Federico Vite
Febrero 27, 2018
En 1975 Amy Hempel llegó a Nueva York y asistió a un curso de escritura creativa en la Universidad de Columbia. El profesor era Gordon Lish. Ahí surge una relación interesante. La alumna publica en 1985 Razones para vivir (Traducción de Manuel Sáenz de Heredia. Tusquets, España, 1989, 175 páginas). Este volumen reúne 15 cuentos que transpiran la apatía que la Generación X utilizó como bandera.
El lector descubre en este libro el impacto de las nuevas tecnologías en la clase media de Estados Unidos; presencia el conflicto moral de los personajes que se niegan a seguir valores religiosos, ve con asombro la practicidad de las familias disfuncionales, las actitudes irónicas e irreverentes ante el incesante bombardeo de los medios de comunicación que obligan a buscar la felicidad de manera obsesiva. Los personajes tienen una fuerte atracción por la cultura popular; además, sufren sin decirlo abiertamente. No saben por qué se guardan todo, no saben por qué se odian.
Razones para vivir fue muy bien recibido por reseñistas y por editores de suplementos literarios; despertó un culto inmediato en los mass media. La propuesta narrativa es minimalista. La autora no busca crear atmósferas ni describir exhaustivamente a los personajes, ni el escenario; apuesta por abordar los asuntos esenciales de los cuentos con desdén, como si no deseara hablar de ellos, como si no fueran importantes, pero lo son y de esta forma genera tensión dramática entre lo dicho y lo sugerido.
La obra de Hempel posee una voz narrativa que parece distante, incluso de sí misma, como si estuviera sedada para soportar las inclemencias del mundo. Habla mayoritariamente en primer persona del singular. Cuenta de manera coloquial, con apatía, todo eso que le afecta. Crea un equilibrio entre lo dicho y lo sugerido, el lector disfruta ese molde (texto) que evoca lo verdaderamente importante, como si el cuento terminara de escribirse en la cabeza de quien lee.
Tal vez la proposición cuentística de Hempel nazca de un ciclo de terror que la escritora estadunidense padeció. A los 16 años se mudó a San Francisco. Dos años después su madre se suicidó; en seguida, su tía. Hempel sufrió dos accidentes automovilísticos. Esta serie de catastróficas desdichas termina con la muerte de su mejor amiga. Se muda a Nueva York. Ahí conoce a Gordon Lish y todo cambia.
De este volumen destaco Emp, Junt, Aum, Cont, Rep, un cuento singular que habla de un aborto y conmueve brutalmente. La protagonista teje chambritas y de esa forma, por hilachos, digamos, cuenta la historia de su decisión simple: no tener hijos de un hombre gris. Nashville reducida a cenizas cuenta un modo peculiar de superar el duelo. Una viuda adopta y cuidado mascotas; se preocupa excesivamente por ellas y evoca de soslayo la reciente muerte del marido. En el cementerio donde está enterrado Al Jolson expone los juegos aparentemente inocentes de una chica que trata de divertir a su amiga, quien agoniza en un hospital. En ese proceso la muchacha entiende el sentido de su vida, justo al presenciar la batalla entre los médicos y la enfermedad. Por qué estoy aquí critica la obsesiva búsqueda de la felicidad y la perla de la corona es Creo que va ser un día tranquilo, un texto en el que dos niños pasean con su padre. La preocupación por el futuro es pesada y asfixiante, pero no importa, solo tiene esos momentos para el disfrute familiar, para planear el resto de sus vidas y deciden irse a comer hamburguesas. “Sonrió hacia los lugares exactos donde sabía que sus cabezas estaban vueltas hacia la suya, y se dijo que difícilmente podría, en el resto de su vida, no sentirse mejor sino sentir más de lo que ahora sentía”, así culmina ese texto que esculpe una frágil esperanza del porvenir.
Al adentrarse en la literatura de Hempel uno entiende el mecanismo de los textos, la exacta medida entre lo dicho y lo evocado. En cada cuento se revela lo importante de la historia antes del final. Es una cualidad de Hempel enfocar lo difuso y desenfocar lo evidente. Domina una prosa directa; trabaja las historias desde un ángulo aparentemente frívolo, destaca el humor y sensibiliza el discurso justo al cierre de cada cuento. El poder evocativo es lo esencial, como si alguien seleccionara pedacitos de vida, los recortara cuidadosamente para que al pegarlos sobre una superficie blanca se diera forma al destino.
Probablemente el estilo de Hempel se deba a que estudió anatomía forense, porque sus cuentos parecen una disección. “Cuando comencé a estudiar anatomía forense me intrigó la fobia que me producía todo aquello que podía llegar a ir mal con un cuerpo humano. Así que me propuse ser definitiva y totalmente contrafóbica y ver los cuerpos a fondo. Fue ahí cuando comencé a interesarme por la anatomía y la disección de cadáveres. Y hoy por hoy estoy muy contenta de haberlo hecho. Estoy orgullosa de haberme atrevido a mirarlos fijamente. Funcionó. Yo creo que si vas hacia lo que te asusta, lo que te asusta acaba liberándote”, explicó Amy en varias de las entrevistas que concedió a suplementos culturales de Estados Unidos. Al mirar en retrospectiva comprendo que en cierta forma estos cuentos forman parte de una intervención quirúrgica.
Hempel ha publicado muchísimo en revistas como Harper’s, Vanity Fair, GQ, Elle y The Quarterly. En su cartografía literaria abundan rompimientos amorosos, muerte, soledad, suicidio, frustraciones sexuales y apatía. Es una cuentista que algunos autores, como Chuck Palahniuk, consideran esencial e irrepetible en la literatura en inglés.
Después de cotejar algunos de los libros de cuatro escritoras anglosajonas (Edith Pearlman, Hilary Mantel, Karen Russell, Amy Hempel), sería pertinente preguntarnos si nuestra narrativa sigue en una zona de confort, si a pesar de tantos cambios en la manera de encarar un cuento seguimos enfrascados en hablar de lo mismo con los mismos elementos y en el mismo orden. ¿Será por eso que no tenemos lectores? Lo importante, me parece, es no ser un burócrata de la literatura: hay que buscar nuevas maneras de organizar el discurso narrativo. Tengo la certeza de que los momentos críticos, como los que vive Guerrero, forjan el cariz de novedosas expresiones literarias. Así sea. También creo que la Dirección de Cultura de Acapulco es una broma que ya no da risa. Que tengan buen martes.