EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Desesperación y desesperanza en la ofensiva del régimen

Gibrán Ramírez Reyes

Abril 18, 2018

Los primeros 20 días de campaña fueron engañosos. Por momentos, hasta parecía que vivíamos en una democracia, lo tercermundista que se quiera, pero democracia. Cada medio de comunicación, sin decirlo abiertamente, apostó por su gallo, le dio cobertura favorable o hasta encuestas cuchareadas, pero las distintas voces se escucharon. Por la disposición de los incentivos o por el profesionalismo de las casas encuestadoras, Andrés Manuel López Obrador se mantuvo arriba. Con esa aparente civilidad y aun con la intensidad del operativo clientelar priista y panista en tierra, las preferencias por el tabasqueño aumentaron, en lugar de disminuir. Se acabó la ilusión de que, apenas entrando en campaña, López Obrador se desplomaría. Recuérdese que, cuando tuvo ocho puntos de ventaja, políticos y estrategas de la derecha repetían “es que no hay candidatos, ya caerá”. Pero, cuando hubo, don López dobló la ventaja, que según los encuestadores más serios ahora es de 15 a 20 puntos. Parecía una campaña de partidos, sin el concurso del poder oligárquico y el uso faccioso de las instituciones.
Faltan menos de dos meses y medio para la elección. La desesperación llegó, y con ella la urgencia de buscar alianzas totales contra López Obrador. Lo que sigue es una ofensiva de régimen, que calienta motores en vísperas del debate presidencial; en la cabeza de sus capitanes y algunos, cada vez menos, de sus intelectuales, se tratará de un gran cambio, que posicionará inequívocamente a Ricardo Anaya o a José Antonio Meade al frente de las encuestas –por lo menos de sus encuestas balines– con cierta credibilidad. Es el último refugio de su negación. No omito que es una desesperación desesperanzada, porque Anaya no entusiasma ni a su electorado natural (una buena muestra es Leo Zuckermann, llamando a una alianza de todos contra AMLO el lunes y detallando el martes que Anaya es una gran decepción a la que se le está yendo el tren; tanto para nada). Decía: lo que se inicia ahora es una ofensiva de régimen, pero tampoco llamaría a encender todas las alarmas, porque los embates lanzados tienen sus límites.
En el frente institucional, el Tribunal Electoral trampeó la ley y le dio un lugar en la boleta al Bronco, con un razonamiento jurídico torcido e injustificable, que sin embargo –y sin vergüenza– intentaron justificar en una conferencia de prensa. No es un secreto que los magistrados tienen dueños. Pertenecen a mafias judiciales y políticas que los imponen en sus cargos y que después les cobran el favor de tantas formas como es posible. Ya habíamos visto, en el caso de Santiago Nieto, cómo era capaz de operar el régimen cuando los funcionarios autónomos salían respondones. Además de destituirlo, amenazaron con mostrarle a su esposa pruebas de sus presuntas infidelidades e incluso mensajes en los que coqueteaba con otras mujeres –y de todos modos su matrimonio tronó. Más o menos se entiende: lo de Odebrecht era un caso límite –en Perú tiró al presidente– y por eso torcieron toda la lógica institucional. Por eso mismo es muy grave lo de El Bronco: se hizo una operación en los más altos niveles de los tres poderes del Estado para incluir en la boleta a un tramposo, que incluyó muertos y personas inexistentes entre sus firmantes, y fotos de perritos, emojis, latas, panzas velludas, el piso, en lugar de credenciales de elector. Hicieron que el Tribunal Electoral se ridiculizara, ¿con qué beneficio? Poca cosa: unos cuantos miles de votos que podrían quitarle a AMLO y, sobre todo, un golpeador permanente contra él. Quiere decir que están dispuestos a manipular a los aparatos del Estado para conseguir migajitas. Pero el ensayo muestra también que hay cosas en las que nadie respaldaría al Tribunal: Diego Valadés, José Woldenberg, Héctor Aguilar Camín, entre muchos otros, repudiaron la decisión (debe ser deprimente que cuando apuestas todo por las instituciones se revele que éstas no bastan para todo, y a veces, como en este caso, no sirven para nada). La condena fue unánime, y sólo no pasó a mayores porque la campaña sigue. No hay en México base social suficiente para un despliegue tiránico de ese calado en ocasión de la calificación de la elección que se avecina.
También de desesperación y desesperanza habla la salida de Carlos Slim a la palestra: los oligarcas suelen mandar desde el silencio, y más cuando las élites han depositado sobre ellos una cierta autoridad moral que se deriva también de que no son grillos sino gente de trabajo que se ha vuelto exitosa –lo cual es también, en parte, mentira. A quienes vemos habitualmente es a sus representantes: políticos y voceros de los medios de comunicación. En otra circunstancia, Slim no se habría expuesto al escarnio, a la caricatura, a la refutación, todo lo que pasa cuando uno entra en el debate público. Da igual si la desesperación que lo llevó a la arena pública es propia, por sus negocios, o ajena. En todo caso, es mala estrategia: debería desaconsejarse al gobierno y sus empresarios jugar la política en clave de lucha de clases, porque podría ser que emprendedores medianos y pequeños caigan en cuenta de que no son precisamente los privilegiados de México (quizá podrían concitar la identificación mayoritaria si hubiera bienestar generalizado y políticos con credibilidad).
Y, como música de fondo, la degradación total de la gran prensa, que prefigura un acuerdo alrededor de Ricardo Anaya –al que El Universal ha dejado de atacar con la saña de hace unas semanas. Ya incluso Reforma tiró carretadas de lodo sobre el prestigio de sus encuestas, publicando un “sondeo”, sin selección aleatoria, dando el mismo peso a universidades de unos cuantos miles, que a la UNAM o al Politécnico y concluyendo, oh sorpresa, que “entre universitarios”, Anaya supera a López Obrador. No se trata de impugnar el resultado, sino el método y su presentación. Quien quiera ver en detalle la crítica de un excelente sociólogo de El Colegio de México, puede buscar a Patricio Solís (@psolisaqui) en Twitter.