EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la fragmentación a la reconstrucción del tejido social

Jesús Mendoza Zaragoza

Julio 29, 2019

En su empeño por dar respuestas a la situación de inseguridad y violencia en México, la Compañía de Jesús inició un esfuerzo de investigación y de intervención para acompañar procesos de reflexión y de construcción de paz. Como un resultado de este empeño, diseñó el Programa de Reconstrucción del Tejido Social México, desde el Centro de Investigación y Acción Social “Jesuitas por la Paz”. El proceso de investigación de campo llevó a “Jesuitas por la Paz” a determinar que “la noción que más ayuda a comprender la realidad de violencia y delincuencia que atraviesa México es el tejido social, que hace referencia a la configuración de vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida social”.
La constatación de que un profundo proceso de fragmentación social se ha dado en el país, el cual se ha ido visibilizando en la inseguridad, la delincuencia y el control del territorio por el crimen organizado, con consecuencias individuales y colectivas, ha llevado a la conclusión de que el deterioro del tejido social es una de las causas profundas de la violencia, y que tiene que ser atendido de una manera profunda y responsable. Este deterioro es el gran factor social que se entrecruza con los factores económicos y políticos ya conocidos, para dar lugar a nuestra actual crisis de violencia. En este deterioro se ubican cinco sistemas que detonan la violencia y la delincuencia, cuyo origen está en el proceso de mercantilización de la vida, en la crisis institucional y en la pérdida de referentes comunitarios.
Estos cinco sistemas son los siguientes: 1) el proceso de fragmentación familiar asociado a la precariedad laboral y a la ruptura de vínculos entre los jóvenes y sus familias; 2) el reforzamiento del individualismo y de un imaginario sin límites y sin valores en los centro de enseñanza, vinculado a la pérdida del sentido de las normas y de las instituciones; 3) la desigualdad y la pobreza, ligadas a las condiciones laborales y a la mercantilización de la vida; 4) la pérdida de habilidades para la construcción de acuerdos comunitarios, generada por la incidencia social de los partidos políticos y por las políticas asistencialistas y de control social; y 5) La sobrevaloración de los criterios económicos y el desprecio por los valores culturales a la hora de tomar decisiones.
Así las cosas, el fenómeno de la delincuencia y la violencia debería abordarse desde los determinantes estructurales del tejido social: relaciones familiares, relaciones socio económicas, relaciones políticas y jurídicas, relaciones culturales y educativas, y relaciones desde la construcción de significaciones comunes de sentido. El núcleo generador de la fragmentación social está en el proceso de mercantilización de la vida. Todo ha sido convertido en mercancía: las personas, el medio ambiente, la política, la educación, la vida pública. Todo se compra y se vende, es como el pecado original de una sociedad fragmentada, de una comunidad deteriorada y de un pueblo desesperanzado. Secuestros, extorsiones, extracción irracional de los recursos naturales, comercio ilegal y otras más, se han convertido en las formas favoritas y más productivas de este proceso de mercantilización de la vida, que ha derivado en la descomposición social.
Concluye “Jesuitas por la Paz” que este proceso “desvirtuó las relaciones con Dios, con la Tierra, con los ancestros y con la comunidad, de donde surge la ética del cuidado, necesaria para la buena convivencia”. Si a este hecho social se añade una cultura política heredera de cacicazgos y compadrazgos, que se desarrolla al margen de las instituciones y de la legalidad, tenemos como resultado la simbiosis entre un sistema político podrido y una sociedad enferma que da como resultado la brutal situación de violencia que desangra al país.
En años pasados, el Programa Nacional de Prevención del Delito (Pronapred) desarrolló, a través del gobierno municipal de Acapulco un esfuerzo de reconstrucción del tejido social en cinco polígonos de la ciudad (Petaquillas, Zapata, Renacimiento, Jardín y Progreso). Lo que pude observar en su momento, se dio la intervención de una diversidad de actores académicos, culturales, sociales y políticos, desconectados entre sí y con una escasa vinculación con las comunidades locales y sin un sentido de proceso. Sé que se gastó mucho dinero, pero los resultados no son visibles. De hecho, mucho se habla de “reconstrucción del tejido social” pero sin tener una idea precisa e integral del asunto. Hay quienes creen que basta con mejorar los espacios públicos para que los lazos comunitarios se reconstruyan, cuando esa es sólo una condición y no la más importante.
El programa de reconstrucción del tejido social del organismo jesuita incluye cinco componentes que corresponden a los cinco sistemas que detonan la violencia desde el ámbito social. 1) La espiritualidad ecocomunitaria que busca que las personas se comprendan a sí mismas como vinculadas y vinculantes con un sentido de armonía social y de conservación del ecosistema. 2) La reconciliación familiar, que busca revincular a los integrantes de la familia con los ancestros, con la comunidad y con el territorio. 3) La educación para el buen convivir, superando el modelo de la competencia y haciendo de la convivencia el nuevo paradigma educativo. 4) El gobierno comunitario, que aspira al ejercicio del poder desde el diálogo, el consenso y el acuerdo, desde el cuidado de la persona, de la comunidad, del territorio y del medio ambiente. Y 5) La economía social y solidaria, que coloca en el centro la ecología y la comunidad, y no la ganancia económica.
Concluyendo, según este programa, “reconstruir el tejido social significa emprender procesos de formación y organización donde las personas fortalezcan sus vínculos, su identidad y su capacidad de ponerse de acuerdo, de tal manera que puedan evaluar y rediseñar una institucionalidad local que haga posible el buen convivir”. El buen convivir es la utopía social que puede sustituir el mercantilismo y el individualismo, que han fragmentando a la sociedad haciéndola vulnerable a las dinámicas violentas de la economía y de la política. El gran desafío para la paz es el fortalecimiento de la sociedad mediante la construcción de lazos comunitarios sólidos. Sin comunidades autogestivas y democráticas no puede haber una paz sostenible. Esta paz necesita condiciones sociales y ser edificada desde abajo hacia arriba. Esto puede susceder si reconstruimos el tejido social y fortalecemos los lazos comunitarios.