EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la desesperanza a la esperanza

Jesús Mendoza Zaragoza

Febrero 01, 2005

 

 

 

 

 

 

Del 26 al 31 de enero se realiza en Porto Alegre (Brasil) el V Foro Social Mundial que, en continuidad con los anteriores sigue pregonando que “otro mundo es posible”. En los días previos, del 21 al 25 se llevó a cabo el Primer Forum Mundial de Teología y Liberación, en el que se propone que la religión y la espiritualidad pueden contribuir o dificultar la edificación de un mundo mejor, de otro mundo posible. Congregando a teólogos y teólogas de todos los rincones de la tierra y de las diversas tradiciones cristianas, se han dado cita una serie de aportes de especial valor para el momento presente.

José Mª. Castillo, jesuita español y teólogo muy cercano a las comunidades y movimientos de base tocó en dicho foro un punto neurálgico para la gestación y el desarrollo de un mundo alterno que, si bien, tiene una vertiente secular, implica también una dimensión religiosa. Se refirió a lo que llamó “la utopía secuestrada”, describiendo una actitud cultural que mezcla sensibilidad y racionalidad y permea la sociedad moderna: la desesperanza. Una sociedad en la que no pueden nacer y fomentarse las utopías, dice Castillo, es una sociedad en la que la esperanza histórica se ve reducida a la limitada aspiración que consiste en mantener lo que se tiene. En pocas palabras, una sociedad sin utopía es una sociedad sin esperanza. Y, por tanto, es una sociedad en la que algunos, los privilegiados, centran sus aspiraciones en no perder lo que tienen, mientras que la gran mayoría, los marginados y excluidos, no pasan del desesperado deseo de supervivencia, expresión mínima del instinto de conservación”.

Para Castillo, “el siglo XX ha sido el siglo de la crisis del pensamiento utópico, siendo esta crisis uno de los signos que han configurado la llamada postmodernidad . Se acabaron las grandes palabras: para la gran mayoría de la gente ya no tienen sentido ni los grandes proyectos ni los ideales sublimes. Y nos tenemos que resignar al “pensamiento débil” que entraña, entre otras cosas, el convencimiento de que nuestra vida en la historia humana no tiene ningún sentido liberador, según las conocidas ideas de Vattimo y Lyotard. Al final del siglo XX y comienzos del XXI, hemos tocado fondo en el oscuro camino de la desesperanza y, para muchos, en la tragedia de la desesperación”.

La desesperanza es un efecto de la desaparición de las utopías que han alimentado las luchas y esfuerzos por cambiar el mundo. ¿Qué ha pasado con ellas? Castillo hace mención de las tres grandes utopías que arrastraron la historia del siglo XX: la utopía del comunismo, tal como se desarrolló en la Unión Soviética, la utopía nietzscheana sin esperanzas, desarrollada por el nazismo, y la utopía del neoliberalismo que se resiste a caer. Las dos primeras, que mostraros descaradamente rasgos totalitarios causaron tragedias mayores de las que la humanidad no logra sobreponerse, mientras que el capitalismo neoliberal, debido a la creciente concentración de riqueza que produce el mercado total, está causando más de 70 mil muertos cada 24 horas por causa del hambre, la desnutrición y las pandemias consiguientes, según los Informes sobre desarrollo humano que cada año publica la ONU. Ni Stalin ni Hitler, con toda su barbarie, alcanzaron tales niveles de brutalidad y de violencia.

Sin duda alguna, las tres grandes utopías del siglo XX nos prometieron un mundo mejor. Pero la experiencia histórica nos ha enseñado que esas tres utopías han tenido como resultado el siglo más violento y más frustrante de toda la historia de la humanidad. Entre otras razones, porque esas tres utopías no han permitido la más mínima crítica del proyecto que cada una de ellas nos ha ofrecido. El hecho es que esas tres grandes utopías han terminado siendo, de facto, tres agentes de violencia que han sobrepasado los límites de lo inimaginable.

