EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Días sombríos

Abelardo Martín M.

Agosto 09, 2022

Sin contar por supuesto las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, el mundo vive hoy uno de los momentos de su historia con mayores cambios, convulsiones, sacudidas, conflictos, guerras, enfermedades, infortunio, desigualdad, movilidad, progreso científico, económico, y transformaciones que cambiaron la vida de una buena mayoría de sus habitantes.
Instantaneidad, inmediatez, globalidad y acceso a información como en ningún otro momento de la historia humana, son característicos de nuestros días. Hoy es posible saber lo que acontece simultáneamente en todo el mundo, sea en África, Asia, y no se diga en América, en Europa y hasta en los lugares recónditos de Oceanía o los casquetes polares.
Las personas viven hoy no sólo las angustias y los problemas propios de sus comunidades, sean colonias, ciudades o países, sino que todos somos testigos presenciales de lo que ocurre en todo el mundo, e igual nos afecta la injusticia o la violencia en cualquier lugar en donde ocurra, ya que los medios de comunicación han experimentado tal proceso de modernización, que es posible estar informado “en tiempo real”, es decir, en el momento en que están sucediendo los hechos, de lo que ocurre en muchas partes del mundo.
Lo mismo pasa con el proceso que vive México, fenómeno que no es ajeno al mundo entero. Lo mismo en Estados Unidos que en China o en África, la experiencia mexicana merece atención y en muchos casos preocupación, por el incremento de la inseguridad y el imperio de un clima de miedo y violencia que recorre de hecho a todo el país. Ya no es posible hablar de zonas o estados que estén libres del crimen organizado, o la ola de violencia y narcotráfico que fue creciendo, sin control, durante varias décadas.
Ello exacerbó los ánimos, y la lucha de los partidos políticos se ha centrado más en las guerras sucias que en las propuestas para superar problemas o mejorar las condiciones de vida de los mexicanos.
Más allá de las acostumbradas polémicas políticas y complicaciones económicas que dan materia a los comentarios en los medios de comunicación, en los últimos días diversas tragedias han ensombrecido el acontecer nacional y local.
Una de ellas, en el estado de Coahuila, ha llamado la atención por su dramatismo, luego de que un pozo carbonífero se derrumbase e inundara, con un saldo de diez mineros atrapados, sin que hasta la fecha se sepa de su suerte, su condición, si están con vida y si hay esperanzas de rescatarlos.
Aunque eso no es consuelo, así ha sido por siglos la vida y destino de los mineros, en México y en el mundo. Trabajan en condiciones precarias, arriesgan cada día su integridad y los accidentes suelen resultar fatales. Siempre el negocio y las ganancias de los propietarios han estado sobre cualquier consideración o previsión de riesgos. La vida en el socavón no vale nada.
El domingo pasado el presidente visitó el lugar, y naturalmente se encontró con familias desesperadas, enojadas, críticas de las acciones de rescate, que de manera inevitable encuentran lentas e ineficaces. No podía esperarse otro ambiente luego de cuatro días cumplidos de dolor, angustia e incertidumbre.
Mientras ello ocurre en el norte, en Guerrero la violencia no para. Por más que las estadísticas de seguridad se presenten con optimismo para todo el país y para la entidad, la acción criminal de alto impacto se hace presente con demasiada frecuencia y contundencia.
En la última semana de julio, un sacerdote de la región de la Montaña fue baleado en su vehículo en la entrada de Chilapa; por fortuna no falleció y ha reaccionado positivamente a las intervenciones médicas, pero aún está en coma y el pronóstico es reservado. Las circunstancias son confusas, pues se ha difundido que sus heridas fueron producto de un fuego cruzado, y los voceros eclesiásticos suponen que en realidad se quería atentar contra la persona que acompañaba al religioso, y no contra él.
Lo anterior, al cumplirse poco más de un mes del asesinato de dos misioneros y un civil en Cerocahui, en la Sierra Tarahumara, sin que tampoco se haya dado con el ejecutor, pese a tenerlo identificado.
A quien sí asesinaron, unos días después, fue al dirigente de los empresarios de bares y discotecas de Acapulco; a quien le dispararon cuando llegaba a uno de sus negocios, en la Zona Dorada del puerto. Pero tampoco hay ningún avance en la investigación.
Otros crímenes cuyas víctimas llaman menos la atención se acumulan en la entidad, como la ejecución de seis personas cuyos cuerpos fueron hallados en Quechultenango el pasado fin de semana, o el reciente ataque con armas al centro de Salud de Cacahuamilpa, con un saldo de dos personas heridas.
Además del incesante correr de sangre, otros derrames azotan a Guerrero. En un país en emergencia porque una vasta zona del territorio sufre los efectos de la sequía y el agotamiento de sus cuerpos de agua, la reciente temporada de lluvias ha dejado precipitaciones a todas luces magras e insuficientes en la mayor parte de los casos. El ejemplo extremo es Monterrey, pues en plena crisis de desabasto apenas ha ocurrido una lluvia fuerte, pero cuyo volumen requeriría multiplicarse muchas veces para resolver las carencias hídricas de la región.
Pero en Guerrero, las tormentas ciclónicas de los últimos días han producido desbordamientos y deslaves que, al afectar carretas y caminos, han dejado incomunicadas a una treintena de comunidades de Tlacoachistlahuaca y Metlatónoc.
Entre inundaciones de minas en el norte y las incontrolables aguas en la sierra guerrerense, vivimos una etapa de zozobra y sobresalto, agravada por las acciones criminales que a veces atinan en sus objetivos y otras tiran a matar sin mirar a quien.
El clima de inseguridad, consecuencia de gobiernos débiles tanto en los ayuntamientos, en los estados y en la federación, crece, y en todo el país ya no es posible transitar con tranquilidad por las carreteras sin el miedo de ser sorprendido, asaltado y hasta asesinado por cualquier causa, pero en especial por el robo, la extorsión, el cohecho, y hasta por equivocación.
Ante todas estas desventuras muchas personas creen que se viven momentos de “sálvese quien pueda”, y plantean tomar medidas individuales para evitar formar parte de las estadísticas de inseguridad, delincuencia o mortalidad por hechos de violencia. Cada persona, cada familia, toma sus previsiones, pero sobre todo las políticas públicas y las autoridades responsables deben actuar para atenuar este grave problema, el más importante del país, de acuerdo con los sondeos de opinión pública.