EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Declaración de hechos

Florencio Salazar

Septiembre 29, 2020

A José Francisco Ruiz Massieu, talento apagado por una bala malvada.

A riesgo de repetirme, recordaré cuando el gobernador José Francisco Ruiz Massieu comentó a algunos de sus colaboradores que Guerrero no tenía futuro. “¿No sé por qué ustedes quieren ser gobernadores?” dijo más para sí mismo que para nosotros. ¿Qué pensaría ahora con tanto aspirante como para cubrir la república?
La respuesta natural de querer gobernar es: “servir al estado”, pero esa respuesta poco dice. El discurso político debe leerse entre líneas y atrás de ellas. Interpretar no sólo su contenido, también el modo de la verbalización, incluso el escenario empleado. El discurso es una sucesión de fragmentos que, en su conjunto, expresa la coherencia de una forma de pensar.
En el caso del discurso del político incluye la oralidad casual, pues frecuentemente en la charla es donde se revela lo que verdaderamente se piensa. El político dice más de lo que no dice.
Los alcances del pensamiento serán tan significativos como estén soportados por el conocimiento. El discurso político es polivalente, es como un prisma: puede emitir mensajes diferentes a distintas personas o segmentos sociales. Escrito o no, el discurso es una composición que habrá de interpretar la audiencia.
El político, emisor del discurso político, es una unidad en su ser y forma de ser. Aparentemente puede disociarse entre lo privado y lo público. Pero esta es una confusión: entre la persona real y la persona representada existe el vínculo del pensamiento. El político se expresa de acuerdo a un contexto determinado; pero el sujeto que se expresa es el mismo aunque lo haga de distintos modos.
Para el político el poder es su razón de ser. El poder, en el que confluyen facultades y recursos, influencia y ceremoniales, adhesiones y adicciones. Todo aquello que ubica al gobernante como un dispensador de oportunidades o tajos de exclusión. El poder es un laberinto en el que suele perderse el propio Minotauro. De ahí lo significativo del discurso, que es el indicativo de la hechura del político.
Se ha dicho que el poder cambia al político. No es así. El poder muestra al político tal y como es. Lo desnuda. Hace evidente el carácter y las pasiones ocultas, a veces herméticamente guardadas. No pocos autores aconsejan al político el disimulo, el bajo perfil, como estrategia para aproximarse a la oportunidad de hacerse del poder. Estos son modos usuales de la corte, de los que se encuentran en los círculos de influencia. Es similar al que mira discreto para no molestar a los que juegan. Cuando le toque repartir cartas no tendrá forma de ocultar su naturaleza.
El discurso tendrá distintas resonancias y en la forma que se exprese –verbal o gestual– se emitirá el mensaje que considere apropiado. El mensaje, no obstante, siempre mostrará los valores del político bajo una constante y sus variables. La constante son sus convicciones y las variables aplicadas por el cambio de circunstancias. El poder –el poder público, se entiende– no puede gobernar la realidad, pero puede incidir en su paulatino cambio.
Hay que diferenciar entre las variables que ofrece la realidad y las promesas incumplidas. Entre la postura y la impostura se transmite el mensaje de la incredulidad que, a su vez, provoca desengaño y desprestigio. El político debe decir con claridad qué, cómo, dónde, cuándo y con qué va a aplicar la energía del poder para mejorar las condiciones de vida de la población.
Los propósitos pueden cambiar por eventualidades. Otra vez el discurso del político debe ser coherente. La convicción y la coherencia producen credibilidad y con ella se puede convocar al esfuerzo colectivo en la búsqueda de un fin también colectivo. Ahí el político debe ser perspicaz, pues se moverá inevitablemente en la frontera de la demagogia.
Atrasado, asediado por estrategias rupturistas que pretenden desvertebrar la institucionalidad, actos supra legales y de violencia incendiaria, hace necesario preguntarse: ¿Con voluntarismo se resolverán los añejos problemas del estado? Guerrero está cerca de los conflictos e históricamente lejos de la acción transformadora de la federación. Parece que nuestro tiempo perpetuo es el pasado.
Entonces, ¿por qué querer gobernar un estado con tantos riesgos? Obvio, por el poder. Por ello, debemos reflexionar sobre el poder, para qué y para quién. Hay dos elementos accesibles de análisis: el discurso y sus resultados. Tal análisis exige la revisión objetiva de la declaración de hechos de los que quieren, de los que aspiran.
Hay que preguntarnos con Ruiz Massieu: ¿gobernar para qué?