EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Desnuda y apestosa

Gibrán Ramírez Reyes

Diciembre 27, 2017

Nuestra vida pública apesta. Como cuerpo enfermo, mal alimentado, con la acumulación de los sudores resecados, remojados y vueltos a secar. No hay aire que refresque, agua que limpie, nutrientes que recompongan los órganos maltrechos. Y tampoco hay visos de heridas graves, de muerte, si bien la muerte puede ser siempre repentina y llegar cuando menos se le espera. Tenemos, eso sí, un mirador cada vez más claro para contemplar el espectáculo asqueroso y sin chiste de la enferma apestada, en descomposición, pero bien viva, como eso sea posible. La situación es crónica, por más que la enferma estuviera antes bien vestida, maquillada y perfumada. Se acabó el disfraz, y con él los cuidados, la necesidad de guardar las apariencias. Sinceramente, parece que ya a nadie le importan, y nos acostumbramos al hedor.
Estamos curados de espanto. Que el PRI era corrupto ya lo sabíamos, y sabíamos también que se financia con dinero del erario para comprar votos, pagar operadores partidistas, todas esas cosas. Ahora sabemos cómo sucede, con un testimonio más que verosímil. El gobierno federal destina un cierto presupuesto para las elecciones asignándolo a diversos estados para su gasto en “educación” (Veracruz, Chihuahua, Tamaulipas). Estos, a su vez, lo reciben, para después firmar contratos con empresas fantasma a las que se les paga por cursos que nunca se dieron. Todo el asunto lo comandan generales, como Manlio Fabio Beltrones. Se trata de un fenómeno masivo, casi nunca acreditado jurídicamente, porque se precisa que alguien rompa el pacto de silencio, como sucedió en el caso abierto en Chihuahua y conocido estas semanas. Si no fuera así, el INE no se daría ni por enterado. Mientras, el PRI sigue siendo reconocido como el partido más transparente de México por el Inai, y los ex secretarios de Hacienda siguen tan campantes. No renunció Luis Videgaray, no rindió cuentas José Antonio Meade, y ni siquiera logró la oposición que el tema se posicionase con una demanda específica obvia: la pérdida de registro del PRI. Ya estas cosas son normales, y no se ve cómo recobremos capacidad de asombro. Sólo me queda una duda: ¿quiénes son los que integran el voto duro del PRI y qué opinan de todo esto?
De todos modos, lo que sabemos sobre el funcionamiento real de nuestra república simulada es bien poquito —dije que era un mirador más claro, pero más amplio no es. La información circula poco y corre mal. Los politólogos estudian otras cosas, nada acerca de cómo funciona realmente el poder. No las instituciones y sus reglas formales: el poder. No lo sabemos bien. Tampoco el periodismo ha hecho lo suyo. No hay en México un gran periódico nacional, uno solo, que se haya puesto por misión convertirse en una referencia de calidad periodística. Un sitio elitista, en el buen sentido de la palabra, que asuma la encomienda de demostrar los alcances del mejor periodismo mexicano contemporáneo. Los esfuerzos que existieron fueron derrotados por la falta de público y entonces de libertad. Aquí casi nadie vive de sus lectores y eso tiene sus consecuencias. En la prensa nacional, por ejemplo, escasean trabajos como el de Ginger Thompson en ProPublica del pasado 21 de diciembre, donde se muestra a partes iguales la influencia de la DEA en nuestra política de combate al crimen y su abulia abusiva —la abulia de los patrones en sus ranchos. En ese episodio, un cuerpo de policías mexicanos comandado por la DEA fue avisado de que el cártel de Los Zetas sabía de la operación que llevaban a cabo, de modo que para evitar un ataque, se fueron del lugar donde estaban y dejaron en su lugar a huéspedes regulares que, después de no recibir aviso alguno, fueron confundidos por los sicarios con los agentes y, por eso, secuestrados, asesinados —sin que la DEA dijera alguna cosa, aunque fuera culpa suya. Ya sé que debe matizarse, porque hay reporteros nacionales que levantan la cabeza y se distinguen por sus piezas de investigación. El caso más emblemático es, sin duda, el de la unidad de investigación de Aristegui Noticias que se hiciera célebre por el reportaje sobre la Casa Blanca, pero fuera de ahí, de sitios de internet que sobreviven a duras penas, y de los notables 10 años de la revista emeequis, hay pocos ejemplos institucionalizados de renovación periodística. En los grandes diarios reina la corrupción del oficio: para empezar por la autocensura y las inconfesables relaciones con gobiernos (la nota de The New York Times al respecto sólo nos desnuda ante los extranjeros); para terminar por el chayote individualizado, compañero inseparable de la precariedad laboral de los periodistas de abajo. Ni El Universal ni La Jornada, para tener ejemplos a la derecha y a la dizque izquierda, formaron una generación pujante hacia dentro y hacia afuera de sus muros, sino que se conformaron con jóvenes dóciles que sirvieran a los grupos de poder que se consolidaron y envejecieron en el mando. O sea que tampoco de ahí podremos esperar aire fresco suficiente para curar al enfermo o secar al muerto cuando haga falta, antes de que siga pudriéndose.
A falta de información, podríamos esperar la claridad de las grandes mentes para saber qué pasa y por dónde podríamos salir. Tampoco hay. Entre los que intentan explicar las causas del malestar, raramente hay grandes intelectuales que atinen un tiro (se exigen poco porque tienen un público fiel, masivo, que confía en ellos, y pocas veces son ridiculizados por otros intelectuales porque todo está puesto para quedar bien con ellos, no sea que algún día haga falta publicar en los lugares en que mandan; el resultado es que casi no hay quien someta a examen crítico lo que los “grandes intelectuales” nos ha recetado como verdades desde los años de la transición). Tenemos intelectuales con causas bien abstractas, campeones de la neutralidad y juzgadores de la vida pública por la autoridad que les confieren sus altares de santones publicados. Ahí tienen a Enrique Krauze, advirtiendo del supuesto “bolchevismo” de Andrés Manuel López Obrador –nada más porque había que decir cualquier cosa. Pero sus historias siguen vendiendo, y mucha gente sigue confiando en lo que diga, sin importar que se trate de chambonadas por las que además Reforma le paga una fortuna. (Un importante profesor me dijo: con las decenas de miles que cobran por artículo los Krauze, Castañeda, Meyer, otros, podría financiarse más de una cuadrilla de periodistas de investigación de élite, pero eso cuesta más trabajo). Y tampoco hay relevo generacional, porque las generaciones jóvenes dedicadas al trabajo intelectual están ocupadas en ser profesores por horas, conseguir becas, arreglárselas para vivir, ahora que es mil veces más complicado de lo que fue antes. Se me dirá que hay espacios nuevos, voces nuevas: es cierto, pero son marginales y –sobre todo– viven en Twitter, donde se entregan a la autosatisfacción. Tengo la impresión de que nada cambiará realmente hasta que todos esos que se plantean otra política, otro periodismo y un mejor nivel para el debate público, asuman su papel de vanguardias y busquen formar y hegemonizar grandes espacios, en lugar de sólo responderles o criticarlos. Eso, o que la gracia de un nuevo poder los coloque directamente donde hay que hacer las cosas. Y para que cualquiera de las dos cosas suceda es necesario un cambio de régimen, porque ni el PRI, ni la prensa adicta al dinero público, ni los viejos y anquilosados grupos intelectuales morirán de muerte natural (es un decir). Feliz Año Nuevo.