EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

De la tierra a la producción (V y último)

Eduardo Pérez Haro

Julio 30, 2019

 

 

Para Astrid Morales Rivera

La tierra sirve de base a la producción industrial, por ende, a su reproducción. No hay economía agrícola en sentido estricto, aunque la hay en su sentido relativo, en la sociedad mercantil capitalista. La agricultura se resuelve en el mercado y, por tanto, es sector y pieza clave del sistema de reproducción del capital donde, paradójicamente, es fuente primaria más no principal en la valorización. Mas esta consideración no tiene como fin enaltecer o demeritar el papel de la agricultura en la economía contemporánea sino marcar el sentido de su función y por ende el rumbo histórico de su realización por cuanto en ello va, no ya la reproducción del capital sino de la sociedad toda y particularmente de la sociedad rural.
La suerte de la desigualdad que corroe a México y sus formas extremas en el campo mexicano, son expresión del atraso y el fracaso de las vías del desarrollo que se han puesto en práctica hace más de medio siglo. La fórmula del papel del campo durante la industrialización concebida desde el cardenismo y puesta en práctica por los regímenes de la revolución mexicana que le sucedieron hasta López Mateos, fue correcta porque se fundamentó en la justicia agraria sobre la tierra y el apuntalamiento económico para la industrialización que configuraría el cambio estructural del México rural al México urbano, no obstante, el país se durmió en sus laureles, perdió de vista los cambios tecnoproductivos que se procesaban en el orbe. En oportunidad del desarrollo de los 40, 50 y parte de los 60, la clase política hizo su agosto sin reparar en las consecuencias, mas, lo grave no está en lo que hizo sino en lo que dejó de hacer para adecuar el proceso nacional a las nuevas circunstancias.
Al no dinamizar, oportunamente, el tránsito de la industria de bienes de consumo duradero a la industria de bienes de capital perdió autonomía de control sobre la industria y la agricultura, y en franca dependencia se descapitalizó, esto es, perdió capacidades de refaccionamiento y renovación de la planta productiva concomitante al debilitamiento financiero, entrando en un debilitamiento de fondo al perder el sustrato (infraestructura, tecnología, etc) quedándose con un crecimiento basado en la fase terminal de sus capacidades fabriles que, para entonces, entraban en acelerado proceso de envejecimiento además de estar viciado por el endeudamiento, quedando sin alcances de cambio tecnoproductivo y, así, al paso de tan solo una década, tiene como desenlace la crisis de 1982.
Queda al descubierto que la agricultura no puede en sentido absoluto construir su suerte por propia cuenta, es preciso que se estructure en paralelo del desarrollo industrial-urbano y los servicios, pues de suyo pertenece a un sistema nacional-mundial que ahora está cifrado por las fuerzas de la globalización y sus dificultades. De lo que tenemos que desprender que la suerte de la agricultura depende de la pertinencia del patrón de desarrollo general apuntalado por la industria y del trazo e implementación de criterios de política y, asistencia técnica y financiera que pueda otorgársele en correspondencia con este. Luego entonces, respondamos ¿cuál es el sentido de pertinencia del patrón de desarrollo apuntalado por la industria y cuáles las medidas de correspondencia del sector primario?
La falla del proceso de industrialización que comentamos arriba era la de no haber dado el salto cualitativo entre la producción de bienes de consumo duradero y los bienes de consumo productivo referidos como bienes de capital pues producen mercancías que a su vez producen mercancías, esto es, la diferencia entre producir una licuadora y una máquina que sirve para producir licuadoras y así para cualquier ejemplo que usted elija, en el primer caso, se genera un producto de consumo final donde el cliente podemos ser usted o yo, en el segundo caso se trata de un producto que compra el empresario para producir lo que nuestro consumo demanda. El asunto es que en la época actual las máquinas que producen maquinas o bienes de consumo duradero y buena parte de los bienes de consumo final están cruzadas por la computación y/o la informática, y desde esta condición las mercancías que se ofertan en el mercado mundial-nacional, provienen de un elevado índice de productividad que resulta determinante en la formación de precios dejando en desventaja a quienes no procesan sus productos sobre esta base tecnoproductiva.
