que sugiere el título de esta columna pareciera ser un error, sin embargo no lo es porque no se trata de una igualdad matemática sino moral. Y es que si en una supuesta democracia un partido también supuestamente democrático acuerda en secreto con otro, no democrático, la transferencia de 200 mil votos para registrarlos como propios y ayudarle así al triunfo sobre un tercero, la esencia de esa transacción es la traición a la voluntad popular y al espíritu democrático por el equivalente a las 30 monedas de plata que según el Nuevo Testamento fue el precio que Judas cobró hace dos milenios por entregar a su maestro a sus enemigos.
Lo anterior viene a cuento por una revelación que hace Álvaro Delgado en su último libro, El amasiato. El pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas, (México: Ediciones Proceso, 2016). Ahí, en las páginas iniciales, Delgado se refiere a una reunión nocturna, en el hotel Nikko en la Ciudad de México, entre el gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y el candidato presidencial del PAN, Felipe Calderón. La reunión ocurrió antes de las elecciones del 2006. Peña iba acompañado de dos futuros secretarios de Estado, Luis Videgaray y Jesús Murillo Karam, en tanto que Calderón lo estaba por su mano derecha, quien también lograría un puesto en el gabinete, Juan Camilo Mouriño y por Ulises Ramírez, alcalde de Tlalnepantla con licencia. Los acompañantes dejaron solos a sus jefes para que acordaran la naturaleza de un pacto del que luego informaron a sus colaboradores pero exigiéndoles mantener el secreto. El gobernador, cuyo estado había sido dominado por el PRI ininterrumpidamente a lo largo de 77 años, se comprometió a “operar” para transmitirle 200 mil votos priistas al panista y ayudarle en su empeño de impedir el acceso a la presidencia del enemigo común: la izquierda de Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Doscientos mil no parece una gran cantidad para el total de los votos válidos en 2006, que fueron 41.8 millones, pero resultan cruciales si oficialmente en esa elección Calderón superó a AMLO por apenas 243 mil 934 votos. Y si a los 200 mil votos mexiquenses se le suman los que pudieron haber resultado de la llamada telefónica que el día 2 de julio le hizo Elba Esther Gordillo, la otrora poderosa líder del SNTE al gobernador priista de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, donde la lideresa y según una grabación de la época, urgió al gobernador a abandonar al inviable candidato de su partido –el priista Roberto Madrazo– y negociar de inmediato su apoyo a Calderón, (es de suponer que la maestra Gordillo tuvo comunicaciones similares con otros gobernadores), entonces resulta que el margen que le dio la presidencia a Calderón se puede explicar por acuerdos como los del Hotel Nikko.
No deja de ser irónico que hoy EPN esté en la Presidencia y la maestra Gordillo en la cárcel, cuando en una coyuntura que trastocó la naturaleza de la transición política mexicana, ambos jugaron en el mismo bando. EPN, Gordillo y otros efectivamente lograron impedir el triunfo de AMLO pero también impidieron que en México se consolidara una genuina democracia electoral y que en su lugar arraigara el desafortunado híbrido político que hoy padecemos.
País de ciudadanos y de súbditos. Delgado asegura haber confirmado la existencia del “Pacto del Hotel” con dos fuentes que mantiene anónimas pero finalmente con el propio Ulises Ramírez. Sin embargo, no explica coómo en un sistema que se preciaba de tener un par de árbitros electorales profesionales e imparciales –el IFE y el TEPJF– un gobernador puede “operar” el cambio en la naturaleza de miles de votos. Esa transformación sería simplemente imposible en un sistema de sufragio libre, secreto e inalterable y poblado por ciudadanos, pero si se parte de que en nuestro caso hay varios Méxicos, y mientras uno lo conforman ciudadanos el otro aún está habitado por súbditos, entonces sí es posible. Y es que los súbditos actúan dentro de redes clientelares que hacen posible manipular su voto no por miles sino por millones.
En 2006, como en 2012 y como seguramente ocurrirá en las próximas elecciones locales y presidenciales, muchos sufragios serán resultado de esa vieja herencia colonial que ha sobrevivido hasta nuestros días: la relación entre clientes y patrones, y el PRI es la maquinaria con mayor experiencia en este ramo aunque no la única. Un gobernador o un partido con recursos aún puede pedirle a sus operadores en sindicatos, organizaciones agrarias, de colonos, comerciantes informales, vendedores informales, taxistas, etcétera, la entrega de votos a quien él lo desee.
Epílogo. El grueso de la obra de Delgado se centra en mostrar las varias formas como Calderón pagó los votos que le entregó EPN en 2006. Y una de ellas fue su falta de apoyo en 2012 a la candidata de su propio partido, Josefina Vázquez Mota y frenando los spots antipeñistas del PAN cuando éstos realmente empezaron a tener un impacto medible por encuestas de opinión pública, (“Peña no Cumple”).
Conclusión. La alianza del PAN con el PRI, que viene del entendimiento de Diego Fernández de Cevallos con Carlos Salinas para bloquear al neocardenismo, se siguió renovando hasta, por lo menos, el “Pacto por México” y ese entendimiento ha resultado fatal para el proyecto democrático mexicano.
Nota: esta columna no aparecerá la semana entrante porque su autor estará fuera del país.

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