EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Cultura del cuidado para la paz

Jesús Mendoza Zaragoza

Diciembre 28, 2020

 

la trama social, política y económica. “Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad”, señala el mensaje de Francisco. Las instituciones, las estructuras y las relaciones se deben enfocar, precisamente, para lograr el desarrollo de todas las personas –sin exclusión– y de toda la persona –sin reduccionismo alguno–. En este sentido, la tutela de todos los derechos humanos para todos es una forma de cuidar a las personas y todas las condiciones para que logren su desarrollo integral. La política y la economía, de manera particular, tienen que ser pensadas y proyectadas en función de las personas, y no al revés como se suele hacer.
Un segundo referente del cuidado está en la prevalencia del bien común. Si bien es cierto que en la práctica se dan conflictos entre grupos, facciones o naciones, es posible trascenderlos en la perspectiva del bien común en los ámbitos locales y globales, sopesando las consecuencias de cada acción o decisión para esta y las futuras generaciones. Si antes hablamos del cuidado de las personas y de sus derechos, ahora hay que hablar del cuidado de lo común: cuidado de las comunidades, de las colectividades, de las mayorías y de las minorías. En este sentido, el bien común incluye lo local hasta lo global. “Nadie se salva solo” porque todos nos necesitamos. El bien común incluye el destino universal de los bienes de la tierra, que pone límites al derecho a la propiedad, que tanto se ha acentuado con el apoyo de las ideologías individualistas. En estos términos podemos ubicar los derechos humanos y de los pueblos, como expresiones del cuidado del bien común.
El tercer referente del cuidado tiene que ver con su mediación fundamental: la solidaridad. Hay que entender que la solidaridad es un nombre contemporáneo del amor, que no es un sentimiento vago y difuso, sino “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos. La solidaridad nos ayuda a ver al otro –entendido como persona o, en sentido más amplio, como pueblo o nación– no como una estadística, o un medio para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida”, según el mensaje de Francisco. La solidaridad así entendida genera un vínculo específico y primordial con los pobres, los sufrientes y los excluidos, a quienes se dirige un cuidado específico para subsidiar la ayuda que tienen por sus condiciones de vulnerabilidad. Por su parte, la indiferencia, que es hija del individualismo, manifiesta el miedo para abrirse al otro que nos necesita y hace imposible su cuidado. Por eso construye muros y rompe puentes. El individualismo castra a las personas y a las instituciones de su dimensión relacional, comunitaria y social. Cercena la capacidad de donación que engrandece la dignidad de las personas y, también, de las instituciones y de los pueblos.
Y el cuarto referente tiene que ver con el vínculo estrecho con el entorno natural en cuando que lo consideramos parte de nosotros mismos. Es más, nosotros somos parte de la naturaleza. Por fortuna, en las últimas décadas se ha fortalecido la convicción de que el futuro depende de la atención y del cuidado de nuestro entorno natural. ¡Cuántos conflictos relacionados con el agua, la tala de los bosques, la privatización de los recursos naturales y la contaminación, se han agudizado por todas partes! “Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo”, sentencia Francisco.
Una paz sostenible requiere de una serie de condiciones sociales, políticas y económicas, que corresponden al conjunto de los derechos humanos ya reconocidos. Esa paz tan vulnerada en México está aún lejana ya que requiere transformaciones de fondo y de largo alcance. Sin embargo, el componente cultural está en la base de su construcción, ya que aquellas transformaciones tienen que estar acompañadas por una cultura de paz. Esta paz requiere de una cultura, que incluye el cuidado como modo de ser, como actitud básica, como estilo de vida, como un modo de ejercitar la responsabilidad social y el servicio público. Es necesario que el cuidado se haga cultura para que demos pasos decididos hacia la paz.
La paz sostenible se apoya en una insustituible cultura del cuidado, que se expresa en el absoluto respeto de la persona humana, en la salvaguarda de sus derechos, en la promoción del bien común, en el cuidado del medio ambiente y en la solidaridad como vía fundamental de transformación social. Sin esta cultura, la paz se construye sobre arena y queda a merced de las circunstancias. Las transformaciones económicas y políticas que carecen de esta transformación cultural se vuelven insostenibles con el tiempo.