EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Décadas porteñas

Anituy Rebolledo Ayerdi

Enero 07, 2016

Los ejidos

Cuando se decide finalmente aquí la hospitalidad como vocación y destino, allá por la tercera década del siglo XX, Acapulco descubre con gran sofoco que no tiene cómo moverse, ni para dónde hacerse. Se lo impiden los ejidos “intocables” que circundan a la Ciudad y Puerto. Dos títulos de antigua data ganados uno por mandato de reyes en 1523 y otro por obra y gracia de natura.
El reparto de tierra a los campesinos de México habría comenzado en 1929, como resultado de la revolucionaria Reforma Agraria. La primera dotación en el municipio de Acapulco beneficiará a los labriegos de Tres Palos y Amatepec, con más de 2 mil hectáreas. Más tarde, entre 1935 y 1937, el presidente Cárdenas, Tata Lázaro, beneficiará al resto del campesinado acapulqueño con más de 50 mil hectáreas.
Dada la urgente necesidad de expander el casco urbano del puerto, para algunos el gusto les durará lo que un suspiro. Así, entre 1940 y 1949, varios de aquellos ejidos serán reducidos a su mínima expresión y siempre “por una causa de utilidad pública”. Una figura prevista desde los orígenes en el artículo 112 del propio Código Agrario. Aquí, las primeras de tales “causas de utilidad” serán los hoteles Las Hamacas y Papagayo, el fraccionamiento Magallanes y el Club de Golf Acapulco.
Este último espacio, por cierto, se le había arrebatado al ejido de Icacos por mandato del mismísimo presidente Cárdenas. Será este uno de los decretos rubricados por el mandatario faltando escasas semanas para abandonar el poder: 16 de octubre de 1940. El documento ordenaba el destino final de aquellas 70 hectáreas, sustraídas al antiguo huerto de Icacos del virrey don Luis de Velasco. Pasarían a formar parte del patrimonio de la Secretaria de Educación Pública, “para que con ellas se dotara a la juventud acapulqueña de los establecimientos deportivos adecuados a sus necesidades”.
Extraña juventud aquella de la década del 40, ciertamente. Tendrá entre sus necesidades deportivas rastrillar aquella brillante superficie llamada green, además de presumir el título gringo de caddies con su enorme talega de palos al hombro.

La familia presidencial

Vacacionando en Acapulco, doña Amalia Solórzano de Cárdenas y su pequeño hijo Cuauhtémoc, habían estado en riesgo mortal a causa de un destructor temporal lluvioso. Corría 1938 y por los cerros del puerto bajaba tanta agua como quizá no bajó durante el diluvio universal. La carretera nacional cortada en varios tramos y el puente del poblado Kilómetro 21 destruido por el impacto fluvial.
Jesús Muñoz Vergara, jefe de Telégrafos del puerto, conoce necesariamente la presencia de la familia presidencial en el puerto. Es poseedor también de la información privilegiada sobre el destino y la intensidad del meteoro. Por ello, en el momento en que está seguro de que la familia presidencial corre peligro, no solo la alerta sino que él mismo asume la responsabilidad de ponerlos a salvo. Se presenta con tal disposición en los bungalows de madera de la Comisión Nacional de Caminos, en la playa de Manzanillo, donde se hospedan. No hay tiempo para avisar al señor presidente y tampoco lo permite su señora esposa “para no preocuparlo”. La mudanza se ejecuta rápidamente siempre dirigida por Chucho, hermano de la lideresa Austreberta Beta Muñoz y del peluquero Víctor Muñoz, El Amigo Víctor.
Ya puestos a salvo, instalados en un hospedaje cómodo y seguro, madre e hijo se enteran no sin horror del destino del bungalow que los albergaba horas antes: arrastrado y despedazado por las corrientes impetuosas del cerro de Los Dragos.
Doña Amalia S. de Cárdenas llora de emoción al agradecer al acapulqueño haberles salvado la vida a ella y a su pequeño. Le dice que no pretende de ninguna manera pagarle el servicio pero sí recompensar su oportunísima y valerosa intervención.
“Dígame, don Jesús, en qué puedo servirle, cualquier cosa que usted necesite, para su familia o relacionada con su trabajo”, le requiere la primera dama.
Chucho baja la cabeza y musita:
–¡Me da pena, doña Amalia, pero si no fuera mucho pedir yo quisiera ser diputado federal!
Y Jesús Muñoz Vergara formará parte de la XXXVIII Legislatura Federal (1940-1943), junto con el resto de los legisladores por Guerrero: Rubén Figueroa Figueroa, Mario Lasso, Alfredo Córdova Lara, Ramiro Cruz Manjarrez, Amadeo Meléndez, Roberto Arzate Olea, Antonio Molina Jiménez y Mucio Cárdenas

