EL-SUR

Sábado 04 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

David Foster Wallace: el genio del genio

Adán Ramírez Serret

Febrero 16, 2024

Siempre será un misterio de dónde brota un artista y cuáles son sus características. Se vienen a la mente una serie de características innatas como una gran sensibilidad, habilidad e inteligencia a los que se pueden aunar una formación privilegiada, más una buena cantidad de coraje.
Si se piensa en todas estas viene a la mente David Foster Wallace ((Ithaca, 21 de febrero de 1962-Claremont, 12 de septiembre de 2008), quien como muchas personas reunía estas características como el talento, el privilegio y el coraje, más la concreción de novelas y cuentos deslumbrantes, los cuales siempre será un misterio cómo es posible que cualquier persona lo haga; porque se puede tenerlo todo, y no escribir obras maestras. Más bien éstas son la anomalía en el mundo.
David Foster Wallace se congració en el mundo de la literatura con libros de relatos como La niña del pelo raro o la súper célebre La broma infinita; obras cuya lectura densa permanece y lo hará durante muchos años más. Wallace también escribió ensayos y crónicas como la que ahora tengo en las manos, El tenis como una experiencia religiosa, cuyo título en inglés es Federer as Religious Experience and Democracy and Commerce at the U. S. Open, que son precisamente una apología sobre lo que Wallace considera el milagro de Federer, y el otro sobre Pete Sampras y Mark Philippoussis.
Foster Wallace fue un gran tenista en su juventud con tal pasión y talento al grado que consideró dedicarse de manera profesional a este deporte. Pero, se dedicó a la literatura y la filosofía para fortuna de las letras, más nunca abandonó la fascinación por el tenis.
Wallace abre estas crónicas en el claro estilo de la crónica estadunidense llevada a la gloria por plumas de la talla de Norman Mailer, Truman Capote o Tom Wolfe; Foster está a este nivel sin ningún problema: atrapa el momento, la forma en la que cae el sol, el esnobismo de los asistentes, la textura de la comida y reflexiona sobre ello, lo define, lo reinventa para que ese U.S. Open de 1996 no desparezca jamás. Foster Wallace también ve el tenis, describe con técnica las jugadas deportivas, aquí es un virtuoso cronista deportivo que lo sabe todo y lleva el ejercicio de los mejores deportistas del mundo a la magia de la literatura, dice: “Sampras, que no es precisamente un especialista de globos altos, parece casi frágil, cerebral, poeta, al mismo tiempo sabio y triste, cansado de esa forma en que sólo se cansan las democracias”. Wallace es obsesivo por observar, por deslumbrarse, por captar eso que ve; la crónica se va desplegando en un cuerpo deslumbrante, pero aún así, Wallace echa notas para ir alargando, para abundar a la manera de Proust que detalla de manera obsesiva el detalle hasta llegar a pormenorizar cada punto del instante y fascinación.
Las crónicas son como lo dice el autor, sobre la experiencia religiosa que puede llegar a ser un deporte. Esta parte del ser humano que usualmente se considera puro cuerpo, pero es obvio que no es así, lo dice Wallace: “La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana. La relación que guardan ambas cosas entre sí vienen a ser un poco como lo que hay entre la valentía y la guerra…La belleza humana de la que hablamos aquí es de un tipo muy concreto; se puede llamar belleza cinética. Su poder y su atractivo son universales. No tiene nada que ver ni con el sexo ni con las normas culturales. Con lo que tiene que ver en realidad es con la reconciliación de los seres humanos con el hecho de tener cuerpo” y agrega en la nota al pie, “al fin y al cabo, el que se muere es el cuerpo”.
David Foster Wallace demuestra en estas crónicas que el artista es talento, sensibilidad y agallas, pero sobre todo la capacidad para fascinarse, para deslumbrarse: descubrir el genio del genio es la genialidad. La concreción del arte.
David Foster Wallace, El tenis como una experiencia religiosa, Ciudad de México, Random House, 80 páginas.