Lorenzo Meyer
Mayo 02, 2022
AGENDA CIUDADANA
Con frecuencia los análisis del pasado nos abren la posibilidad de entender mejor el presente. En su libro reciente Las elecciones presidenciales en México (2022) Reynaldo Ortega analiza nuestras últimas elecciones con la ayuda de tres conceptos: a) permanencia (1970, 1976 y 1982), b) conversión (1988, 1994 y 2006) y c) realineamiento (2000, 2012 y 2018). Este es un viaje con avances y retrocesos en el sistema de partidos que va de la falsa certeza priista a la incertidumbre de un pluralismo polarizado actual.
Para ese viaje se ha echado mano de una combinación de teorías –la bibliografía está al día–, una batería de datos cuantitativos y una sintética narrativa histórica centrada en los partidos políticos.
Las elecciones de la primera categoría –permanencia– son las que aún pudieron apuntalar a los últimos presidentes priistas. Se trató de elecciones que cubrieron las formas, pero generaron ilegitimidad.
El 88 ejemplifica el tipo de elección de conversión, una que ya implica un cambio significativo en la conducta del electorado, pero sin llegar al cambio de partido en el poder. Punto definitorio de esa elección fue el inocultable fraude electoral y que el autor lo prueba con una selección al azar de mil actas electorales que arrojan “un inexplicable aumento de votos para el PRI” al punto de superar en algunos casos al 100% de los adultos en el distrito. Ese fraude generó una coyuntura donde la oposición ya pudo consolidarse como alternativa real al PRI. La ilegitimidad no logró reafirmar el status quo sino que aceleró la exigencia de cambio pues al régimen ya le fue imposible reconstruir sus mecanismos tradicionales de control. En el 94 ya no hubo fraude apenas una “elección injusta”.
Finalmente, el 2006 ejemplifica la coyuntura en que el PAN mantuvo la presidencia, pero, apenas, pues parte del electorado viró a la izquierda, y la elección resultó la más competida de la historia moderna de México, una donde los competidores ya dispusieron de bolsas de recursos públicos muy similares y donde la diferencia de votos entre el partido en el poder y su oposición fue mínima. y por ello factores como la propaganda negativa, la intervención ilegal en la campaña del presidente y de organizaciones empresariales más la negativa al recuento resultaron decisivos.
Finalmente está el tercer tipo de elecciones, las del realineamiento (2000, 2012 y 2018). En ellas numerosos votantes volvieron a modificar sus preferencias y pudieron cambiar al partido en el poder. Aquí el autor muestra que no basta tener los recursos públicos sino usarlos de manera estratégica.
En el examen de los realineamientos Ortega subraya la importancia de ciertos aspectos de los votantes: ideología, ingresos, edad, género e identidad partidista. La promesa del cambio fue lo que le dio a Fox una proporción muy sustantiva de votos de ciudadanos que se identificaban como priistas o perredistas. En contraste, en 2012 el autor encuentra que la razón del realineamiento en favor del PRI se localiza en la recuperación de la identidad partidista y del clientelismo tradicional. Finalmente, por lo que hace al masivo realineamiento electoral de 2018, el autor propone un abanico de factores: la tragedia de Ayotzinapa, la corrupción, la violencia y otros que llevaron a una pérdida masiva de votos antaño del PRI en favor de la izquierda y en un realineamiento en favor del candidato con menos recursos económicos, pero con la mayor propuesta de cambio.
Hoy la incertidumbre electoral propia de los vaivenes de las elecciones democráticas pareciera que ya se consolidó y que la coyuntura del 2018 coloca a México en el camino de una democracia de “pluralismo polarizado”, sobre todo si Morena puede recorrer el complicado camino de su consolidación.