Sufragistas

El Frente Único Pro Derechos de la Mujer, una de varias organizaciones de lucha encabezadas por doña María de la O, conmemora con un desfile por las calles del puerto su primer aniversario (25 de septiembre de 1939). Las damas uniformadas de blanco exigen con gritos y pancartas compartir con los varones el hasta entonces negado derecho al sufragio universal.
“¿Por qué en la cama sí y en las urnas no?”, pregunta una manta sicalíptica desplegada en la ruidosa parada. Otra de la misma naturaleza, condiciona: “¡O votamos o ya no nos dejaremos botar!” ¡Escándalo!
Las organizaciones partidarias censuran las procaces alusiones de las damas y reiteran su rechazo a la participación de la mujer en la política. Por ser, subraya el dirigente del partido oficial, “un elemento de mente estrecha y conducta erosionante”.
–¡Estrecho y erosionado tienen el cicirisco, cabrones!, –será la respuesta oportuna y contundente de doña Chave Dimayuga.

Primera alcaldesa

Dos años atrás, no obstante, Guerrero había tenido no solo a la primera alcaldesa de la entidad sino de todo México e incluso de América Latina. Ella fue doña Aurorita Meza Andraca, presidenta del Consejo Municipal de Chilpancingo (1936-1937). Fecha esta última en la que entrega el mando al alcalde don Rafael Alarcón.
Aurorita nunca cobró sueldo como alcaldesa, recordándosele por su pasión y empeño por ofrecer la mejor cara de la ciudad. Empedró calles, las mantuvo limpias, lo mismo que el agua de las fuentes públicas de las que se abastecía la población pobre. A las mujeres les acondicionó los lavaderos de San Mateo y en general fue precursora de las instituciones al servicio de la niñez.
La dama vivió sus últimos años con su hermano, el ingeniero Manuel Meza Andraca, en su casa de Zapata número 21, un domicilio emblemático de la ciudad, trampeado finalmente.

Población

Acapulco era en 1930 una ciudad de segundo orden con una población apenas un poco mayor que la de Tixtla. De Iguala, ni se diga, duplicaba con 12 mil habitantes a los 6 mil 500 acapulqueños.
Diez años bastarán para que las cosas cambien radicalmente. Acapulco llega en los años 40 a los 29 mil habitantes, convirtiéndose así en la ciudad más importante de Guerrero. De ahí pa’l real ya nadie la parará, estrellándose en los cantiles de La Quebrada todas las previsiones y proyecciones de sabios y futurólogos.

Trifulca

El semanario Trópico, nacido con tal periodicidad en septiembre de 1939, da cuenta de una trifulca en la taberna de Ángel Mazzini, en Hidalgo y Madero, junto a la parroquia de La Soledad. La sangre no habrá llegado a la bahía aunque sí abundó el “mole” (hemorragias nasales), nada que no pudiera taponarse con servilletas o pañuelos.
El italiano Mazzini es dueño también del cine Hidalgo, presumiendo desde entonces tener contratada la película El Mago de Oz, apenas terminada en Jólibut. Se dice que, en efecto, El Mago de Oz fue exhibido por Mazzini pero que el día de la función se descompuso el sonido de su proyector, provocando enérgicas protestas del público exigiendo la devolución de las entradas.
–¡Fliglio de la miñota! –lo insultará un paisano suyo recién desembarcado. ¿No sabes, mentecato, que la película vale por Judy Garland cantando Over the rainbow?
No, pos no.
Bien. La trifulca aludida se dará entre simpatizantes del general Cárdenas, por un lado, y del general Saturnino Cedillo, por el otro. Cedillo se levanta en armas contra el gobierno cardenista siendo secretario de Agricultura del mismo. Se dice “arrepentido de haber pertenecido a un gobierno comunista al que por ello está decidido destruir”. En realidad fue pagado por los gringos a cambio de devolverles, al triunfo de la causa, el petróleo expropiado por su ex jefe. Cedillo sucumbirá luego de algunas escaramuzas en La Huasteca.

Los compromisos

Durante aquél encuentro báquico, los cedillistas no soportarán que los cardenistas retraten sin retoques al levantisco militar. Se dirá de él que de tallador de ixtle pasó a general de división. Que durante la revolución no robaba vacas sino burros, miles de burros, razón por la cual un periodista lo llamó “asnófilo”. Agradecido por lo que creyó un cumplido, el militar le obsequiará un burro pero blanco. ¿Revire?
Que siendo Cedillo secretario de Agricultura –lo será en dos ocasiones– una auditoría encontró la existencia de más de 300 aviadores con salarios de 5 pesos diarios. También, que las áreas técnicas de la dependencia eran atendidas por compadres analfabetas. No obstante, la revelación más escandalosa de tal auditoría fue la existencia en nómina de cinco opulentas madrotas y 80 meretrices en calidad de mecanógrafas.
–¡Pos cual asombro, cabrones –habría respondido mi general Cedillo–, uno tiene sus compromisos!

