EL-SUR

Jueves 12 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

De Culiacán a Guerrero: entre golpes, contrastes y celebraciones

Abelardo Martín M.

Noviembre 05, 2019

Nadie prometió que el cambio de régimen de gobierno se produjera de un día a otro como muchas personas, grupos de interés o abiertos adversarios de la 4T pretenden exigir por todos los medios posibles.
El país, sin exagerar, ha vivido una larga pesadilla de malas administraciones y de gobiernos irresponsables, muchos de cuyos funcionarios obtuvieron o amasaron grandes fortunas al amparo de los cargos públicos que ejercieron, lo que llevó a formar gobiernos débiles no sólo frente a la delincuencia organizada, de cuello blanco o frente a los grupos de presión y de poder.
Nada funciona adecuadamente sin gobierno sólido, fuerte, decidido a preservar y cuidar el interés de la mayoría, especialmente de los grupos más vulnerables. No se gobierna para la cúpula de la riqueza o del poder, cualquiera sea su origen, sino para todos, lo que hoy intenta día a día el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien abiertamente –como ha vuelto costumbre– ni elude ni evade ningún tema por tabú que parezca.
Hablar de “Golpe de Estado” en México formaba parte de los pensamientos vedados y vetados. Hoy no.
El propio presidente lo verbalizó y enfrentó tal cual, ante expresiones divergentes hechas en público por un alto mando del Ejército mexicano en la administración de Felipe Calderón y que, para nadie es secreto, no es la única ni la última entre los miembros de las fuerzas armadas del país. La disidencia militar ocurre, aparentemente, a partir de los hechos ocurridos en Culiacán, Sinaloa.
Sería obtuso negar que también, dentro de las fuerzas armadas mexicanas, ha habido diversidad de opiniones a lo largo de la historia del Ejército y la Armada en los últimos años. Desde los gobiernos de Fox, Calderón y Peña Nieto se intentó acallar a las voces divergentes que apostaban, como lo proponía López Obrador, un cambio para el país.
Hoy, sin embargo, es el propio presidente quien advierte (o reconoce) que en su gobierno hay quienes estarían en favor de un golpe de Estado, es decir, se admite la disidencia, se respetan las opiniones divergentes. Todo porque el cambio sí va, todo porque se afectan intereses, todo porque hay un objetivo claro: combatir la corrupción y poner en su lugar las auténticas prioridades del país: salud, educación, oportunidades para todos y crecimiento económico. Todo ello, con la plena conciencia de que hay opositores y hasta enemigos que buscan obstaculizar y hacer que fracase el gobierno actual. De ese tamaño es su coraje o su reto.
A casi tres semanas del llamado “culiacanazo”, cada intento de aclarar qué pasó exactamente, genera nuevas dudas y preguntas.
No sólo de lo que ocurrió en la cronología inmediata de ese jueves 17 de octubre, sino cómo y por qué se procedió así, tratándose de uno de los líderes de una de las organizaciones criminales más importantes del país, y en una ciudad penetrada y dominada por la presencia del narcotráfico desde hace más de medio siglo.
Y por supuesto, de lo que va a ocurrir en el futuro, aunque el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, sólo reconoce un “tropiezo táctico” pero defiende la estrategia gubernamental, de la cual asegura que dará resultados.
Entretanto, un desayuno de la cúpula de las fuerzas armadas se vuelve célebre por el lenguaje inusitadamente duro del orador principal, un general en retiro que critica la acción y las omisiones del Ejecutivo, aunque sin nombrar directamente a su titular.
Con ése y otros elementos, el presidente López Obrador creyó oportuno referirse –vía twitter– a la probabilidad de un golpe de Estado, cuya viabilidad sin embargo desestimó, por el apoyo y la conciencia popular que ahora existe.
Pero la sola referencia encendió alarmas, lo mismo entre sus adeptos que entre sus opositores; aquéllos para externar su apoyo, éstos para descalificar la aseveración.
En medio de tales nubarrones que oscurecen el panorama nacional, Guerrero vive su propia historia de claroscuros.
Conmemoramos hace unos días el 170 aniversario de la erección del estado, y como parte de las celebraciones el gobierno entregó condecoraciones y premios al mérito civil a guerrerenses destacados.
En la fecha, que coincide con la toma de posesión de los mandatarios estatales, y que esta vez marcó el término del cuarto y el inicio del quinto año de la actual administración, el gobernador Héctor Astudillo, luego de hacer apología de los héroes locales y sintetizar la historia guerrerense, expresó: “no se puede gobernar Guerrero con limitaciones y miserias”.
Es posible ubicar la frase de diversas maneras, en sentido positivo como un estilo o un ideal de gobierno, como un reconocimiento a los obstáculos que le han impedido hacer un mejor papel, o hasta como un reproche a la Federación.
Frases enigmáticas aparte, el estado no ha superado la inercia de pobreza, desigualdad, atraso y violencia que ha arrastrado por décadas.
Lejano ha quedado ya el optimismo personal con el que el gobernador Héctor Astudillo arribó al Palacio de Gobierno estatal en 2015.
Sin embargo, ha podido presumir algunas cosas que al inicio de su mandato habrían parecido difíciles de alcanzar, como el mantenimiento de altos niveles de concurrencia turística en playas y lugares recreativos durante periodos vacacionales o puentes, como el que acaba de suceder con motivo de las fiestas de muertos, o la celebración continuada de eventos emblemáticos, como el Abierto Mexicano de Tenis de Acapulco, y la llegada de cruceros internacionales.
También es notable un modesto crecimiento económico en la entidad, pero especialmente notable cuando en el mundo entero se habla de recesión y en México llevamos un año de pasmo productivo.
Incluso las cifras de violencia, sobre todo comparadas con las nacionales, van a la baja en el último año. Durante 2019 Guerrero ha ido descendiendo lugares en la lista que llegó a encabezar a nivel nacional, hasta ubicarse a la fecha en el séptimo sitio. Al cerrar el tercer trimestre el dato de homicidios dolosos ha disminuido un 22 por ciento respecto al año anterior, y en septiembre la caída es de alrededor del 50 por ciento. De mantenerse esa tendencia el estado habrá vivido el año menos violento en una década.
Como ocurre en estos casos, la población en su día a día no mira las cosas de forma tan favorable, sobre todo cuando siguen ocurriendo quema de vehículos en caminos y carreteras, que se atribuyen a amenazas cumplidas de extorsionadores, y también ocurren secuestros, aparecen cadáveres víctimas de ejecuciones y hay hasta bloqueos de carreteras atribuidos a las bandas de criminales que exigen libertad de operación en “sus” territorios.
Así, entre claroscuros nos aproximamos al fin de año, y el gobierno estatal inicia su quinto ciclo de desempeño, mientras la clase política comienza su cuenta regresiva, en espera del próximo pastel a disputar y repartir. O sea, ya casi entramos a periodo electoral.
Va a estar divertido.