EL-SUR

Viernes 13 de Diciembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

De encuestas y desconfianza

Lorenzo Meyer

Agosto 31, 2017

La desconfianza casi total es un elemento central del ambiente en que se va a llevar a cabo la próxima elección presidencial. Morena acaba de experimentar esto en carne propia y a un alto costo. Debe evitar volver a tropezar con la misma piedra.

La campaña presidencial del 2018 está entrando en la etapa de la guerra sin cuartel. Lo que está en juego no es sólo la Presidencia y otros puestos de elección, sino la definición misma de un sistema político que hasta hoy es un híbrido inestable y fallido; una mala mezcla del antiguo autoritarismo salteado con elementos democráticos y todo envuelto en una corrupción galopante.
La campaña ya está enmarcada por un alto grado de desconfianza ambiental. Hoy la confianza entre los mexicanos está en mínimos –si en 1990 el 34% dijo confiar en los demás, en 2012 esa proporción había caído al 12% (Alejandro Moreno, “Confianza y democracia”, Este País, septiembre 2015, p. 22). La confianza en las instituciones está peor: apenas el 3% de los ciudadanos acepta creer mucho en las declaraciones presidenciales (Segunda Encuesta Nacional de Opinión Ciudadana 2017, GEA-ISA, junio 2017). Esta ausencia de credibilidad no puede extrañarnos: es resultado directo de décadas de normas de la convivencia violadas sin que se llame a cuentas al violador. Por eso nuestro país aparece en los primeros lugares mundiales de impunidad –lugar 58 de 59 países examinados–, con un índice de la impunidad delictiva de más del ¡99%! (Universidad de las Américas Puebla, Índice global de impunidad, IGI-Mex 2016, UDLAP, 2016, pp. 12 y 22).
Esa desconfianza ambiental puede ser usada como arma por cualquiera de las fuerzas políticas, de ahí el éxito de las campañas negativas y no el de las propositivas. Hoy cualquier descuido del actor político puede acarrearle una avalancha de desconfianza. Y esto es particularmente cierto para Morena, el partido que tiene como principal capital político entre sus simpatizantes, la credibilidad. De ahí que su líder, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su equipo no deban cometer errores que les disminuyan ese bien social tan escaso.
Un ejemplo de cómo los adversarios de Morena –que son legión, pues incluyen al PRI y al PAN, al PRD y al EZLN, a empresarios, medios de comunicación, etc.–, pueden movilizar en su contra parte del caudal de desconfianza disponible, se tiene en la forma en que se dio el proceso para designar al candidato a jefe de Gobierno de Morena en la CDMX. Ese partido conformó una planilla de cuatro aspirantes: Claudia Sheinbaum y Ricardo Monreal (delegados en Tlalpan y Cuauhtémoc, respectivamente), Martí Batres (presidente de MORENA en la CDMX) y el senador Mario Delgado.
En principio, se dijo, la designación se haría como resultado de una encuesta a una muestra representativa de la ciudadanía capitalina. A los consultados se les pediría elegir entre los cuatro designados y el que tuviera más apoyo sería el candidato(a) morenista en una coyuntura donde su partido tiene muchas posibilidades de triunfo.
En la medida en que cada partido decide la forma en que selecciona a sus candidatos, una encuesta abierta a una muestra de electores es un método aceptable. El problema fue su implementación. Cuando pasados los días se anunció que la encuesta se había efectuado y que los resultados favorecieron a Claudia Sheinbaum, la andanada de críticas se desató y Morena se vio obligada a dar cifras que no el método para llegar a ellas. El 37% de los consultados no quiso o no supo que opinar, 22% dijo no inclinarse por ninguno de los propuestos y el 15.9% prefirió a Sheinbaum, 10.1% a Batres, 9.7% a Monreal y 4.2% a Delgado.
La falta de información en tiempo y forma en torno al proceso de consulta se puede explicar por dos vías. La primera, es que Morena tiene una natural desconfianza a dar información que sus enemigos pueden usar en su contra. La otra, que el líder de Morena, AMLO, manipuló todo el proceso para sacar adelante a su candidata. Como sea, los enemigos alentaron la sospecha de que no hubo tal encuesta o que, de haberla habido, su resultado se manipuló.
Por azar, me tocó estar en una colonia y en una calle seleccionada por los encuestadores. Llamaron a mi puerta sin identificarse con ningún partido y yo acepté responder a una batería de preguntas políticas. Siempre acepto en recuerdo de la vez que, hace años, y como parte de un curso, tuve que encuestar. El cuestionario fue el esperado para asuntos de preferencias políticas: de una lista de preguntas preparadas de antemano, se debía elegir el problema más importante para la comunidad, la posición frente a los partidos en competencia, frente al gobierno, informar sobre indicadores de la posición económica del encuestado (número de baños completos o focos en la casa, etc.), nivel de estudios, grado de reconocimiento de los cuatro personaje –fue ese el momento en que ya se hizo obvio que la encuesta era la de Morena–, la opinión sobre cada uno y finalmente cuál se consideraba el mejor para enfrentar a la CDMX.
En suma, esa parte del proceso de consulta en que me tocó participar no tuvo nada de particular. Fue un error envolverlo en secreto en un ambiente ya de por si cargado de desconfianza. Morena debió correr el riesgo de informar a tiempo el cómo, cuándo y el resultado de su consulta. El costo de ese error se va a seguir pagando, pero hay que sacarle provecho: Morena debe correr el riesgo de ser transparente pese al ambiente envenenado pues no tiene opción. De lo contrario, le facilitará a sus enemigos el uso del arma favorita de ellos: las campañas negativas “a la 2006”.

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