Club de Leones

Se funda en 1942 el primer Club de Leones de Acapulco, gracias a la iniciativa del avecindado Fernando Leal Novelo. Las primeras reuniones se celebran en el hotel América, de don Rosendo Pintos y en una de ellas resulta electo presidente de la organización don Carlos E. Adame, más tarde cronista de la Ciudad. Lleva como secretario a Toño Pintos Carvallo.
La cena inaugural tuvo lugar en la residencia del empresario libanés Miguel Abed (futuro propietario del edificio entre Sanborns y el Palacio Federal), quien tenía como invitado esa noche al paisano Ezequiel Padilla Peñaloza. El secretario de Relaciones Exteriores del presidente Ávila Camacho y futuro candidato presidencial, llegará tan tarde a la cena que cuando esta se sirva estará aceda.
Don Carlos logrará la participación entusiasta de las esposas de los socios en tareas benéficas. Recuerda a doña Tema, esposa de don Agustín Montano; Lupita, esposa de don Arturo Catalán; Carmen Vidales, esposa de Oscar Muñoz Calñigaris; Licha, esposa de don Polo Ruvalcaba; Sarita, esposa de don Roberto Nogueda, y más.

Ojotones

Para quienes no podían o no querían pagar los 5 centavos que costaba la docena de ojotones, les quedaba el recurso de pescarlos en la bahía de Acapulco. Siempre providencial y generosa hervía de ellos y muchas especies más.
Bastaba una araña con tres anzuelos y un brazo fuerte para gantearlos a través de las rendijas del muelle de madera y más tarde desde la pétrea solidez del malecón fiscal. Luego de formar una generosa ensarta, todavía con movimientos espasmódicos, se tomaba el camino a casa para degustarlos en la cena. Fritos, acompañados con arroz blanco o morisqueta, salsa verde y café. Un plato digno de la mesa de un monseñor.
Lástima que la contaminación los haya hecho huir en busca de aguas pulcras.

Ofertas

Trópico anuncia las ofertas de la Compañía Unida de Ventas de la ciudad de México, servidas por correo COD, o sea, “cobrar o devolver”. Aquí algunas con sus precios para documentar la nostalgia.
Cámara fotográfica de metal para instantáneas y poses ($7.80); choclo de suela extra gruesa, hule reforzado ($9.50); molino para nixtamal estañado ($9.50); bata para baño con cordón de seda ($7.50); coche plegadizo de lona para niño ($8.50); cobertor para cama, muy abrigador ($3.50); chaleco sweater, peluche afelpado ($2.25); estuche para rasurar en baquelita ($1.49.). El “ojo de gringa”, como era llamado aquí el dólar, se cotizaba en cinco pesos con sesenta centavos.

Comunistas

Los contingentes del desfile del Primero de Mayo de 1940 pasan frente a La Bavaria, la cervecería de don Juan Muller, en Hidalgo y Madero. En una mesa, la más ruidosa en aquél momento, varios militares uniformados festejan más sus chistes que a los obreros caídos en Chicago. El jefe del grupo, coronel Carrasco, posee un potente vozarrón del que hace uso constantemente para ser escuchado por el mesero. Todo marcha bien hasta que aparece el contingente de trabajadores de La Especial.
De pronto, como impelido por una fuerza extraña y poderosa, el coronel Carrasco abandona su asiento y corre hacia la columna del desfile. Desenfunda su pistola y se lanza contra los abadernados del sindicato dirigido por Pillo Rosales. Los despoja de las banderas rojas moscovitas y rojinegras de huelga para pisotearlas mientras grita: “¡la bandera de México es verde, blanco y colorada, comunistas hijos de la chingada!”. Los estoperoles del militar rasgarán aquellas telas brillantes hasta convertirlas en jirones. ¡Váyanse a Rusia, cobardes traidores!”.
Superada la sorpresa y el temor a la pavorosa cuarentaicinco de Carrasco, los trabajadores lo rodean para propinarle una felpa de padre y muy señor nuestro. La intervención oportuna del líder Rosales evitará que la sangre llegue a la bahía. Bañado en su propio “mole”, el coronel clamará:
–Mi pistola, devuélvanme mi pistola, no sean cabrones, muchachos, ¿no ven que la tengo de cargo?
¿Empezamos bien?.