EL-SUR

Lunes 13 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la tierra a la producción (I)

Eduardo Pérez Haro

Mayo 21, 2019

 

Para Oscar Morales.

En líneas generales hemos dado cuenta de la tierra como un bien en implícita disputa a efecto de canalizar los recursos que de ella emanan como materias sustantivas del desarrollo de áreas estratégicas de la industria y los servicios. Podemos entender que los dueños de la tierra son unos y los dueños de la industria y los servicios son otros, aunque no faltan ejemplos donde las empresas –primarias, industriales y de servicios– puedan corresponderse en una sola persona o grupo empresarial, más no es el caso más extendido, lo común es que se trate de sujetos diferentes que se articulan mediante el comercio de insumos y materias primas al sector industrial y así al de servicios, y viceversa.
La división del trabajo es la base de los intercambios y el mercado el elemento articulador y distribuidor de los beneficios, en donde, sin embargo, la competencia arroja un saldo de ganadores y perdedores en una vorágine en la que no todos ganan igual y unos pierden más que otros. En este escenario de mercado, el Estado se interpone ya sea para consolidar esta naturaleza excluyente de las fuerzas del mercado ya sea como atenuante y eventual rector de las directrices del desarrollo posible. En el primer caso, se achica al servicio de las fuerzas preponderantes del capital, alternativamente, para el segundo caso, se erige en contraposición de los saldos extremos del crecimiento económico que desvela a los ganadores en la concentración extrema de los beneficios y a los perdedores en la ruina y el rezago.
Los dueños de la tierra no pueden escapar a la lógica del mercado ni les interesa hacerlo. Los grandes productores, a según, trabajan claramente para el mercado externo e interno, los pequeños productores lo hacen preferentemente para el mercado interno y más bien, para los mercados regional y local pues no tienen condiciones de producción y productividad adecuada y tampoco de comercio quedando fuera de la competencia. No obstante, se asientan sobre una propiedad que tiene un gran potencial y por ende un gran valor que no aflora por falta de condiciones tecnológicas, de infraestructura, de servicios, de financiamiento, etcétera, en cuyo caso los pequeños productores no sólo quedan fuera de toda posibilidad de competencia sino en creciente rezago, pero también pierde la economía nacional y con ello se debilitan las bases del crecimiento y el desarrollo general del país.
De nada sirven los recursos minerales, los energéticos, los flujos de agua y la tierra misma cuando queda sometida al abandono secular a la par de sus dueños (que lo son de dos terceras partes del territorio nacional tratándose de la propiedad de los pequeños productores), o cuando no se reconoce la polivalencia del suelo como si ésta no sirviera para nada o cuando se ignora la demanda de los sectores industrial y de servicios sobre estos recursos, o cuando en su desvelo se transita por algún ardid jurídico que burla la inclusión de los dueños de la tierra en las concesiones de explotación incluso de expropiación. Con lo cual el Estado-gobierno pierde en la rectoría económica, los dueños de la tierra pierden oportunidad y, finalmente la nación, depositando los costos de todo ello como una desgracia de poblaciones en pobreza, con severos impactos y desequilibrios sobre las finanzas públicas y lo que es más grave, con un sector que resulta insuficiente para el abasto del mercado interior que se reconoce en los productos importados como el maíz forrajero, el trigo, las semillas oleaginosas y otras materia e insumos de origen primario. Por decir lo menos.
Entonces, la perspectiva del campo se torna como una tarea socioeconómica de importancia estratégica porque, por ahora, es rezago social, desaprovechamiento de potencialidades y dislocada pieza singular del engranaje industrial y de la economía en general. No es sólo un asunto de pobres o de abasto alimentario, por el contrario, es un asunto de productores, de generación de mercaderías diversas, de relaciones entre sectores, es un asunto del sistema socioeconómico y su posibilidad de remontar la marginalidad se precisa en los ámbitos en que se diferencia de sus competidores sean los grandes productores del país o los productores más eficientes del orbe que se encuentran como contendientes en la formación de los precios y desde ahí las posibilidades de rentabilidad o pérdida.
Actualmente los precios de las mercaderías son una resultante mundial, este es un asunto característico de la era glob@l, los precios no los pone el productor en función de sus costos per sé o digamos que quién pauta la formación de precios son aquellos que se presentan en las mejores condiciones asociados a determinada calidad pues la demanda, como usted mismo lo practica en todo momento en que asiste al mercado, busca el mejor precio para determinada calidad, de manera que aquel productor que quiera vender habrá de alinearse al precio del mejor postor, y si un pequeño productor padece debilidad de sus técnica y tecnologías de producción, insuficiencia de insumos, carencia de financiamiento y dificultades de almacenamiento y comercialización, inevitablemente tendrá bajos rendimientos y altos costos. Y cuando va al mercado se enfrenta a un precio menor de parte de sus competidores. Irremediablemente, vende en condiciones adversas de precio y regresa con pérdidas a su casa.
Más aún, el mercado le representa, al pequeño productor, obstáculos de orden superior cuando al paso de los años está copado por grandes consorcios que le dificultan el acceso por requerimientos de tamaño de los pedidos y condiciones de presentación del producto que, en principio, no están al alcance del pequeño productor. Y cuando este pequeño productor desiste, en el mercado se establecen precios de monopolio que pueden ser elevados porque ya no enfrentan competencia, el pequeño productor está fuera de esa oportunidad de altos precios y en el mejor de los casos termina siendo su proveedor sin beneficiarse de las ganancias del negocio de las grandes empresas, cuando no, simplemente queda fuera de los principales circuitos de mercado, confinado a la venta local de sus pequeñas porciones de grano, verdura o fruta donde el comprador no tiene otro proveedor. La segregación se vuelve estructural. Este es el caso en México.
Podría usted pensar que entonces es cuestión de pagarles más. El mercado no lo hará. ¿O usted, en condición de consumidor está dispuesto a pagar 20 o 30 por ciento más? supongamos que sí, de hecho, así sucede en los mercados locales cuando no hay otro proveedor, ahí se consume irremediablemente a mayor costo, pero en ese caso, tarde o temprano vendrá alguien de cualquier lado del país o del mundo, aparecerá alguien que esté en condiciones de aproximar el producto a menor precio y terminará por quedarse con los clientes de ese producto y por imponerse la lógica del mercado en los términos arriba descritos.
Una vez se hizo por cuenta del gobierno. Eran los años de la industrialización en la década de los 50, la idea era asumir estabilidad de precios para asegurar el aprovisionamiento de los productos básicos, centralmente el maíz, aunque no solo, ahí estaban en general los granos y semillas oleaginosas fundamentales para la fabricación de aceites y pastas. Se trataba de coadyuvar con una canasta suficiente y a buen precio para los trabajadores de las zonas urbanas, era una manera de favorecer la expansión fabril con la que México se aparejaría a la condición de producción e ingresos de los países desarrollados. Entonces se colocaba como una relación sistémica.
Por medio de los impuestos a la importación de estos bienes quedaban bloqueadas las posibilidades de comprar estos productos provenientes del exterior aunque fueran más baratos, el asunto es que la industria en crecimiento arrojaría mayores ingresos y, por consecuencia, la Hacienda Pública podía recaudar mayores ingresos y con ello había suficiencia para absorber los diferenciales de precios aunado a salarios mínimos suficientes para sufragar la canasta básica de consumo por parte de los trabajadores urbanos. Una ecuación bien cimentada. Fue la época del llamado “milagro mexicano”. Pero el milagro terminó a mediados de los 60.

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