La utopía representa, por una parte, la crítica de lo existente; por otra parte, la propuesta de lo que debería existir. Ahora bien, si no criticamos el mundo que tenemos, ni hacemos propuestas sobre el mundo que debería existir, es decir, si lo que rige nuestras vidas y nuestros proyectos no es la “razón utópica”, ese estado de espíritu, esa forma de pensar y de sentir, vendría a poner en evidencia que nos va bien como estamos, o sea, nos encontramos satisfechos en el presente “orden” que nos han impuesto y que hemos aceptado gustosamente. Por otra parte y como es lógico, de gente satisfecha con lo que tiene no se puede esperar cambio alguno. Los “satisfechos” defenderán con uñas y dientes que otro mundo no es posible o, dicho de otra manera, los “satisfechos” defenderán siempre que el mejor mundo posible es el que estamos disfrutando ahora mismo.

¿A qué se debe que en nuestros contextos es tan difícil inspirar utopías y despertar esperanzas? Es una cuestión, ciertamente, muy compleja que señala un problema social y cultural, sentido y afrontado por quienes luchan por un mundo distinto en términos de justicia y libertad. ¿Cómo se explica que esto esté sucediendo y que la enorme mayoría de los insatisfechos no se rebele contra la minoría de los que mejor viven? O dicho de manera más directa, ¿qué explicación tiene que, estando las cosas como están, no surjan utopías realizables a corto y medio plazo?

Aunque la respuesta es, indudablemente, compleja hay que ir señalando caminos que expliquen lo que está pasando. Una razón, dice Castillo, es que “no se buscan alternativas porque no se conoce lo que realmente está pasando. En otras palabras, lo que hay en juego es un problema de información”. En realidad, la gente no sabe lo que está sucediendo, pues con una mirada ingenua y acrítica de los acontecimientos y de las tendencias mundiales, no es posible comprender los mecanismos de despojo y de muerte que están en el corazón del sistema neoliberal.

Otra razón está en que, según Castillo, “la oferta de satisfacción inmediata, que presenta el mercado neoliberal, ha demostrado ser mucho más fuerte y determinante, para el común de los mortales, que las ofertas que hacen los movimientos sociales y las religiones. En la vida del común de los mortales, es más decisiva la satisfacción de las necesidades que la coherencia de las ideas. Seguramente, esto es lo que da de sí el ser humano. Porque lo primero y lo más fuerte que todos experimentamos, cuando venimos a este mundo, son necesidades. Luego, con el paso del tiempo, aprendemos y empezamos a tener ideas. Por eso, normalmente, las necesidades son más determinantes que las ideas”.

Ceder ante la desesperanza es irracional e insoportable. El espíritu humano se siente urgido a buscar alternativas que abran horizontes reales que den razones a la esperanza. Termina diciendo Castillo que es impostergable la necesidad de recuperar las utopías, las razones que den esperanzas a los seres humanos y a los pueblos para luchar a pesar de todo. De ahí que el esfuerzo que el Foro Social Mundial realiza de abrir paso a ese “otro mundo posible” tenga que ser respaldado por las diversas tradiciones religiosas que siempre están cargadas de utopías religiosas que pueden ser capaces de inspirar utopías históricas. En este sentido, las iglesias tienen que ser cuestionadas cuando ya no son capaces de inspirar utopías y de movilizar esfuerzos para un mundo nuevo.

Pensando en micro, los esfuerzos de lucha y de cambio social en los procesos políticos, culturales, económicos y sociales, solo pueden sostenerse en la medida en que han podido generar y acumular esperanzas. De otra manera, terminan siempre en fraude con efectos terribles como la frustración y, aún el cinismo. Sin las esperanzas y sin las utopías que las sustentan, todos los movimientos terminan en decepción y entonces, el camino se vuelve más difícil.

Es preciso poner una mayor atención a la formación de la conciencia crítica de las personas y de los pueblos. Acompañar en el esfuerzo de analizar la historia, las pequeñas y las grandes historias, para descubrir los horizontes que se abren donde se cierran las puertas. No se puede renunciar a la tarea de construir utopías, desde las más pequeñas hasta las que no caben en la tierra. “Otro mundo es posible” y hay que darle forma en el trabajo diario. Las ideas, los ideales son imprescindibles ahora más que nunca. Hay que generarlos y promoverlos de manera que en ellos quepa el ser humano                                 y la humanidad en su integridad: para todo el hombre y la mujer y para todos los hombres y las mujeres. No a la medida de sistemas cerrados como los construidos por Stalin o Hitler; ni menos por los devotos del neoliberalismo.

Esperanzadamente podemos seguir pregonando que “otro mundo es posible”.