De esta manera podemos entender que México enfrenta una doble dificultad pues no es que en México todo lo que se produce sea artesanal o de tecnologías mecánicas no computarizadas, ciertamente no todo, pero buena parte sí. Incluso aquellos empresarios que han asentado sus procesos sobre formas digitalizadas lo hacen comprando tecnología que no se genera en México, incluidas las grandes empresas de corte trasnacional como podría ser Telmex por poner un ejemplo, de manera que además del desfasamiento en la producción de bienes de capital estamos con distancias marcadas de la producción de tecnologí@s que sirven de base a todo proceso productivo y sin las cuales sufrimos un desfasamiento continuo para sortear el umbral de competencia internacional que es el mismo que opera en el plano interno.
Usted quiere comprar una botella de tequila o un litro de gasolina, no importa cuánto gane al mes, a la quincena o al día, tendrá que pagar más-menos lo mismo que paga cualquier consumidor del mundo, que, dicho sea de paso, en los países avanzados puede ser diez veces más. Este es el proceso de formación de precios del sistema de mercado que se acentúa en la era glob@l del capit@l. ¿Queremos que la acción del gobierno baje los precios, o más aún, que los suba para favorecer la venta de los campesinos y los baje para el consumidor?
Digamos que no hay problema, lo podría hacer siempre que responda a una estrategia para articular el proceso de industrialización y resarcir los desfasamientos tecnoproductivos como elementos vertebrales para salir al mercado en condicione de competir, y sobre esa base apuntar hacia la superación del atraso, siempre que a la par de ello se asegure un nivel de crecimiento económico aunado a la capacidad de recaudación fiscal pues, de otra manera no tendría un desenlace concomitante con los cambios necesarios para establecer un desarrollo firme, ni contaría con los fondos para sostener la línea de ayuda en los precios de venta del pequeño productor y de compra por parte de la industria o el consumidor final.
Este es el sentido de pertinencia de la política para dar rumbo e ingeniería económica al patrón de desarrollo y la suerte de la agricultura que, en principio, depende de este sentido de pertinencia en el patrón de desarrollo general asegurado por la industria, pero que, como ya decíamos, a su vez depende del trazo e implementación de criterios de política y, asistencia técnica y financiera que pueda otorgársele, lo cual implica i) una estrategia agroindustrial como desembocadura de la actividad primaria, para lo cual se requiere de ii) políticas diferenciadas para aproximar tecnologías y asistencia técnica en un patrón de cultivos y actividades diversas (infraestructura, energías, minerías, turismo, servicios ambientales, etc.) con atención a las diferencias regionales y subregionales según los grados de insuficiencia tecnoproductiva de cada caso (producto) con relación al carácter y dinámica de los mercados interno y externo.
La dificultad no estaría en la matriz de esta ecuación, aunque sin ella la estrategia carecería de orden de lugar y tiempo para ponderar y establecer la prelación de acciones, incurriendo en un desarreglo, no lejano, de agravar el problema de la desarticulación sistémica del sector primario respecto de la economía general y el ahondamiento de las desigualdades regionales, productivas y sociales. El asunto es que al dotarse del esquema de planeación para dar direccionalidad a los instrumentos técnicos y de política, es preciso anteponer un concepto de distinción entre los subsidios para el financiamiento de los costos incrementales del cambio socioeconómico, respecto de los que se canalizan para auxiliar apremios de la política social en la salud, la educación, la alimentación, etc. pues en este segundo caso son factores de gasto y en el primero lo son de inversión.
Aquí es, donde las herramientas de la burocracia técnica y la burocracia política se muestran desprovistas del conocimiento y la experiencia para salir al paso. Se polarizan y se politizan en una falsa disyuntiva, en revelación, no ya de su incomprensión sobre la sociedad y la economía sino de la política-política que encabeza el rumbo sociohistórico de la tierra a la producción, que ahora reconocemos como Capital. Producción es Capital y Capital es Producción mercantil.

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