Lorenzo Meyer
Febrero 26, 2024
En memoria de Carlos Urzúa, amigo y colega.
Una buena definición del conservadurismo la dio precisamente un conservador e ideólogo de la derecha norteamericana, anticomunista radical, fundador de la revista de derecha National Review, comentarista muy agudo, cercano a Ronald Reagan, por un tiempo trabajó para la CIA y en 1973 fue representante de Estados Unidos en la ONU: William Buckley. Este ideólogo llegó a la siguiente, simple y clara definición: “Un conservador es alguien que se atraviesa frente a la historia y le grita ‘detente’” (The Economist, 15/02/24). Hoy en México el proyecto de la derecha consiste precisamente en eso, en tratar de detener un proceso histórico en una coyuntura donde la izquierda intenta impulsar un cambio de régimen.
El zócalo de la Ciudad de México encuadrado por el Palacio Nacional y la catedral es un escenario privilegiado para observar momentos clave del drama político nacional. Ahí está la escena recreada por un artista de las tropas norteamericanas en el zócalo en 1847 o las fotografías de esa plaza regada de cadáveres de soldados, civiles y caballos que marcó el inicio de la Decena Trágica en 1913 o de las tanquetas abriéndose paso entre estudiantes, para dispersarlos, en el 68. Pues bien, se ha sugerido desde el lado conservador que hay una similitud entre esta última escena en 1968 y la concentración de miles de ciudadanos, predominantemente de clase media, que tuvo lugar en el zócalo el pasado domingo para condenar la política del presidente Andrés Manuel López Obrador en general, y sus 20 propuestas de reformas a la Constitución en particular, en el marco de una campaña presidencial realmente competida y polarizante.
En realidad, la única similitud válida posible entre la concentración del 18 de febrero y las varias que tuvieron lugar hace años es lo multitudinaria y su carácter de protesta contra el gobierno, pero la forma y el contenido de las manifestaciones son totalmente diferentes.
Las concentraciones del 68 eran parte de la protesta contra un régimen autoritario muy arraigado tras cinco décadas de ejercicio ininterrumpido de un poder sin contrapesos, con elecciones sin contenido y donde sólo los actores políticos aceptados por el poder presidencial podían actuar sin temor a ser reprimidos.
La atmósfera en que actuó la oposición del 68 era una de violencia y miedo pues: en 1961 y 1963 el ejército había reprimido al Movimiento Cívico Potosino encabezado por el doctor Salvador Nava. En 1962 se había asesinado al líder campesino Rubén Jaramillo y a su familia, en 1965 había tenido lugar el frustrado asalto al cuartel de Madera. Es con ese telón de fondo que los jóvenes del 68 llevaron a cabo sus manifestaciones que concluyeron con la masacre del 2 de octubre. En contraste, las actuales manifestaciones de la derecha tienen lugar en un ambiente diametralmente opuesto: se puede asistir a ellas con toda la familia sabiendo que no aparecerá ninguna tanqueta, se puede insultar al presidente y a su proyecto a placer sin que pase nada y al fin de la jornada puede irse a un restaurante de la zona. No, nadie en su sano juicio puede temer hoy que su manifestación con pancartas insultantes para el presidente pueda terminar como las del 68, especialmente la última.
No, protestar en 2024 en nada se asemeja a haber protestado en 1968.
El lado positivo de concentraciones como la de hace una semana es que finalmente en sí mismas son un indicador objetivo de los avances democráticos en México. En efecto, el partido en el gobierno y a diferencia del 68, hoy tiene que enfrentar a una oposición encabezada por institutos partidistas fogueados, con gran historial en todo tipo de elecciones –el PRI con 95 y el PAN con 85 suman 180 años de experiencia– mientras su adversario –Morena– apenas llega a los 13. En principio PRI y PAN deben contar con miles de cuadros en todo el país. A la oposición no le faltan recursos pues el mundo empresarial al que pertenece el generador de la coalición “Fuerza y Corazón por México”, Claudio X. González, los ve con gran simpatía. La autoridad electoral –el INE y el TEPJF– en caso de estar sesgada, lo estaría a favor de la oposición al igual que el grueso de los medios de información convencionales nacionales y extranjeros.
Si algo está faltando en este camino hacia las urnas el 2 de junio para darle mayor fuerza al contexto democrático es el programa o proyecto de la oposición. Hasta ahora su lema central es el “No”, “el INE no se toca”, “El poder judicial no se toca”, “La constitución no se toca”, “Mi voto no se toca”, etc. Como bien observó Buckley, hasta ahora el conservadurismo mexicano sólo le ha dicho a la historia reciente “detente” y eso, como propuesta en tiempos del cambio, es una muy pobre propuesta.