EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

DIARIO DE VIAJE

Silvestre Pacheco León

Noviembre 27, 2016

VIII

Llegada y despedida de Berna

Al mediodía ya estamos en Berna, y después de encontrarnos con Anarsis, nuestra hija, el hambre nos lleva a buscar las famosas salchichas que nos han traído a Suiza.
Cuando estamos a punto de rendirnos buscando el antojo, la suerte nos lleva con el joven que está frente al exhibidor de guisados pidiendo su comida, quien nos da razón de lo que buscamos, es un suizo de madre mexicana, nos explica que aún es temprano para que abra el negocio que conocemos, por eso no lo encontramos.
La solución es conformamos comiendo las salchichas (saucissons) recalentadas que nos ofrecen en el negocio de comidas. También así nos saben deliciosas.
Durante el rastreo de las saucissons, hemos pasado junto a la plaza donde los lugareños se divierten con el juego ancestral de la petanca, parecido a las bochas sudamericanas o a las cascadas que uno juega de niño con sus canicas, con la diferencia de que, para la petanca se usan bolas de metal del tamaño de un puño.
También vemos el juego de ajedrez gigante. El tablero es como la mitad de una cancha de futbol rápido, y las piezas blancas y negras hasta de un metro de altas. En ambos juegos sólo vemos hombres.

En territorio alemán

Día 30 de septiembre de 2016. Hoy descansamos en territorio alemán, en el estado de Baden Württemberg, es la mítica Selva Negra.
Hemos llegado aquí por caminos de viñedos interminables, de surcos tan bien trazados como si los hubieran dibujado.
Los racimos de uvas, negras, rojas y verdes, que cuelgan de las ramas son grandes y maduros. En algunos pueblos vemos a familias completas cosechando.
La carretera angosta por la que transitamos pasa entre los viñedos, y la tentación de bajarnos del coche y cortar unos racimos de uvas para comer es muy grande, pero nos contenemos.
Más adelante, en un lugar de descanso aprovecho para cortar una manzana del árbol que no parece ser del dominio de alguien, ácida pero jugosa, para mi gusto. Cuando la saboreo me recuerdo al personaje de la novela Demian, del alemán Herman Hesse, Emil Sinclair, quien inventa haberse metido al huerto de un vecino para robar sus manzanas con tal de aparecer audaz y temerario.
En el camino nos sorprendimos mirando la cantidad de papas que van brotando del surco al paso de un tractor, mientras un grupo de jóvenes las recogen y meten en costales.

La Selva Negra

Nos hemos familiarizado en el llano con los variados cultivos y animales que se ven por doquier, sin darnos cuenta que ya nos encontramos en un valle. La carretera vecinal nos ha llevado a un paisaje nuevo. Por un lado el río apacible que discurre entre un tupido bosque de árboles gigantes que hacen ver como montañas unas simples lomas.
El cambio de paisaje es asombroso, el bosque se convierte en el principal atractivo porque crece con tanta lujuria que nos parece una real amenaza para la integridad de los caminos. Nos imaginamos que de la noche a la mañana los propios pueblos pueden ser invadidos por la selva.
En la Selva Negra, llamada así porque la luz del sol difícilmente penetra su tupido follaje, la madera es uno de los recursos abundantes, y en su transformación los alemanes se han hecho especialistas construyendo casas altas y llamativas por su diseño, todas de madera, con muebles magníficos. También es rica en minerales y aguas termales con fama de curativas, lagos y ríos creando paisajes fantásticos.
Los osos, lobos y jabalíes, los duendes, las brujas y los hombres lobo, son todos tan reales que dan para cuentos e historietas sin fin.
El conjunto de atractivos es ideal para el turismo rural, y los lugareños hacen todo para que los visitantes disfrutemos. Saben que así seremos sus portavoces por el mundo hablando bien de lo que ofrecen.
La tradición local cuenta historias fantásticas del bosque, de duendes, brujas, cazadores y ladrones.
El cuento de Caperucita roja y el lobo, cuyo origen nunca ha quedado establecido, bien pudo inspirarse en estos bosques, como lo fue el personaje local de nombre atractivo que se ha hecho popular: Salto de Mata.
Nos ha llamado la atención en este recorrido el sinnúmero de crucifijos que resguardan los pueblos, tan altos como los faroles, sembrados en las esquinas, como sucede en mi pueblo donde las cruces de madera dispuestas en cada punto cardinal dicen que nos protegen de demonios y brujas.
Las iglesias protestantes con sus campanarios resultan atractivas por sí solas, 10 minutos duran las campanadas de las 6 de la tarde, y es tanto el entusiasmo en el campanario que mientras las campanas tocan, da tiempo para rezar un Padre nuestro, un Ave María y hasta para pedir algún milagro.
Cuando decidimos pasar la noche en Asbach, el hotel que elegimos parecía desierto, pero nosotros pasamos más allá de la recepción, hasta llegar al comedor y luego a la cocina de donde procedía un ruido de cacerolas.
Fue el chef quien nos atendió, el único que estaba en ese momento y con quien nos entendimos, los demás sólo hablaban alemán.
Luego de negociar el hospedaje que quedó en 35 euros por persona, nos invitó a que paseáramos por el pueblo mientras llegaba la hora de la cena, con la recomendación de no adentrarnos en el bosque sin un guía.
?Hay osos y lobos, nos advirtió.
Caminando por los senderos junto al río nos encontramos con los letreros que confirmaban lo dicho por el chef: “Cuidado con los lobos y los osos”. De ahí la costumbre de no salir de las casas por la noche, porque osos y lobos del bosque merodean en busca de alimento.
Mientras llega la hora de la cena, platicamos historias de brujas, vampiros, hombres lobo y sectas secretas. Cuando llegamos al hotel nuestra imaginación se dispara mirando que de la nada el estacionamiento se ha llenado, y que un grupo numeroso de hombres viejos se acercan a la puerta.
?Qué tal que son de una secta secreta y están preparando el aquelarre de esta noche.
?Mientras no sea en el hotel, todo está bien, dijimos, admirados de no ver a ninguna mujer dentro del grupo.
Cuando bajamos de nuestra habitación para la cena, el restaurante estaba a medio llenar, y pasando revista a cada uno de los comensales no logramos identificar a los hombres que habíamos visto en la entrada.
Hasta después que hemos cenado y andamos curioseando por el interior del hotel, damos con un gran salón lleno de gente en animado jolgorio. Ahí están nada menos que los hombres que llenaban el estacionamiento.
A trasmano le preguntamos al chef el motivo de la celebración y nos descubre el secreto: todos los ahí reunidos forman parte del club La buena copa, que se reúne en el hotel cada viernes para cenar y emborracharse.
Nos dormimos pensando que, en vez de brujos nuestros sueños estarían acompañados del ruido de borrachos, pero al otro día despertamos admirados de la discreción de la fiesta, porque hasta nuestra habitación no llegó el escándalo de la música ni de botellas que chocan, ni gritos de euforia, tampoco los ruidos de los pleitos ni de los disparos, como sería lo usual en nuestra tierra.

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