EL-SUR

Lunes 09 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Cuando las crisis convergen

Lorenzo Meyer

Febrero 09, 2017

La doble crisis política que vive México debería desembocar en un sistema político menos frágil y una economía menos dependiente, pero ninguno de los dos resultados está asegurado.

Como en los carteles que anunciaban una corrida de toros, nuestro país hoy debe de lidiar a “2 crisis 2”. Una interna y otra que ha surgido de su entorno externo.
Ya México ha vivido crisis simultáneas. En realidad, nació de una de ellas. A inicios del siglo XIX la Nueva España primero recibió el ramalazo de la invasión francesa de España que llevó a una crisis política interna que se transformó en cruenta guerra civil y desembocó en la independencia. Cuando los norteamericanos declararon la guerra a México en 1846, la lucha interna (federalistas vs centralistas, etc.) era ya de tal magnitud que entre mediados de 1833 y 1848, hubo 34 cambios de presidente y la fragilidad de las instituciones era extrema: en ese mismo lapso la Secretaría de Hacienda cambió de titular 66 veces (Donald F. Stevens, Origins of inestability in early republican Mexico, Duke University Press, 1991, p. 11). En esas pugnas intestinas se encuentra una de las explicaciones de la derrota mexicana. La posterior “aventura francesa” que llevó al efímero Segundo Imperio (1864-1867) no se explica sin la fiera división y lucha entre liberales y conservadores. Hubo otros momentos en que convergieron crisis internas y externas, pero ya no de esa magnitud.
La coyuntura actual. El origen de la actual crisis política interna mexicana es resultado del fracaso de la transición del autoritarismo priista a una democracia razonable y aceptable para la mayoría. Y este fracaso lo prueban a diario los muchos elementos del antiguo sistema que siguen vigentes: notablemente la corrupción, la impunidad y, como derivado de ambas, un crimen organizado cuya violencia no disminuye y que mantiene el control de ciertas regiones y zonas del país. Resultado de lo anterior es la clara desconfianza del ciudadano frente a toda la estructura institucional (ver los indicadores en: Instituto Federal Electoral y El Colegio de México, Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, IFE, 2014; María Amparo Casar, México: Anatomía de la corrupción, 2015). Otras derivaciones de lo anterior son el bajo apoyo a la presidencia (12%) y su alta desaprobación (86%) (Reforma, 18 de enero, 2017). El aumento sustantivo de los precios de la gasolina a partir de enero desató protestas en casi todo el país, incluso en estados y ciudades sin tradición en ese tipo de política ciudadana. Esas movilizaciones son hoy la muestra clara de un hartazgo que, si bien no han llegado a poner en peligro al gobierno, indican un malestar generalizado y en crecida (Proceso, 5 de febrero, 2017).
El Índice de Confianza del Consumidor elaborado con cifras del Inegi en el arranque del 2017 es el más bajo desde hace quince años (El Financiero, 7 de febrero) y las perspectivas de mejora de la economía también han ido a la baja: para 2017, el crecimiento esperado, según el FMI, es de apenas un humilde 1.7% (Animal Político, 16 de enero).
Y es en indicadores como confianza y expectativas de la economía donde ya se reflejan directamente los efectos de la crisis externa, pero el problema es mucho más hondo que eso pues toca a la soberanía misma del país. Desde el inicio de su campaña electoral en junio de 2015 y hasta hoy, Donald Trump eligió a México como fuente de problemas importantes para Estados Unidos –crimen y desempleo– y ya en el poder, decidió usar al vecino del sur como ejemplo de la forma dura en que va a tratar a “países problema”.
De tiempo atrás –siglos en realidad– México ha sido mal visto por un sector importante de la sociedad norteamericana. Por motivos históricos, raciales, religiosos y culturales, ese sector desearía la expulsión del territorio norteamericano de, al menos, los más de cinco millones de indocumentados mexicanos y el final de un tratado de libre comercio con México. Y es en ese sector donde anida el anti mexicanismo del que se nutre el trumpismo, pues el “Mexico bashing” da puntos políticos fáciles, inmediatos y a bajo costo y, por tanto, va a continuar.
Por ahora, la relativamente inesperada crisis externa mexicana se manifiesta en un discurso duro –brutal– desde el lado norteamericano: su promesa de completar la construcción de un muro fronterizo de 3 mil 100 kilómetros en el lado norteamericano, la humillante y absurda exigencia de que sea México el que pague por esa gigantesca obra de infraestructura norteamericana, los preparativos para la repatriación masiva de indocumentados, la amenaza de una dura negociación para modificar e incluso echar abajo el pilar de la economía exportadora mexicana: el tratado de libre comercio (TLCAN) de 1992. Finalmente, está una amenaza disfrazada de oferta, de usar la fuerza para acabar con los “bad hombres” que conforman los cárteles de la droga en México.
Imposible predecir la evolución de la doble crisis que vive México salvo que la interna se va a ahondar y la externa obliga, a querer que no, a que surja un nuevo proyecto nacional mexicano que ya no dependa tanto de su relación con Estados Unidos. Como sea, ya quedó claro que la redefinición en el país vecino de lo que es su interés nacional frente a México no permite considerar ya ninguna relación “especial” entre ellos.
A fin de cuentas, hoy es Washington quien le propone a México y de muy mala manera ser lo que hasta 1982 ambos países eran: vecinos distantes.

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