EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

De voyeurs y exhibicionistas: Kentukis, de Samanta Scheweblin

Adán Ramírez Serret

Marzo 08, 2019

Hace poco menos de un año escribí en esta columna sobre Samanta Scheweblin (Buenos Aires, 1978), en donde decía, entre otras cosas, que es una escritora genial, que manejaba atmósferas tan extrañas que nos hacían poner en tela de juicio nuestra cordura y sensación de realidad.
En efecto, en sus libros anteriores, dos de relatos y una novela breve, el tono de las historias siempre es melancólico y la luz bajo la cual están escritos siempre me da una sensación ocre, de estar en un hábitat ambarino.
Además de esto, la escritura de esta joven y premiada escritora argentina tiene una característica que la hace muy singular, y siempre, placentera de leer. Samanta Scheweblin tiene una especie de devoción por la técnica. Su escritura funciona como una maquinaria perfecta de la cual escuchamos los engranes pero en donde siempre están ocultos los motores y hay que ser perspicaz, tener un olfato fino y la mente abierta, para descubrirlos.
Sus cuentos son a tal grado apegados a la técnica, al virtuosismo en su escritura, que muchas veces parecen formas musicales como sonatas, preludios o arias. Sin embargo, en su más reciente entrega, la ya mencionada Kentukis da el salto a la novela, (Distancia de rescate me parece un relato largo) pero lo hace de una forma muy perspicaz; escribe una novela compuesta de fragmentos perfectos.
Se trata de una obra extraña, sin duda, como todo lo que escribe la autora, en la cual no es hasta la tercera escena que es posible percatarse que es una novela y entender de qué va.
Arranca con tres chicas encerradas en una habitación haciendo algunos juegos bastante atrevidos y otros oscuros. Ante un extraño objeto de peluche que por ojos tiene lentes de cámara de video, se levantan el sostén y dejan, con miedo y fascinación, que el extraño juguete las observe. El peluche es particular porque se mueve de manera autónoma, e incluso, unos minutos después, cuando las niñas juegan a la ouija, es capaz de comunicarse con ellas a través de la tabla esotérica.
Según avanzamos en el libro, descubrimos que los Kentukis son una especie de muñeco de peluche mezclado con un teléfono celular. Un artefacto que se vende como un extraño juguete. Quien lo compra, sabe que alguien desconocido, en cualquier parte del mundo, Alemania, China o México, otra persona estará observándola desde una computadora.
Por lo tanto, las historias se van mezclando entre los que son observados, los que compran o a los que les regalan el juguete, y los que eligen estar del otro lado, observando al exhibicionista, o al solitario o aburrido… a quien sea que tenga el extraño juguete.
Es una novela perturbadora por un sinfín de motivos. Por ahora se me ocurren algunos. Uno es que parece una novela de ciencia ficción, pero no lo es, porque aunque los Kentukis no existan (al menos hasta donde yo sepa), son completamente posibles. Lo son no sólo porque sea posible fabricar un robot de peluche con cámaras en lugar de ojos con acceso satelital que le permita ser manejados desde cualquier parte de la Tierra. Son también posibles, porque en el mundo actual, muchísima gente vive enclaustrada en su teléfono celular que se transforma en la compañía más importante de su vida.
Kentukis también refleja el desencanto presente en donde la humanidad es voyeur o exhibicionista porque no hay nada mejor que hacer. Lo más importante hoy en día es perder el tiempo y pasar la vida. Observar y ser observados tan sólo para mostrar que nada sucede ni nada sucederá y lo desesperados que estamos por cambiar. Nada más.
Samanta Scheweblin, Kentukis, Ciudad de México, Random House, 2019. 224 páginas.