Lorenzo Meyer
Septiembre 22, 2016
La idea de que hay sociedades nacionales donde domina un sentimiento de “orfandad de nación” debería ser un tema de reflexión para nosotros.
Nora Méndez, escritora que militó en las Fuerzas Armadas de Liberación de El Salvador, afirmó en una entrevista que dio a RT en Español (13 de septiembre), que hoy una buena parte de sus conciudadanos se sienten “huérfanos de patria”, de ahí el desánimo generalizado, la violencia –91 homicidios por cien mil habitantes– y las “maras”, donde esa violencia ofrece un torcido sentido de comunidad.
El concepto de orfandad nacional es, desde luego, subjetivo, pero útil para entender ciertas coyunturas. Quizá en nuestro país, aún no es dominante un sentimiento de ese tipo –el sentido de patria que costó mucho construir a lo largo de siglos se acaba de mostrar a raíz de la sorpresiva visita al país de un personaje tan insultante para los mexicanos como Donald Trump–, pero hay indicadores que muestran que un buen número de nosotros experimenta algún sentido de orfandad: uno que emerge de saberse no cobijado por una estructura de instituciones públicas legítimas, relativamente eficientes y que den sentido a la idea de presente y futuro nacional realmente incluyente, solidario y digno.
Entre 1995 y 2004, el National Opinion Research Center (NORC) de la Universidad de Chicago llevó a cabo un par de encuestas de opinión muy elaboradas en 35 países (México no fue incluido) y que dieron por resultado un índice comparado de “orgullo nacional” (Journal of Public Opinion Research, N° 18, [Spring, 2006], pp. 127-136). A pocos debió extrañar que fueran los norteamericanos los que tuvieran el sentimiento de satisfacción más alto como nación y en áreas específicas de esa vida nacional: el sistema político, el económico, su influencia en el mundo, la seguridad social, las fuerzas armadas, el desarrollo científico, arte y literatura, logros deportivos, su historia y la equidad en el tratamiento de los grupos sociales. Tampoco debió sorprender que los países de la Europa del Este –los del fallido “socialismo real”– se colocaran a sí mismos al fondo de la lista. Lo que sí pudo sorprender entonces y, sobre todo ahora, es que Venezuela empatara con Estados Unidos en primer lugar en ese índice de orgullo nacional.
Y es que la Venezuela llena de la confianza que midió el NORC fue una con serias dificultades políticas y económicas de la época de Rafael Caldera y, sobre todo, de la de un Hugo Chávez que había sobrevivido a un golpe en 2002 y a una huelga general, pero que también había logrado despertar el entusiasmo sobre el futuro en las tres quintas partes del electorado más pobre.
De llevarse a cabo hoy una repetición de la encuesta de NORC es probable que los venezolanos siguieran expresando un gran sentimiento general de orgullo, en tanto venezolanos, pero ya no en relación a las áreas específicas que la encuesta identificó como los pilares del orgullo y la autoestima de la nación. Y es justamente ahí, en la suma de lo específico, en el funcionamiento de la red de instituciones que son el sostén de la vida cotidiana de la comunidad donde, si se falla mucho y por mucho tiempo, puede emerger ese sentimiento de orfandad nacional al que se hizo referencia al inicio. Quizá hoy los norteamericanos, sin perder su primer lugar, también tuvieran un puntaje menor al de hace 12 años, al menos así lo manifiesta la insatisfacción que caracteriza su campaña presidencial.
México. Viéndonos en el espejo de los otros países y en nuestra evolución como comunidad nacional, es donde podemos apreciar qué tanto nos acercamos o nos alejamos de la construcción de los cimientos objetivos de un orgullo nacional alto, sentimiento indispensable para enfrentar las incertidumbres y crisis del presente y de lo porvenir. Hoy el nivel de satisfacción de los mexicanos con el sistema político, con nuestra democracia, es bajo, como lo demuestran lo mismo las encuestas que las manifestaciones del pasado 15 de septiembre en la capital. Por un lado, una marcha que demandó la renuncia del presidente y que fue generada no por un partido u organización política sino por un sentimiento extendido de repudio a la situación política imperante. Por el otro, el acarreo de miles de habitantes de los estados circundantes para lograr una audiencia “a modo” en el zócalo y permitir al presidente dar “el grito” sin correr el riesgo del abucheo.
Y qué decir de los otros indicadores. El de la influencia internacional de México cuando un candidato presidencial norteamericano ha elaborado todo un discurso alrededor de la idea de obligarnos a levantar un muro para aislar a su país del nuestro, calificándonos de vecinos indeseables. El de una economía que apenas crece y que depende absolutamente de que Estados Unidos no repudie el TLCAN. En equidad social hemos recreado el México oligárquico de hace un siglo. Hay logros en ciencia, pero pocos porque el sistema educativo no los alimenta y en deporte son magros, como lo mostró la última olimpiada. Las artes y la literatura se salvan y el proceso histórico es juzgado de manera positiva por la mayoría, pero el orgullo por nuestra Revolución ya no neutraliza la vergüenza por la corrupción actual.
Para concluir, la orfandad respecto de nuestras instituciones, de continuar, puede llevarnos al siguiente estadio: a uno donde llegue a ser necesario el acarreo como única forma de vitorear en la plaza pública a héroes a los que la actual clase dirigente les arrebató el sentido.
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