EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Desde el surrealismo

Silvestre Pacheco León

Septiembre 30, 2019

 

Luis Buñuel, el cineasta de origen español nacionalizado mexicano que vivió en nuestro país después de la guerra civil, donde filmó más de veinte películas (Los Olvidados, Gran casino, Subida al cielo y El río y la muerte, esta última posiblemente filmada en el río Balsas en Guerrero) narra en sus memorias (Mi último suspiro, de la editorial Plaza & Janes) los hechos y las historias de violencia que conoció y le contaron en aquella época, en la que dominaba la idea de que la filosofía del mexicano se resumía en la frase de José Alfredo Jiménez, que “la vida no vale nada”.
Cuenta que le sorprendía que todo mundo andaba armado, y narra la anécdota que le contó don Alfonso Reyes, que un día el intelectual Jaime Torres Bodet, platicando con José Vasconcelos, entonces secretario de Educación, acerca de esa mala fama de los mexicanos le dijo: “Creo que menos tú y yo, todo el mundo lleva aquí un revólver”
“Habla por ti”, le respondió Vasconcelos mientras le mostraba la Colt 45 que traía bajo el saco.
El mismo Buñuel se identificaba con aquella costumbre y decía que siempre tuvo especial inclinación por las armas, que siendo de familia acomodada allá en su natal Aragón, acostumbraba salir de cacería o simplemente a disparar al campo, y que para esto último llevaba siempre a un amigo con el que cometía la osadía de ponerlo con una manzana en la mano extendida como blanco.
“No recuerdo haberle pegado ni una sola vez a la manzana”, dice con gracia, pero asegura que tampoco a su amigo.
Cuenta el notable cineasta, miembro selecto del grupo de surrealistas que dirigía en París André Bretón, que la prensa mexicana a menudo reforzaba la justificación de la violencia, y relata el contenido de una nota que le conmovió y que aludía a un caso sucedido en la Ciudad de México. Llega un hombre a la puerta de un edificio marcado con el número 39 a preguntar por el señor Sánchez.
El portero le contesta que se habrán equivocado, que ahí no vive esa persona, pero que pregunte en el edificio vecino donde quizá le den razón.
Entonces va con el otro portero y le dice que el anterior le recomendó que preguntara ahí por el señor Sánchez, y recibe como respuesta que tampoco lo conocen, sugiriéndole que regrese e insista con el primer portero.
Muy obediente el hombre vuelve sobre sus pasos y cuando está enfrente del primer portero le dice que ya ha estado con el segundo quien le dijo que regresara a preguntarle otra vez por el señor Sánchez.
Entonces el primer portero le dice que espere. Va al cuarto contiguo y regresa con un revólver en la mano y le dispara a bocajarro.
Termina comentando que la nota del periódico tenía éste encabezado: “Muere por preguntón” –que para Buñuel era como darle la razón al asesino.
Con esa mirada al mundo del director de Un perro andaluz y El discreto encanto de la burguesía, me resultó interesante su opinión sobre la manera de ser del mexicano, semejante a lo que escribió Octavio Paz en El laberinto de la soledad.
Buñuel da a entender que el machismo tiene que ver con el nacionalismo exacerbado de los mexicanos, y también con cierta herencia española donde lo “viril” nace de un sentimiento muy fuerte y vanidoso frente a la mujer que es sometida.
Y ejemplifica: “Nada más peligroso que un mexicano que te mira calmosamente y dice con voz dulce: me está usted ofendiendo, porque, por ejemplo, has rehusado beber con él un décimo vaso de tequila”.
Buñuel vivió la experiencia del nacionalismo exacerbado cuando se exhibió su película Los olvidados, en la que retrata la miseria de las colonias periféricas de la Ciudad de México, provocada por la falta de oportunidades para la población rural que se ve obligada a buscar la vida en la capital del país. La indignación pública fue mayúscula y la película se prohibió porque el gobierno decía que denigraba al país, mientras que para él esa actitud “delata un profundo complejo de inferioridad”.
La situación cambió cuando intelectuales notables como el propio Octavio Paz y el pintor David Alfaro Siqueiros lo alabaron y más tarde la película fue premiada en Cannes.
Para Luis Buñuel el modelo presidencialista del Estado mexicano le ha dado estabilidad al país a pesar de la gran desigualdad social.
Dice que los mexicanos, aparte de amables y hospitalarios, estamos animados “de un impulso y de un deseo de aprender y de avanzar que raramente se ve en otras partes”. Dijo que el petróleo, más que el resto de los recursos naturales, le dan potencial al país y que una posibilidad de acabar con la corrupción es que todos estamos conscientes de que existe y que eso da indicios de que se puede suprimir, y que ante el excesivo poder presidencial “sólo al pueblo corresponde resolver el problema”.
En cuanto a la manera de acabar con el pistolerismo, plantea que se debe terminar con la facilidad de comprar armas (en esa época abundaban las armerías).
La historia que cuenta de un suceso ocurrido en Guerrero en la década de los sesenta me dejó estupefacto.
Un amigo de Buñuel le platica que un día se organizó un grupo para ir de cacería y que cuando la expedición se reunía para comer, se vieron rodeados por hombres armados que los despojaron de sus pertenencias, botas y armas.
Cuando regresan uno de ellos le comenta al hombre fuerte del pueblo lo sucedido, y éste que se interesa por conocer más detalles del caso concluye invitando a todos los del grupo a comer en su casa para el siguiente domingo. Todos acuden, y ya en la sobremesa los lleva a un salón contiguo donde están expuestas las pertenencias robadas, botas y armas. Cuando inquieren sobre la identidad de los ladrones el hombre fuerte les dice que no hay necesidad de que los conozcan, que todo ha quedado arreglado.
El ganador del Oscar con la película El discreto encanto de la burguesía murió en 1983 en la Ciudad de México y nos dejó sus predicciones sobre el cambio, la violencia y el combate a la corrupción en su libro autobiográfico.
Con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador se ha cumplido el vaticinio de que el cambio en nuestro país se produciría cuando la mayoría del pueblo tomara esa decisión, semejante al combate contra la corrupción.
Ahora su gobierno está obligado a dar respuesta a la demanda de justicia que se clama por todo el país.
En un mundo con los adelantos tecnológicos jamás imaginados, y con todo el poder del Estado, ha sido imposible conocer el paradero de casi medio ciento de jóvenes estudiantes que desaparecieron ante los ojos de más de cien criminales detenidos y de elementos de varias corporaciones tan importantes como el Ejército, la Policía Federal, la estatal y la municipal.
Si el actual gobierno logra dar con el paradero de los jóvenes estudiantes de Ayotzinapa, será un acontecimiento tan grande que nos permitirá hablar de un antes y un después en la historia de Guerrero y puede que hasta la violencia y la inseguridad sean problemas que empiecen a revertirse porque crecerá la confianza ciudadana hacia las autoridades federales, que serán sus mejores aliadas.