EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Del porno y otros demonios

Andrés Juárez

Diciembre 08, 2018

Pienso tanto en el porno que no me gusta verlo. Sin embargo ahí sigue con sus mensajes, discursos, sugerencias, esquemas de comportamiento y estereotipos.
Rocco Sifredi es un actor italiano de la industria del porno, que ahora ya podemos llamar “de la vieja escuela”. Se hizo famoso a fines del siglo XX por introducir violencia en las escenas que hacía con sus coprotagonistas –directamente en los genitales–, algo nunca antes grabado. De ahí en adelante sería criticado desde el feminismo por la explotación de las mujeres, la cosificación de éstas, que proponía como esquema de relación sexual la reducción de la mujer a receptáculo. Pero en 2016, quizá para limpiar su propia imagen, ya entrado en decadencia, Sifredi produjo su propio documental biográfico y lo presentó en el festival de Cannes. El santo patrono del cine basura en la catedral del cine de culto. En este documental, una parte importante es el testimonio de una de sus principales coprotagonistas de antaño, que se declara feminista y defensora del derecho a decidir sobre su espacio corporal y sobre las vías de acceder al placer, incluyendo la violencia.
Hay una dialéctica del porno. Por un lado está quien construye el discurso, el guión; y por otro lado está quien absorbe el mensaje. Luego, quien recibió el mensaje lo lleva a otro espacio: el de la relación de pareja; el creado con una persona vulnerable y, por ello, proclive a convertirse en víctima de violencia sexual; pero también, el de una relación con quien se puede replicar el gozo de lo aprendido. Porque en tanto discurso, el porno puede ser escuela. Para bien y para mal. Si bien es cierto que, cuando no hay coerción, un hombre o mujer deciden sobre sus cuerpos para hacer porno, el impacto negativo que pueden causar es inconmensurable. Coincido en este punto con el feminismo: por lo general, los hombres se educan en el porno y éste pasa de ser una herramienta recreativa a un canal de reproducción de violencia, colonización y dominación sobre las mujeres. Incluso en la arista de la salud pública, ¿qué tanto influye el porno sin mensajes de protección e higiene en el repunte de epidemias de enfermedades de transmisión sexual, por ejemplo? El bareback como estandarte contra el miedo. (En los 90, una legislación obligó a la industria del porno a introducir leyendas como “usa condón”, “protégete” como estrategia contra el VIH; ahora, con la reticencia a mostrar videos donde se usa condón, parece que el mensaje implícito sería “despreocúpate, eres inmortal”).
La crítica desde el feminismo ha tenido efecto sobre la industria desde la construcción de conciencia hasta los conceptos aparentemente contradictorios de “porno feminista”, pero ¿el porno jode solamente a las mujeres? ¿Qué pasa cuando el porno intenta expresar una fantasía mucho más peligrosa y que atenta contra la dignidad de otros grupos vulnerables? El porno especializado en grupos marginales se ha vuelto una preocupante tendencia. El porno con mutilados, con débiles mentales, con personas sin hogar. Y lo último –digamos que ya en el colmo–, el porno con migrantes. Siempre bajo la fórmula de la explotación, la dominación, la violación y la extracción del cuerpo débil por parte del hombre poderoso. Hombrismo llevado al paroxismo. Machismo vil.
Hace tiempo que se puso “de moda” en redes sociales el hashtag #putipobres, con el que se comparten imágenes de fuerte carga simbólica, tanto sexual como de vulnerabilidad social y económica. Es la versión más descolorida del porno con grupos marginales. Ahora la productora de cine porno mexicana SexMex ha liberado una producción realizada en Guadalajara con una historia basada en la explotación sexual de los migrantes. En un vehículo va un cámara relatando que por las vías del tren avanza la caravana migrante de hondureños. En el asiento trasero va una rubia desorbitante a quien se le pregunta si ha tenido sexo con un negro. Ella dice que mientras le dé “una buena ducha, es posible”. Por casualidad un migrante africanomericano camina cargando unas cobijas enrolladas. Al pedirle que se acerque a la ventanilla, le ofrecen 600 dólares por tener sexo con la rubia. El migrante hondureño no puede creerlo, pero acepta. Antes de pasar a la acción lo llevan a una tienda donde él, exaltado y ansioso, toma cuanta comida chatarra le cabe entre los brazos. Luego tendrá que pagar con sus 25 centímetros.
El discurso: los migrantes son vulnerables y aceptarán lo que sea por dinero; los negros son sucios; tienen hambre; los negros son seres despreciables que aceptan con emoción cualquier migaja. ¿Y si quien ve este discurso se lanza a buscar hombres o mujeres migrantes para intentarlo? ¿Y si ya se construyó y reforzó y perpetuó –otra vez– la idea de que los vulnerables están para satisfacer y servir a los poderosos?
En el maravilloso ensayo de Jacinto Rodríguez Munguía hay una tesis central: mientras que los intelectuales toman café y discuten lo que leen en las facultades y los medios de la inteligenzzia, la banda, el pueblo recibe mensajes tanto o más poderosos para atacar y estereotipar o para justificar la violencia del Estado sobre el grupo en cuestión. Es decir, mientras en los medios dirigidos a la élite discutimos sobre significación, politización y fenomenología de la Caravana Migrante, por otros canales –ahora hasta del porno en internet– se siguen colando los discursos de odio. ¿Cuál tiene mayor poder de masificación y cuáles son los efectos posibles?