Jesús Mendoza Zaragoza
Noviembre 06, 2006
La encuesta del Instituto Mexicano de la Juventud, cuyos resultados preliminares acaba de publicar, ofrece un panorama que necesita atención y previsión. Temas como el trabajo, la
salud, la religión, los valores, la sexualidad, la procreación, el acceso a la justicia y a los
derechos humanos, la vida privada, la vida pública y la democracia fueron tratados con un universo de 12 mil 840 jóvenes de entre 12 y 29 años en todo el país. El interés de la
encuesta se orienta a determinar las características sociales, demográficas, económicas y culturales de la población joven de México y a conocer las modificaciones o conservación de tendencias del comportamiento juvenil.
Un aspecto de alta relevancia en esta encuesta es el que se refiere al interés que los
jóvenes tienen en la política. Resulta que, según los datos que arrojó dicha encuesta, el 44 por ciento respondió que la política le interesa “nada” y el 40 por ciento respondió que “poco”. Estas cifras provocan una serie de interrogantes al enfocar a un sector muy
dinámico de la sociedad con un bajísimo interés en participar en la vida pública aportando sus valores, intereses y energías para la construcción de la democracia.
¿Cuál es el mensaje que los jóvenes de México están dando con estas cifras? ¿Cuáles
son los factores que están incidiendo en esta situación de desinterés hacia la política?
¿Qué tanto el sistema educativo está induciendo este desinterés generalizado por las cuestiones públicas? ¿Y cuál es la responsabilidad que los propios actores políticos tienen en este alejamiento de los jóvenes de los espacios de participación política?
Creo que es oportuno identificar un factor cultural de esta “anomalía” juvenil. La encuesta enfoca a una generación que se salta modelos de conducta y de pensamiento, y nos
muestra una generación que enfoca su vida, en todos sus ámbitos, de una manera distinta,
así sea en la familia, en la escuela, en la iglesia, en el centro comercial y en la calle.
Una perspectiva que puede ayudar a comprender el entorno cultural de esta generación, la
podemos encontrar en Giovanni Sartori, politólogo italiano que tiene entre sus obras Homo Videns: Televisione e Post-Pensiero (Homo Videns, la sociedad teledirigida), escrita en 1997, en la que habla de la primacía de la imagen (televisión), que está provocando la
atrofia de la capacidad de conocer y de entender y, como consecuencia, constituye un grave riesgo para la democracia.
Sartori señala que la televisión ha centrado su actividad en el entretenimiento y en la
diversión, abandonando su función formadora e informativa. Lo visual se ha convertido en
la realidad; lo que es, es lo que pasa por la televisión, en la que las palabras han quedado
subordinadas a las imágenes. El espectador se encuentra a merced de los estímulos de
las imágenes y va renunciando a su capacidad cognoscitiva produciéndose un tránsito del
homo sapiens al homo videns. Los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes
de aprender a leer y escribir. Su actitud se va haciendo pasiva y destructiva de la
imaginación y de la creatividad. Su capacidad para redactar o para exponer una idea o tejer
un razonamiento se va atrofiando y van perdiendo la capacidad de abstracción. ¿Cómo
representar conceptos como libertad, justicia, democracia, tolerancia? Sólo de una manera
pobre, parcial y distorsionada.
La información que la televisión transmite, según Sartori es de dos tipos: subinformación,
es decir, insuficiente, reductiva y parcial, lo que no ayuda a formarse una opinión de peso
sobre cualquier asunto serio; y desinformación que consiste en la distorsión y la manipulación de la información que subordina los hechos a los intereses. La realidad queda reducida a un montón de fragmentos y de imágenes inconexas convertidas en espectáculo excitante y emotivo para mantener a la gente delante del televisor pero alejada de la realidad social. Y es sobre este entramado de desinformación y de subinformación que se edifica el mundo de los sondeos y de las encuestas tan decisivas para la política y los políticos. Las encuestas enfocadas hacia esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas, suelen tener mucha influencia en los políticos que se centran más en su imagen pública que en su responsabilidad en el ejercicio de sus funciones.
En resumen, la televisión trivializa y relativiza los acontecimientos, los convierte en
espectáculo y distrae de la realidad social y de la solución justa de los problemas. Esta es
la herramienta que ha influido, seguramente, en crear ese preocupante desinterés de las
jóvenes generaciones en sus responsabilidades públicas. El desafío está allí: ¿Cómo
superar este desinterés de los jóvenes para que suman sus responsabilidades públicas y
se conviertan en ciudadanos productivos, que producen ideas, proyectos y propuestas que
enriquezcan el necesario esfuerzo por la democracia y por mejores condiciones de vida
para todos?
Los jóvenes son poseedores de una inmensa riqueza humana y social que tiene que
ponerse en juego para hacer este mundo más justo y fraterno y necesitan caer en la cuenta
de que tienen que aprender a pensar, a razonar, a entender los acontecimientos, a forjar el futuro y a empeñarse por la justicia. Esta es una tarea insoslayable. Esta generación de la imagen televisiva tiene que transformarse en una generación de la palabra, de la palabra crítica y liberadora que se convierte en acción por la justicia y por la dignificación de todos.