EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Dentro de tres años sabremos cómo nos fue durante seis

Jorge G. Castañeda

Diciembre 03, 2015

No veo ningún motivo para esperar que la segunda mitad del sexenio de Peña Nieto sea muy distinta a la primera. El crecimiento económico se parecerá mucho –entre 2 y 2.5% en promedio– durante los dos períodos; la inflación también; los precios del petróleo difícilmente volverán a los de 2013-2014, sin caer tampoco mucho más, y por lo tanto las restricciones presupuestales seguirán vigentes; las tasas de interés norteamericanas subirán un poco y las mexicanas no bajarán mucho (6.5% de interés real para una hipoteca, casi el triple de EU); nada muy nuevo en el frente económico: ni bueno ni malo.
En el ámbito político, a menos de que se produzca una gran sorpresa (segunda vuelta, reagrupación de spots, reducción de gasto de los partidos, debacle del PRI en las 12 gubernaturas del 2016) tampoco veremos grandes cambios. La sucesión se encuentra ya en marcha; AMLO, Margarita Zavala y a su manera El Bronco han proclamado sus candidaturas; el PRI se encuentra pasmado por las reglas tradicionales y anacrónicas de espera a los tiempos del Presidente. No se ve gasolina para una nueva reforma política, aunque le urge al país, y en realidad, la innovación para la segunda mitad del gobierno consistiría en el desenlace: que ganara AMLO o un independiente en el 2018. Lo demás sería parte de la nueva normalidad del país: aceptable, a secas.
En lo tocante a las reformas, comenzará el período de medición de resultados de las mismas. Para 2018, sabremos quien va invertir, cuanto y en donde, en materia de energía. Los resultados no se verán hasta más adelante, pero las cuentas ya se podrán analizar. Las promesas de determinados miles de millones de dólares de inversión extranjera (IED) en petróleo, gas y electricidad se podrán ya contabilizar; las inversiones acompañantes, también. Y sabremos si la IED como porcentaje del PIB aumentó, o permaneció estancada.
Igual en el rubro social, incluyendo la educación. Para 2018, se sabrá si las evaluaciones tan llevadas y traídas habrán entrañado una verdadera rotación de los maestros reprobados después de tres fracasos; si las pruebas PISA o las mexicanas empiezan a arrojar resultados. En salud y vivienda, ya habrá saldos.
Se comprobará si la caída de los homicidios dolosos por cien mil habitantes de los primeros dos años fue tendencia, o si el incremento en 2015 se prolongó. En todo caso, para 2018, veremos si se ganó la guerra del narco, o si Peña Nieto la abandonó al haberse convencido de su futilidad.
Las conclusiones más importantes: si se empezó a construir un Estado de derecho en México, una policía que funcione, e instituciones creíbles y eficaces en el combate a la impunidad, las violaciones a los derechos humanos y la corrupción. Para entonces, no bastarán los anuncios.