EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Desplazados

Andrés Juárez

Enero 04, 2019

RUTA DE FUGA

Les dimos la espalda sin querer. La asunción al poder de grupos históricamente marginados del mismo –revueltos con los siempre acomodaticios– ha desvelado una faceta casi fascista en quien menos se esperaba. Descalificando las opiniones y posiciones contrarias al proyecto que se ha apoyado, dejan de escuchar para descalificar con una sola pregunta: “¿y tú dónde estabas antes?”. A lo que los desplazados del poder, tibiamente, atinarían a responder “allá donde tú, pero más cómodo”. Como dijo Alejandro de Coss: ahí los tienen [a la derecha] contando hasta el 43 en el Congreso, apoyando a los zapatistas o criticando la progresiva militarización del país. A la recurrente y simplona pregunta de cierto sector del lopezobradorismo: “¿Y tú dónde estabas cuándo x?”, la respuesta de esa derecha sólo podría ser “del otro lado”. Ya no hay diálogo posible entre los reproches. El colmo de intentar conversar en la marabunta pública es dejar de escuchar las voces que, desde el exterior, claman por un poco de paz. Como en pelea de adolescentes, la conversación pública devino borlote y desde afuera llega el grito “¡tienen que parar!”.
Las voces que claman atención son muchas, diversas y potentes, pero también las hay débiles, quedas. Reporteros, cronistas, defensores de derechos humanos, autoridades municipales, dan cuenta de los múltiples problemas que persisten y hemos dejado de ver, esculcar, analizar, proponer respuestas. Incluso la solidaridad en modo de ayuda con despensas se ha olvidado. Quizá porque la solidaridad ya sólo se despierta con crisis y desastres, o quizá tampoco. Ahí está el caso de los damnificados de Nayarit por Willa, a quienes muy pocos voltearon a ver. Es entendible que en este mosaico tan complejo y en ebullición no se atiendan todas las catástrofes, sin embargo, hay algunas que en cualquier otro lugar serían un escándalo. Al menos en el entorno más inmediato.
La mañana del jueves 3 de enero la portada del periódico El Sur consigna que llegó el primer vuelo desde Canadá. Una comisión de bailarines folclóricos y funcionarios locales recibieron con algarabía a los nuevos visitantes. El gobernador está más interesado en aumentar el turismo del puerto que en atender a víctimas de violencia, acusan afectados. Mientras el puerto de Acapulco se convulsiona también, la añeja violencia del estado toma tintes, cada vez más marcados, desde hace dos meses, de crisis humanitaria. El propio gobernador lo ha calificado de grave problema de “seguridad nacional”. El Centro de Derechos Humanos José María Morelos denuncia que el número de desplazados por la violencia ya supera al número de migrantes centroamericanos que quisieron llegar a Estados Unidos. Pero la atención, acompañamiento y solidaridad pública no ha sido proporcional en ambos casos. El diario Vanguardia reportaba en noviembre que “cientos de familias huyeron de la violencia en los municipios de Coyuca de Catalán y San Miguel Totolapan, en Tierra Caliente; luego habitantes de Apaxtla y Teloloapan, en la zona norte; posteriormente de las comunidades nahuas de Chilapa y Zitlala, en la Montaña baja”. El alcalde del municipio Leonardo Bravo (Chichihualco) anuncia que sostiene mesas con el secretario federal Alfonso Durazo para solicitar fondos, ya que gastan “casi 11 mil pesos al día en alimentos para 350 personas que se mantienen en el albergue de manera permanente, porque lo gastan en tanques de gas, en la energía eléctrica, en abarrotes de aseo personal como papel de baño, pasta dental y jabones”. Estas 350 personas han vivido dos meses en el hacinamiento de un albergue municipal.
La cohesión social que permite la producción y reproducción en un espacio se ha desgarrado. La violencia en Guerrero es sistémica, se dice, pero no se puede negar la ruptura del acuerdo tácito de no agresión, de no violencia, que permite cohabitar un lugar. Hay una dimensión territorial de la violencia que desemboca en el desplazamiento de personas. Se mencionan pugnas entre supuestos autodefensas y criminales que provocan estampidas comunitarias –principalmente de mujeres y niños. Algunos acusan a los desplazados de ser parte de los criminales. Otros señalan a líderes locales de mandar sicarios para abrir el camino a la minería y, finalmente, se piensa que es una batalla a campo abierto por las tierras para el cultivo de amapola. La explicación aún no termina de aclarar la situación. El fenómeno de (des)apropiación social del espacio, sí.
No es la intención de esta columna explicar ni describir, tampoco de denunciar. Simplemente se intenta unirse al coro público de voces que desde fuera de la marabunta polvorosa del centro grita que ¡tienen que parar! y voltear a ver lo que hasta ahora se ha tornado invisible al ojo público, a lo que es el punto ciego del colectivo.