Lorenzo Meyer
Agosto 28, 2023
En la medida en que la actividad de un partido político se centre en ganar el poder, su “frente de guerra” debe ser la confrontación con las organizaciones rivales. Pero, con frecuencia, ese proceso también implica la existencia de un “segundo frente”, uno donde los adversarios están formalmente en el mismo lado y portan el mismo uniforme, pero suelen ser el origen del “fuego amigo”.
Hoy México es campo de batalla entre partidos y proyectos. Pero, a la vez, lo es de batallas internas en cada una de esas organizaciones y con sus aliados. La confrontación formal es el choque entre dos grandes alianzas, una de izquierda y otra de derecha que buscan ganar en 2024 la presidencia y los centenares de puestos en disputa a nivel estatal y local. Sin embargo, es creciente la intensidad del choque en el terreno de los “segundos frentes”. La contienda interna de mayor importancia y más visible, aunque no única, es la que tiene lugar dentro del partido en el poder porque también tiene la mayor probabilidad de retenerlo en el 2024. En este caso y de manera natural e inevitable la pugna interna se empezó a gestar desde el momento mismo de su contundente triunfo en 2018 pero el presidente mantuvo los forcejeos y disputas bajo control. Hoy ese control ya no es posible por la cercanía de la nueva gran elección. Inevitablemente, las diferencias de origen entre personalidades y corrientes tuvieron que salir a la superficie y hacerse evidentes. Lo novedoso es que esta disputa interna es bastante pública y con reglas formales, no bien observadas, pero reglas, al fin y al cabo.
En el origen del viejo sistema político que hoy está en plena transformación la situación era muy contrastante. A partir de la destrucción definitiva del régimen porfirista en 1914 la competencia por el poder no fue entre un “viejo” y un “nuevo” régimen sino dentro del grupo de la heterogénea coalición revolucionaria triunfante y donde las armas decidían. La lucha fuera del círculo de los revolucionarios tuvo pocas consecuencias y todos los choques decisivos ocurrieron dentro de ese círculo. Primero, el grupo carrancista logró eliminar militarmente –aunque no moralmente– a las facciones de corte más popular: la villista y la zapatista. Acto seguido, el grupo sonorense liderado por Álvaro Obregón se insubordinó y eliminó a Carranza y de paso a Pablo González. Entre 1920 y 1928 Obregón “depuró” su propio entorno deshaciéndose de los delahuertistas primero y luego de los generales Francisco Serrano, Arnulfo R. Gómez y a sus seguidores. La única oposición y opción externa de importancia entonces fue la cristera entre 1926 y 1929. Un decenio más tarde apareció el PAN, pero como “oposición leal” en términos ideológicos, pero no electorales y por el siguiente medio siglo simplemente no fue un factor en la disputa por el poder.
Entre 1940 y 1950 los partidos almazanista, padillista y henriquista fueron producto intenso pero efímero de otras tantas disputas internas del partido oficial. No sobrevivieron a su circunstancia original. En 1989 tuvo lugar otro desprendimiento similar pero esta vez sí logró superar la coyuntura y permanecer como PRD.
Al concluir el siglo pasado y en su papel de oposición, un PRD en la izquierda y un veterano PAN en la derecha empezaron a dar contenido y sentido real a la competencia electoral. El neocardenismo del PRD –una amalgama de corrientes de izquierda– pudo sostenerse como alternativa al sistema priista en la medida en que mantuvo su ímpetu contra el viejo régimen, pero cuando lo perdió surgió Morena (2011) como la alternativa de izquierda y bajo el liderazgo carismático de Andrés López Obrador (AMLO) y ocupó el espacio abandonado por el PRD.
Morena y AMLO lograron agrupar y revitalizar a buena parte de la heterogeneidad de la izquierda y en 2018 dieron la batalla electoral ganadora y ahora se proponen volverla a dar contra la concertación de fuerzas negociada entre el PRI y sus antiguos adversarios: el PAN y el PRD. Esa alianza ya no es contra natura sino natural pues sus componentes convergen en un propósito: la defensa de un estatus quo amenazado por Morena.
El control de la presidencia y de 21 gobernaturas por Morena hace hoy de ese partido-movimiento el actor político dominante y también por ello la agrupación que enfrenta la mayor tensión interna. El contexto de esta nueva batalla de “segundo frente” lo da este supuesto: de su resultado bien puede depender la dirección que tomen las principales variables del país en el próximo sexenio. Por ello, intereses de dentro y fuera de Morena van a intentar intervenir tanto en su disputa interna como externa y al final todos estaremos invitados a participar en el resultado.