EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la sana distancia a la insana cercanía

Tryno Maldonado

Marzo 31, 2020

METALES PESADOS

 

Andrés Manuel López Obrador sigue recorriendo hoy con obstinación el país como en su eterna campaña por el poder desde hace 13 años. Le ha dejado el timón de la crisis a miembros de su gabinete. Mientras tanto, México entra en emergencia sanitaria por el Covid-19. El tecnócrata del gabinete Hugo López-Gatell –herencia del gobierno de Felipe Calderón– llama a “quedarse en casa” sin algún plan integral nacional. Al mismo tiempo, AMLO, provocador, voló a Badiraguato, la cuna del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán, justo el día del cumpleaños de Ovidio Guzmán –hijo del capo, liberado previamente por el gobierno durante el culiacanazo, el operativo del pasado 17 de octubre en el que militares lo habían capturado.
Los mismo rituales palaciegos del viejo PRI y la importancia que le daban a los símbolos durante dichos rituales. Los mismos modos soberbios del PRI, confiados en su poder aplastante. Y, claro, las contradicciones del PRI de siempre.
Hay que ser claros. La crisis sanitaria y económica que se avizora para las próximas semanas, será la más profunda que hemos vivido como sociedad en las últimas décadas. Una más del rosario de crisis dejadas por las administraciones del PRI en su fase tecnócrata y neoliberal que le heredaron a mi generación –siempre justificándolas como crisis exógenas, igual que ahora. Las respuestas por todo el país ante las políticas económicas draconianas fueron organizaciones de las dignas rabias de abajo, como la del EZLN en 1994. Y, tal como aquellas, la que estamos por experimentar como sociedad, será una crisis que marcará a toda una nueva generación.
Obcecación y soberbia. Tras recibir al gobernador del estado de Hidalgo, Omar Fayad, que 10 días después dio positivo al Covid-19, AMLO aseguró que sólo se hará la prueba cuando presente síntomas, como cualquier ciudadano. Alguien se lo reclamó este fin de semana antes de tomar un vuelo y AMLO no dudó en tildarlo de “provocador”. Cuando el mayor provocador en estos momentos críticos con sus actitudes irresponsables es AMLO.
Parece haber una tregua entre el Cártel de Sinaloa y la 4T. Quizá sea esa la verdadera –y única– estrategia de “seguridad” de la presente administración. AMLO no ha mantenido ninguna “sana distancia” con la población, pero mucho menos con el Cártel de Sinaloa –uno de los más sanguinarios, los que más han lastimado a las familias de México en los últimos 13 años de esta guerra.
Para las víctimas, insana distancia. AMLO se ha negado a recibir la a Caravana por la Paz, compuesta por familiares de asesinados, desaparecidos y víctimas de feminicidio de todo el país. Les ha dado la espalda. Lo mismo con las colectivas feministas que de manera digna y resonante le han reclamado acciones para combatir la verdadera epidemia que cobra la vida de 11 mujeres a diario en este país: los feminicidios. Su postura fue indolente en ambos casos. No quería faltar el respeto a la investidura presidencial. No quería un show. Cuando el único show en medio de la entrada a una de las crisis históricas que marcarán profundamente a México lo está haciendo él.
Al asistir a la comida con el hermano menor y el abogado del Chapo Guzmán en Badiraguato y saludar de mano a su madre, Consuelo Loera –con la fuerte carga simbólica que ello implica y las señales que envía tanto al interior como al exterior del país–, ha insultado a las madres y las familias de las centenas de miles de víctimas de esta guerra en buena parte propiciada por esa familia sinaloense. Ese apretón de manos es el signo de que en México no habrá una justicia transicional.
Durante la conferencia mañanera del día siguiente al saludo a la madre del Chapo Guzmán, AMLO se justificó: “A veces le tengo que dar la mano a delincuentes de cuello blanco”. Pero entre esos delincuentes de cuello blanco están sus principales asesores, los integrantes de su Consejo Asesor Empresarial, como Ricardo Salinas Pliego –que se volvió el segundo hombre más rico de México durante la crisis de otra pandemia, la del virus AH1N1 favorecido en el sexenio de Felipe Calderón en 2009.
Ante los vacíos y las prioridades por mantener el poder de las dirigencias de arriba, pueblos, comunidades, colectivos y colectivas abajo han comenzado a cuidarse en colectividad y a sí mismos, sin esperar nada de este o de otros gobiernos pasados frente la tormenta que se avecina. Están los ejemplos de los grupos anarquistas compartiendo los saberes para distintas formas de organización, solidaridad y autocuidados durante la pandemia por todo el mundo, la campaña sanitaria de las policías comunitarias de Guerrero, el llamado de las familias de Ayotzinapa a la movilización virtual global por los 66 meses de la desaparición de sus hijos sin respuestas, la convocatoria de las Redes de Resistencia y Rebeldía y del Congreso Nacional Indígena a la Jornada Global por la Vida #ElEncierroNoMeCalla, por poner algunos ejemplos de lo mucho que ocurre al margen de la inacción del Estado.
Qué pequeño amanece cada vez más AMLO conforme pasan los días. Qué grande le ha quedado un pueblo organizado que, incluso a pesar de él y de su indolencia ante la crisis por venir, ha comenzado a articularse y cuidarse a sí mismo para tomar medidas y fortalecer redes de solidaridad desde abajo.
El ritual del saludo público a la madre del Chapo Guzmán “por razones humanitarias”, a decir de AMLO y sus seguidores, no es en absoluto ingenuo, como no lo eran esos mismos rituales de besamanos del PRI. Nos anuncia que México pasó formalmente del régimen de narcogobiernos a un régimen de narcohumanismo. Un humanismo que tiende la mano a familias de narcotraficantes en plena crisis sanitaria, pero que le da la espalda a las víctimas de esas mismas familias, a las mujeres, a los pueblos indígenas y a los más pobres. “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer”, diría Gramsci. “Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.