Humberto Musacchio
Noviembre 05, 2021
Yo me endeudo, tú te endeudas, él se endeuda, nosotros nos endeudamos, ustedes se endeudan, ellos se endeudan. El crédito es uno de los signos definitorios de la economía contemporánea, pues las naciones, las personas, los municipios, las empresas, las entidades federativas, las asociaciones civiles y cuanto organismo esté constituido por seres humanos recurre al endeudamiento.
No es un fenómeno nuevo, pues el agio tiene profundas raíces históricas y sus orígenes se remontan a miles de años. Lo de hoy, sin embargo, es que el crédito lo ofrecen las firmas financieras, tanto a los gobiernos como a las empresas y las personas.
Se trata de un fenómeno generalizado y por lo mismo de la mayor importancia nacional y social, lo que implica una enorme responsabilidad para el Estado, que lejos de ocuparse del asunto prefiere dejar al mercado la fijación de plazos y tasas.
En el caso mexicano, nos han endeudado en grande los gobiernos de José López Portillo, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, varios de ellos doblando la deuda que les heredó su antecesor. Por supuesto, algunos de los empréstitos que han recibido se destinaron a obras de interés público, pero generalmente se contrajo deuda destinada al gasto corriente o para pagar un poco de la deuda mientras se destinaba mucho a los intereses.
Miguel de la Madrid, ante el desastre financiero heredado de López Portillo, firmó lesivos convenios y sacrificó brutalmente la economía popular con tasas anuales de inflación que superaron varias veces el ciento por ciento.
La deuda externa de México, pública y privada, anda por los 460 mil millones de dólares (más lo que se acumule esta semana). Si prorrateamos la deuda entre todos los mexicanos, hombre, mujer, viejo, joven o niño, cada uno debe más o menos unos 70 mil pesos.
El actual gobierno ha decidido impedir que la deuda siga creciendo, pero la economía de 2019 no caminó y la de 2021 cayó más de ocho por ciento debido a la pandemia. Si a eso le agregamos que la deuda en dólares crece cada vez que cae el valor del peso, lo más recomendable es encomendarse a la virgencita del Tepeyac.
A lo anterior hay que agregar la deuda de los estados, que en algunos casos dificultará la función gubernativa, pues, por ejemplo, Jaime Rodríguez, más conocido por el remoquete de El Bronco, quien recibió el gobierno de Nuevo León con una deuda de 63 mil millones de pesos, la hizo crecer hasta 78 mil 425 millones, pues ya se sabe que los políticos (no todos, por cierto) suelen dejar los problemas al que sigue, como fue el caso del michoacano Silvano Aureoles, quien quedó a deber hasta tres meses de sueldo a los trabajadores de su “gobierno”, incluidos los maestros.
Además de Nuevo León, los estados que más aumentaron sus pasivos fueron los de Campeche, Nayarit, Michoacán, Sonora y Colima, que con excepción de este último alcanzaron el tope de endeudamiento de seis por ciento. El ínclito Jaime Bonilla dejó un desgarriate que llevará tiempo desmenuzar. Por fortuna hubo gobernadores que pudieron disminuir el monto de su débito, como fue el caso del ex Ejecutivo de Guerrero, que le bajó 11 por ciento al débito de la entidad; el de Baja California Sur, que redujo la deuda en 7.7 por ciento, el de San Luis Potosí, 3.2 por ciento y el de Sinaloa 3.1 por ciento.
Quien se lleva las palmas en este renglón es el ex gobernador panista de Querétaro, Francisco Domínguez Servién, quien le dejó al sucesor Mauricio Kuri una tesorería sin deuda, lo que demuestra que se puede cumplir con la función gubernativa con una administración sin derroche ni raterías. El caso debería ser objeto de estudio, difundirse suficientemente y ser adoptado por los gobiernos de todo nivel, pero la honradez y la eficiencia no están en el menú de muchas autoridades…