EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

AGENDA CIUDADANA

Desastres anunciados

Lorenzo Meyer

Noviembre 26, 2015

Un concepto ambiguo. ¿Y si partimos de que los llamados desastres naturales no son naturales y que hasta cierto punto son previsibles y mitigables?
En la próxima cumbre del clima que reunirá a más de 120 países en París para abordar el tema de los daños asociados al cambio climático, la ONU sostendrá que los efectos de ese cambio ya han costado la vida a 600 mil personas en todo el mundo y causado daños materiales por 4 mil cien millones de dólares. (The New York Times, 23 de noviembre). Y si claramente la naturaleza no es responsable de ese desastre –los gases de efecto invernadero pasaron de 27 a 49 gigatoneladas de CO entre 1970 y 2010– tampoco lo es de muchos otros.
“Es de sobra conocido que no existen desastres naturales, sino desastres socialmente construidos; son producto de una exposición vulnerable [de la sociedad] ante una amenaza natural”. Este fue el punto de partida y el meollo de la exposición que hizo hace un par de meses el doctor Sergio Puente en un seminario interdisciplinario en El Colegio de México convocado para reflexionar sobre lo acontecido hace treinta años en la capital del país, cuando tuvo lugar otro evento clasificado como “desastre natural”: el sismo del 19 de septiembre de 1985. Desde la perspectiva presentada el concepto mismo de “desastre natural” debería eliminarse por ocultar más de lo que explica.
Desastre socialmente construido. Posiblemente la tragedia que tuvo lugar en la ciudad de Pompeya hace mil 936 años resultó un evento inesperado, pero los actuales habitantes de Nápoles –alrededor de un millón– ya tienen plena consciencia del riesgo que implica vivir a nueve kilómetros del Vesubio. Lo mismo puede decirse hoy de los habitantes de la Ciudad de México: sabemos que nos encontramos en una zona sísmica con un subsuelo poco firme y, además, con volcán activo muy cercano.
Las ciudades, como bien señala Puente, “constituyen la expresión de la máxima artificialidad lograda por el hombre sobre la naturaleza”. Sin embargo, las ventajas de esa artificialidad tienen una contraparte: el riesgo. Las sociedades urbanas son, en mayor o menor medida, “sociedades de riesgo”. Eso lo sabemos o deberíamos saberlo y actuar en consecuencia.
La cultura de la prevención. En octubre pasado se anunció la formación del huracán Patricia en el Pacífico. El fenómeno fue estudiado y clasificado como uno de los meteoros potencialmente más devastadores de su tipo y su trayectoria indicaba que tocaría tierra en México. Finalmente, el huracán entró por una parte relativamente despoblada y los daños resultaron ser mucho menores de lo esperado. El presidente Enrique Peña Nieto atribuyó entonces lo mínimo del daño a que “el embate de este huracán convocó a la unidad de todos los mexicanos, cerramos filas, generando una gran energía positiva, hubo –para quienes son creyentes– cadena de oración, rezos, llamados”. (Reforma, 27 de octubre). Sin entrar al tema de la existencia y efectos de la “energía positiva” o del valor de los rezos, es obvio que, como sociedad y particularmente en las urbes, no debemos confiar nuestro bienestar a factores tan poco confiables y sí a la prevención, sobre todo porque se pueden hacer cálculos y tomar medidas frente al fenómeno. En realidad, Patricia activó toda una red institucional de prevención, aunque finalmente ésta no llegó a ser puesta a una prueba mayor.
La sociedad como eslabón débil. La caída de Tenochtitlán a inicios del siglo XVI abrió la posibilidad de cambiar esa ciudad a otro sitio menos vulnerable a inundaciones y sismos (en Guatemala se hizo tras los terremotos del siglo XVIII), pero no se hizo entonces y ahora ya no se puede.
En una megalópolis de 20 millones de habitantes, organizar la prevención es tarea compleja pero el México de hoy ya no está tan desprotegido como el de 1985. Se cuenta con organizaciones especializadas –Sinaproc, Cenapren, Fonden, Fipreden, Fopreden, etc.– y la Ciudad de México cuenta con una alerta sísmica que funciona. Lo que aún está por verse en un país dominado por la corrupción es si los reglamentos para construcción aprobados a raíz del desastre de 1985, realmente se han observado.
Si a mediano o largo plazo “es ineluctable” la reedición del sismo de 1985 que cobró 6 mil víctimas confirmadas y 20 mil desaparecidos, entonces el concurso de la sociedad informada es fundamental. De acuerdo con Sergio Puente y su interpretación de los resultados de una encuesta en la Delegación Cuauhtémoc de la capital del país, un eslabón débil en la cadena de prevención es la sociedad misma, su cultura cívica. La encuesta muestra, entre otras cosas, que sólo el 1.5% de quienes habitaban inmuebles clasificados de alto riesgo habían hecho algo para reforzarlos en tanto que en los de bajo riesgo, el 29% hizo lo mismo. Apenas el 17% de los encuestados había recurrido a las autoridades para información o asesoría relacionada con el riesgo. La responsabilidad de la prevención es de sociedad y gobierno, pero un 34% de los encuestados puso toda la carga en el gobierno y un 24% la puso exclusivamente en los particulares.
El siguiente gran sismo vendrá, es inevitable. Nos conviene considerar que el tiempo apremia. Pese a la multitud de temas nacionales urgentes, hay que ir a marchas forzadas a la cultura cívica de la corresponsabilidad.

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